Definitivamente, ver y escuchar en vivo y en directo un concierto de KEANE es asistir a una sesión de karaoke colectivo, con maestros profesionales. No es de extrañar: "Hopes and Fears" contenía algunos de los singles más coreables de la última década, además de haber ganado dos Premios Brit por Mejor Álbum y por Banda del Año. Los siguientes discos corrieron casi casi con la misma suerte. No quedan dudas de que a una banda, músico o solista nunca les falta un himno en el soundtrack de canciones que marcan determinadas épocas y que llegan a ser coreadas por multitudes. Y los cuatro caballeros de Battle saben perfectamente cómo hacerlo.
Una vez más, Asunción fue testigo
de una de esas conquistas memorables en suelo paraguayo, esta vez por
británicos que combinando una perfecta simetría lograron seducir y
transportar a las alrededor de 20.000 personas de esta Tierra Extraña que se
congregaron a escuchar, en vivo y en directo, por primera vez a KEANE en una maratón de éxitos, cada
uno de ellos cargados con emoción, la misma que demostraba el público y que
instantes después era devuelta por la banda.
Se hicieron esperar, contrariamente a la vieja y fiel costumbre inglesa de puntualidad. Pero ya no importaba. Finalmente, la loca odisea comenzó minutos antes de las 22:00 horas con “You are young”, una hermosa balada de su más reciente álbum “Strangeland”, y el asombro de Tom Chaplin no se hizo esperar: “¡Gente de Paraguay, hola! Hay tanta gente, es genial poder conocerlos. ¡Va a ser un gran show!”, saludando a sus acérrimos fans paraguayos que ansiosos esperamos este encuentro, o mejor dicho, esta conquista, por largos meses desde la confirmación de su show, y por 8 años, desde el surgimiento de la banda. De la que pocos realmente saben que se ganó fama actuando como teloneros de U2 en la gira mundial del grupo irlandés, durante el 2005.
Afortunadamente la noche recién
empezaba. Al son del “un, dos, tres…” de la marca del compás con los
platillos de la batería del enérgico Richard Hughes, sonaba “Bend and break”, que presagiaba el
calentamiento de motores para lo que se venía. Y el público paraguayo, que será
todo menos apático, no dejaba de gritar, vibrar, aplaudir y corear ni un solo
momento. Mucho menos… ni un solo éxito.
Y para este segundo tema ya nacía
la duda existencial: No en vano Chaplin es considerado una de las mejores voces
del Reino Unido y del mundo de la música en general, ¡en vivo sonaba exactamente con la misma calidad como si
pusiéramos un disco del grupo! Pero no. Es que el mismo Tom que nos estaba
cantando allá arriba era el mismísimo que sonaba todo el tiempo en la radio.
Casi no había diferencia.
Y así, sin mediar palabra
siguieron los éxitos, conjugando una justa mezcla de lo nuevo a lo clásico y
viceversa, hacían enloquecer al público. Y siguieron temas como “Day will come”, que si bien hizo
colapsar a las casi 20.000 almas que coparon el Jockey Club, permitió disfrutar
y apreciar el magistral trabajo de Tim Rice-Oxley al mando del teclado,
instrumento que según contó el propio Chaplin, suple a la perfección el rol de
la guitarra inexistente en el grupo.
A esta canción le siguió la tan
bella balada que cuenta la historia de ‘dos
amantes en una gran separación’, más conocida como “Nothing in my way”, uno de los sencillos más populares de su
aclamado segundo álbum “Under the iron sea”.
Y este fue el puntapié inicial para poner a bailar a todos los presentes,
sin excepción, volviendo a la locura y a la vigorosa alegría de algo que sonaba
como una bailable ochentosa de la mano de “Spiralling”,
desprendido de su tercer álbum de estudio “Perfect
Symmetry”, lo que con solo un sintetizador de Tim bastó para alcanzar el
grado onírico de la banda y del público, transportando nuestros sentidos. Y a
partir de aquí, todo se volvió una fiesta.
Entre agradecimientos al público por hacerlos ‘sentir tan especiales’, sin dejar de idolatrar el gran lugar donde estaban, Chaplin dejaba entrever todo su carisma, mientras un estruendo de montones de voces pedían otra canción. Lo único que queríamos era que esa noche fuese interminable.
Y así fue. “We might as well be strangers”, bella balada de su primer disco que en su primera parte iba acompañada
solamente por el teclado del maravilloso Tim Rice-Oxley, piedra angular, prácticamente
cerebro de toda esa máquina hacedora de grandiosos hits denominada KEANE. Y Chaplin, una vez más, no tardó en asombrarse por el ‘hermoso’ canto de los fans. Y como una
máquina del tiempo, de nuevo nos teletransportamos a la actualidad con el que
fuese primer sencillo de su último disco “Silenced
by the night”, que al contrario del título de la canción, no fue testigo de
un público silenciado por la noche ni por la música, todo lo contrario. El
público ya estaba extasiado, con ganas de más.
Se veía venir el clímax pleno. ‘Si les gustó la canción anterior, esta les
va a gustar aún más’, nos adelantaba el frontman
de la banda. Y solo bastaron unos instantes para que el Jockey explotara en
su máxima expresión y con sólo escuchar los primeros acordes de “Everybody’s Changing”, el público
empezó a delirar. Ese era el mejor momento para, tal y como dice “Sunshine” –una maravillosa cancioncita que
estuvo ausente esa noche, también de “Hopes
and Fears”- ‘perdernos en el sol’
–o en la luna, en este caso-. ¿Se
podía pedir algo más?
Sí. El show de karaoke, hit tras
hit, con los mejores maestros estaba recién en la mitad de todo su despliegue.
Tom Chaplin, al igual que Richard Hughes, Jesse Quin y Tim Rice-Oxley estaban
contentos. Y no dejaban de demostrarlo dando lo mejor de sí en cada nota. No
importaba qué tema venía después. La consigna era disfrutar el presente. “The starting line” y “Again and again” dieron
continuidad al show.
Después de esa última canción, un tímido Chaplin se quedaría solo en el escenario, entre pícaro y aterrado, él vestido de remera negra y chaqueta de jean, la minimalista escenografía, las luces tenues, de manera correcta se cargó con una guitarra acústica en las manos y se marcó un acústico. Todo en su justa medida, nada sobraba… Nada faltaba. “Your eyes open” empezaba a sonar y el público fue testigo de una atmósfera única, dando la impresión de estar de igual a igual y no con un artista que lleva cientos de éxitos encima.
Y así volvieron sus compañeros
para acompañarlo en una balada casi celestial, que describe coincidentemente y
a la perfección su situación en este pedazo del planeta: “Strangeland”, título que da nombre además a su último trabajo de
estudio. Un ritmo simple, casi como un salmo, una oración, un quebranto que
salía desde lo más profundo… como de un suspiro.
El público ya se sentía pleno,
tornasolado. Pero todos sabíamos que faltaba algo. Y Keane no se conformó con
el protagonismo que ya había ganado su público con temas anteriores y decidió
darnos más. Con “This is the last time”
sucedió la descarga de alto voltaje que todos habían esperado desde inicios de
esa maravillosa noche. Y no sería la última vez, como reza la canción, porque
Chaplin, como portavoz de la banda, prometió que regresarían. ¿Qué hace que no
podamos tener fe de que así será? Prometieron un gran show. Y nos dieron más de
lo que podíamos imaginar.
La increíble invasión inglesa no
terminaría ahí. Ellos querían seguir. El público pedía más. Y lo que siguió,
más que una descarga de éxitos, fue el ápice, la cumbre, el ‘too much’ de la
cuestión. Y para que todos durmieran tranquilos esa noche, sonaba “Somewhere only we know”, uno de los
esos himnos de los que hablábamos al principio de este relato. Una de esas
canciones épicas, típicas de los grandes estadios, las grandes masas, y por
sobre todas las cosas… De las grandes emociones. KEANE consiguió llevarnos a la cúspide y mantenernos flotando a la
par de un ensordecedor coro capaz de apaciguar todas las guerras internas que
existiesen.
A ratos eran Oasis, a ratos R.E.M., y con canciones como “On the road” demostraban que The Beatles fueron una gran
inspiración para ellos. Pero a KEANE,
que nunca fue una banda de moda, que no hizo lo que hicieron otras importantes
bandas, como Coldplay de conquistar el mercado norteamericano, siempre algo lo
delataba y es esa calidad musical de mostrar un sonido inconfundible que los
hace inmediatamente reconocibles, rompiendo con la vieja tradición inglesa de
guitarra-dependiente en su conformación.
Y ahí estaba Chaplin, alzando el
pedestal del micrófono que actuó como mástil desde el momento en que al
vocalista se le ocurrió colocar la bandera paraguaya mientras sentía la
empatía del público paraguayo, que no dejaría de admirar su carisma y su gran
caudal vocal.
La seguidilla de éxitos que
vendrían después serían la eléctrica, rockera y pegadiza “Is it any wonder?”, para luego cerrar el bloque principal del
concierto dando pie a otro de los platos fuertes de la noche, la siempre
iluminada y bienvenida “Bedshaped”,
cantada por los fans de principio a fin, ante un incrédulo pero feliz Chaplin,
al que parecía que había que pellizcar para que pudiera creer lo que estaba
ocurriendo en una tierra lejana y desconocida. Ese hit sonando, como una
conjugación de un montón de sentimientos encontrados: miedo, amor, bronca,
terror. Una pasión desenfrenada de cosas inexplicables que este tema logra de
una manera tan simple, generando suspiros de aquí y de allá. Y así se lo veía a
Tom en cada corte de la canción: “Convalesciente”.
¿Y al público? También.
Y el amague no tardó en llegar.
Pocos creyeron en su ausencia, y mientras otros iban abandonando su lugar, los
caballeros británicos regresaron a sus puestos de mando para ofrecer la dosis
completa de una ‘noche mágica’, como
el mismísimo Tom Chaplin lo había descripto en un momento de la velada,
agregando: “This is one of the memorable
moments of our career” (“Este es uno de los momentos más memorables de nuestra
carrera”). Y ahí sonaron “Sea Frog”,
“Soverign Light Café” y para cerrar, la extasiada y enérgica “Crystal Ball”. Era lo que faltaba, el
último suspiro, la última bocanada de aire. Y luego de dos horas de show, la
voz de Tom seguía intacta, sin un solo rastro de desafinación.
Se volvieron a ir. El público que
iba alejándose tuvo que volver. ‘Ustedes
se merecen una canción más’, decía Tom. Nadie se reservó un solo grito. Las
gargantas que quedaban disponibles no dudaron en continuar el karaoke. Y solo
para los fieles fanáticos, la banda regalaba una preciosa cancioncita de su EP “Night Train” del año 2010, “My shadow”, pareciera que para espantar
fantasmas y no olvidarlos nunca. Con sólo mencionar la primera frase de la
canción, es como para no borrarlos de la memoria jamás: “Es tiempo de hacer un comienzo…”. Y a medida que transcurrían los
minutos de la última canción de la velada, se iba asomando más de un
lagrimón...
Pudo faltar “Lovers are losing”, tema muy esperado por muchos fanáticos,
pudieron faltar detalles ínfimos, pero nada hizo que el show de los cuatro
caballeros de Battle dejara de ser impecable. Y es innegable la química entre
ellos, y eso que es tan notable tanto arriba como abajo del escenario es lo que
hace la diferencia separándolos de otras bandas. Tal vez sea esa la fórmula de
su éxito, lo que los hace sonar tan precisos en todo momento. Incluso podríamos
decir que eso que faltó, fue lo que hizo que KEANE consiga el equilibrio necesario para brillar como lo hizo.
Ahora solo nos queda mantenernos
en esa nube a la que nos trasportaron aquella noche memorable, que nos dieron
cátedra de cómo hacer un show impecable y nos permitieron poder soñar con su
vuelta. “Gracias por hacernos sentir tan
bienvenidos”, decía Tom, con su acento de señorito inglés antes de
despedirse. Y prometieron regresar.
Amén, una y mil veces más.