martes, 31 de diciembre de 2013

Sí, quiero



Y llegó nomás fin de año, la famosa Nochevieja. 

Se va un año que fue imprudente en algunas elecciones. 

Un año que tuvo miedo a montones. 

Un año en que fui incorrecta por momentos (en muchos!). 
Impulsiva, todo lo que pude. 
Temerosa a ciertos desafíos. 

Un año en que se acentuó mi incontinencia verbal. Y acá me toca hacer un mea culpa. Jamás mentí en nada de lo que dije, pero tengo que aprender a medir los momentos y ser más oportuna en próximas ocasiones. Aguantarme mi bronca acumulada y rematarla sin herir ni lastimar a personas cercanas a mí.


Se va un año que me mareó. Me torció. Me resbaló. Me abofeteó. Un año en que se me quebraron dos, tres o cuatro ilusiones, como mucho. Si no fueron más. 

Quise, hice, dije, callé (solo algunas cosas, por el bien de la humanidad). 

Abracé muchísimo menos de lo que me hubiera gustado.
Amé más de lo debido. 
Lloré cantidades algo inncesarias. 
Dormí lo justo, aunque tal vez un poco menos. 
Soñé mucho más de lo que dormí. 
Me frustré, como no esperaba hacerlo nunca. 
Escribí mucho menos de lo que en realidad tenía para decir (en el blog). 

Llegué hasta acá, con un poco más de experiencia que con la que empecé este año. Llegué con otro tanto de arrugas... Lo curioso del caso es que me vaya como me vaya, siempre mantengo la esperanza. Y sobre todo para el nuevo año, en que vengo más dispuesta que nunca a renovar mis votos de esperanza con el 2014 y con el mundo. 



Quiero entregarme a las horas que se vienen para ver si me sorprenden con más momentos felices. 
Quiero seguir creyendo en los finales felices y emocionarme por las pequeñas cosas de este mundo. 
Quiero esperar la llegada de afectos nuevos que solo traigan consigo ganas de quedarse. 
Quiero asimilar que nadie es perfecto. Ni siquiera yo. Así que no debo pretender que absolutamente todo salga tal cual quiero. 
Quiero transitar los días venideros con mayor destreza, astucia y diversión, con felicidad, alegría y entusiasmo, sin llantos ni melancolías de por medio. 
Quiero mantener mi capacidad para tolerar lo que la mayoría de las veces creo intolerable. 
Quiero amigarme con mis eternos enemigos: dudas, miedos, confusiones, malestares, nervios, soledades y malhumores. 
Quiero que mi espíritu sea siempre nómada, que pueda conservar la paz interior, que jamás venda mi conciencia al mejor postor, que mi sexto sentido no me abandone nunca y que consiga digerir las desilusiones y los fracasos con mayor madurez. 
Quiero festejar todo, lo que venga. La mañana, el atardecer y el anochecer. El otoño y el invierno. La primavera y el verano. Las buenas compañías. Los gratos momentos. Los consejos de amigos. El trabajo. La salud. La familia... 
Quiero guardar cada momento feliz en un frasquito, para así abrirlo cada vez que pierdo la fe en mí misma o en la humanidad. 
Quiero mantener intacta mi gran capacidad de seguir soñando, aunque esté despierta. 
Quiero seguir sonriendo y bailando, así tenga que hacerlo bajo la lluvia. 
Quiero prolongar los momentos de felicidad, y acordarme siempre de ser agradecida. 
Quiero seguir creyendo que la imaginación nunca se me va a quedar en pausa, ni la voz muda. Y rogar porque siempre haya alguien a quien pueda dar una mano. 
Quiero llenar la panza de carcajadas, la mente de buenas ideas, el corazón de amores sinceros, y el mundo de colores. 
Quiero enamorarme desde la punta de la cabeza hasta la punta de mis pies de los próximos 365 días que están a punto de ser estrenados. 

Pero por sobre todas las cosas, y antes de cerrar este año, me veo en la necesidad de agradecer por las tres cosas más grandes que me dio este 2013. La bendición de permitir a mi abuelo disfrutar de sus 82 años de vida y que el mismo día venga al mundo mi primer sobrino. Y desde luego, enterarme que en el 2014 viene la próxima. 

De momento, termino este año con una gran meta que me puse para el próximo. Y mi deseo es tener la fuerza necesaria y la gran capacidad para merecer que este proyecto se haga realidad.

Sí, todo eso quiero. 

Brindo por un 2014 con más momentos que nos dejen sin aliento. 
Mucha buena vibra para ustedes. 
Mucha luz. 
Mucha magia. 
Mucha paz. 
Y mucho amor. 

Intentemos ser felices cada segundo de este nuevo año. Con eso alcanza. 

Amén. 


Y acuérdense de sus mascotas. Ellos también sufren. Cuídenlos, sobre todo en estas fechas.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Confesiones de cumpleaños


Cuando empiezo a ver las calles y los locales adornados con guirnaldas, globos, lucecitas y arbolitos de Navidad, empiezo a sentir esa alarma de que ya llega mi cumpleaños.

Si bien todos los años estoy con el espíritu de festejo, en esta oportunidad me dan ganas de desconectar esa alarma con la misma rabia e intensidad con la que apago el despertador todas las mañanas, mientras intento acomodar el cansancio en algún rincón e intento sonreírle al nuevo día.

A mis casi casi veinticinco años, siento como si un huracán me hubiera arrastrado el día que cumplí veinte y me hubiera depositado en el hoy y el ahora. Es que todo pasó demasiado rápido... El tiempo no espera... Y la vida menos.

Las cicatrices que el tiempo fue dejando en mí, se convirtieron en experiencias de vida, muchas de las cuales espero no volver a repetirlas, pero la vida nunca termina de sorprenderme. 

Me miro al espejo una y otra vez, e intento acostumbrarme a esta nueva imagen mía que me devuelve el espejo. Y me doy cuenta que esta soy hoy, y no me parezco en nada a lo que creía que iba a ser a los veinticinco años. Esperaba otra vida, u otra forma de vivirla al menos. Y eso me pone mal y me angustia a rabiar, porque no encuentro al culpable que me sacó de mi rumbo y que me obligó a navegar un barco que iba a contracorriente. En medio de tanto naufragio se me fue el tiempo y perdí pedacitos de vida que ya no vuelven tratando de esquivar tempestades.


Me llegué a acostumbrar a muchas cosas de las cuales sentía que nunca llegaría a dejar de prescindir, pero así también el tiempo me llevó a desacostumbrarme de las mismas y tomar otros hábitos que si bien hoy me molestan, voy aprendiendo a aceptarlos y sino, a dar un paso al costado para no aferrarme nuevamente a ellos.

Un tiempo me acostumbré a la espera de algo que no llegaba. Y lo que al comienzo era una rutina de emociones que agigantaban mi alma, se convirtió en una espera sin retorno. Y así tuve que ir aprendiendo a no esperar nada más. Así como fui aprendiendo que siempre hay gente que te va a seguir moviendo alguna baldosa por más de que pasen los años.

Me terminé por adaptar a la soledad latente de los domingos y a no compartir mis malos momentos con esa persona que alguna vez me robó el corazón y que ahora me tiene confundida.

Estoy trabajando en el proceso de adiestrar mis manos para no pedir más de la cuenta y para aprender a no esperar más demasiada entrega de ciertas personas y en ciertas relaciones que fueron consumidas por la rutina y demás males.

Me siento desorientada. Hoy tengo una pelea con la vida que a los dieciocho no imaginaba. Continúo buscandolo mi polo, eso que me apasione, sigo buscando mi lugar en el mundo, el lugar donde pueda hacer click, del cual pueda irme cuando quiera, pero al que pueda volver porque me hace feliz. Hasta decidir que es ahí donde quiero quedarme. 

Sigo esperando a esa persona que me acompañe en la supervivencia de cada jornada. Que me tome la mano para que caminemos juntos, sin soltarme jamás, acompañándome en lo bueno y lo malo, dándome mi espacio, pero dejándome claro que a pesar de dejar que yo persiga mi libertad, esa persona me va a estar esperando. Sigo esperando a quien me de esa confianza y esa seguridad de que lo puedo hacer, que disfrute de mis sueños aunque poco tengan que ver con los suyos. Que mientras estoy volando, no busque acertarme con la hondita y dejarme caer al vacío sin protección. 

Tal vez me alcance con saber que alguna vez alguien me quiso hasta el llanto. Y quizás duela reconocer que esa persona que el destino hizo que yo quisiera alguna vez, hoy ya no lo hiciera.

Hoy, sé que no tengos sueños muy convencionales. Sigo queriendo cambiar las cosas, conocer el mundo y sumar mi granito de arena. Mis ideales de paz, amor y libertad están latentes.

En estos años viví varios cambios. Cumplí algunos sueños, terminé mi carrera, laburé donde quise laburar y también me cansé. Todavía no llegué a hacer click con eso que me apasionara. Encontré la amistad verdadera, encontré el amor... Y también lo desencontré. Y así un par de veces hasta llegar donde estoy.

Me peleé, lloré a mares, discutí, debatí, defendí mi postura, ofendí sin querer, padezco de incontinencia verbal, y pánico escénico. Morí de risa, reí a carcajadas y todos los días tengo ganas de cambiar mi vida, de independizarme y emprender vuelo.

Pasan muchas cosas. El mundo no se detiene. 

Tengo mucho por qué agradecer y por qué reclamar. Pero ya haré un post con un balance de fin de año para agendar los próximos pendientes del nuevo año.


No sé si con cinco días agotadores de trabajo a la semana alcance. Quizás esté fastidiosa y disconforme con mi situación actual, quizás sea el cansancio o tal vez el magro salario, o la abstinencia obligada a todo aquello que no sea imprescindible. Lo único que sé es que ahora mismo mi vida es como un rompecabezas, tengo muchas piezas que acomodar para completar la hazaña.

Hay muchas cosas, pero quizás solo una sea verdaderamente importante. A lo mejor es suficiente el simple hecho de estar viva, pero así también quizás para vivir no alcance con sólo respirar. Es mucho más que eso. Y quiero intentar descubrirlo, probando y probando, a fin de cuentas algún día la tapita que de vuelta va a decir algo más que "Siga participando" y me puedo llevar alguna grata sorpresa.

Así que al Gordito Pascuero le pido que el próximo año que está por llegar me traiga muchos más momentos de mayor felicidad, más risas y menos lágrimas, y más amor que de costumbre.

Quizás la felicidad esté hecha solamente de momentos esporádicos de alegría. Viéndolo así, fui muy feliz. Pero nunca es suficiente.


domingo, 17 de noviembre de 2013

El Salmón nadó en Paraguay a contracorriente



Si hay alguien que sabe de hits, ese es sin duda Andrés Calamaro. Un hombre que no conoce de términos medios: lo querés o lo odíás. Así de simple. Esto mismo genera su música, que a lo largo de los años ha ido experimentando con diferentes estilos, desde el rock pasando por el folklore y hasta la cumbia. Y eso fue justamente lo que vivimos el 16 de noviembre en el Court Central del Yatch y Golf Club, un popurrí musical con uno de los artistas más representativos del rock en español.

Después de más de 3 años de su última visita (mayo de 2010), Andrés Calamaro volvió a Asunción y dejó temblando a seis mil fanáticos que se agolparon para vivir una noche memorable y de entrega absoluta.

En una noche fresca, casi a orillas del río Paraguay y teniendo a la luna por testigo, todo parecía prestarse para vivir un show completo. Pasaban 5 minutos de las diez de la noche cuando cesaron las luminarias y la cuadrilla que acompaña al Salmón en "la mejor banda que formó en su vida" (según palabras textuales de él mismo), apareció en escena para permitir al Cantante renovar con su público paraguayo esa pasión y ese respeto que genera cada vez que pisa suelo guaraní.

Y así, vestido de impecable negro lograba que bajo ese contexto uno empezara a apreciar más que nunca a ese artista de lentes oscuros, y sonando los primeros acordes de esa balada rockera noventosa llamada "Mi enfermedad", Calamaro hacía su aparición sentado, ofreciendo un momento intimista desde su teclado y siendo coreado al pie de la letra por un público eufórico que no escatimó en arrancar la velada con pogos y alegría descontrolada.

La primera parte del show estaba marcada por su era Los Rodríguez y haciendo honor a su ex grupo español-argentino, detonó la bomba con "A los ojos" y la clase magistral de Julián Kanevsky en las seis cuerdas. Para luego llegar al corazón de más de uno con "Todavía una canción de amor", aquella eterna melodía que casi dos décadas atrás Andrés la firmara con el mismísimo Joaquín Sabina, como resultado de una admiración mutua reconocida públicamente. Y así se daría el inicio perfecto para un show que sería tan intenso como étereo y casi irreal.

Y hablando de intimismo, ahí estaba otra vez él, todavía aferrado a su piano Roland V descubriendo la balada más inmortal y rompecorazones de todas. "¿Sentiste alguna vez lo que es tener el corazón roto?". Y con "Crímenes perfectos" los gritos y coros estallaron el Court Central y las emociones a flor de piel no tardaron en aparecer.

"¡Muy buenas noches, Paraguay. Gracias, Asunción. Gracias, de verdad!", eran las primeras palabras de un artista a quien el complejo del Yatch le quedó chico y que veía con emoción a un público tan entregado.

Y así, luego de ese fugaz viaje al pasado, y sin mediar palabra, volvió al presente para deleitarnos con "Cuando no estás", quizás el tema más pegadizo y difundido del nuevo disco, música dedicada a su musa inspiradora (Micaela Breque), inaugurando así la escala de Bohemio con el primer corte de difusión de su último álbum, lanzado en setiembre pasado y en el cual Calamaro volcó toda su energía a la parte vocal.


Andrés prometió seguir estrenando canciones. Se acercó al salmón colgado del pedestal del micrófono y no sin antes cebarse "un mate caliente y amargo", se puso de pie y con aires de bolero continuó con la canción que da nombre al álbum, para seguir, mate de por medio mediante, con Rehenes, una frenética canción que en sus pantallas gigantes mostraba sangre rebosando haciendo honor al coro "vayamos pintados con sangre de los dos, siempre". La velada se prolongaba sin ganas de terminar con una poesía existencial, una crónica en forma de una bella y provocativa balada denominada "Plástico fino", hasta llegar a la mayor declaración de perdón con un Andrés Calamaro totalmente inspirado y pleno, poniéndole la voz a la emotividad hecha canción de la mano de "Tantas veces", haciéndonos sentir la sinceridad en sus palabras.

Si alguien sabe de remover los setimientos de multitudes a través de sus canciones, ese es Calamaro. Al igual de su conocimiento sobre hacer sacudir la cintura y sin avisar, ponernos a todos a bailar al ritmo de la cumbia, la milonga y el rock de la mano de "Las Tres Marías", volviendo a hacer estallar al público con "Tuyo siempre". A estas alturas el show ya había llegado a un clímax mucho más superior y emocionante, encontrando a un artista dándolo todo durante su interminable recorrida por todo el escenario.

Era momento de continuar con los éxitos, conjugando una justa mezcla de estilos musicales y haciendo enloquecer al público. Ahí, con el refinado bajo de Mariano Domínguez le dieron vuelo a "Loco", esa polémica y célebre canción data del año 1997, que intregraba "Alta Suciedad" y que debido a su primer verso que dice "voy a salir a caminar solito, sentarme en un parque a fumar un porrito" causó la censura en múltiples ocasiones y problemas de otros tipos a Calamaro.


No hace falta decir que se contradijo. A la par de crearle canciones a sus diferentes musas ("Flaca" le dedicó a Mónica, una antigua novia. "Soy Tuyo" se lo dedicó a su por entonces esposa, Julieta Cardinali y "Cuando no estás" a su actual novia, Breque), él mismo desmentía a la musa como fuente de inspiración, objetando que "no son asuntos pendientes, ni canciones urgentes", a través de los fervientes versos de "Carnaval de Brasil". Mientras generaba esta contradicción, en clave de homenaje e interpretada en medley, colmó los corazones rockeros entonando con su particular tonada inglés el oportuno "Walk on the wild side", logrando un emotivo homenaje al legendario músico neoyorkino Lou Reed, fallecido en octubre pasado, y recordándolo como "el primer poeta con campera de cuero y anteojos oscuros".

De vuelta a los clásicos. Una más de "La Lengua Popular" (2007) y era momento de volver a hacer partícipe a esas seis mil almas soñadoras que para ese entonces ya volaban en una nube de felicidad, con "Mi gin tonic", coreada de principio a fin por su fiel público. Y acá, una vez más, Andrés no dejó de sorprendernos. Una canción olvidada desde hacía varios años en las últimas giras, y que afortunadamente para esta fue sacada del baúl de los recuerdos, con un rasgueo grueso de las guitarras sonaba la enérgica "Me arde", que daba espacio a una más de esas perlitas características de Calamaro, con la cercanía de "Dead Flowers", de Los Rolling Stones (versión que alguna vez la llegó a grabar), emulando al incomparable Mick Jagger.

Para ese instante ya se presagiaba el calentamaniento de motores para lo que se venía. Y así, sin decir más, con una espectacular intro, se estrenó en Paraguay el rock cuadrado de "Doce Pasos", tema que cierra con luces el último disco de Andrés, generando una duda existencial planteada por el propio Salmón bajo el verso"no sé si tengo lo que quiero, no sé si quiero lo que tengo".

Tampoco pudo faltar la influencia española de Calamaro y engalanó las pantallas con imágenes compartiendo con el público paraguayo su ya conocida pasión por la tauromaquia (cultura taurina), y las guitarras conjugadas a la perfección con el tecado de Germán Wiedemer, hicieron temblar los cimientos del Yatch, al ritmo de "Días distintos", con un gran sonido guitarrero que alternaba el protagonismo de Kanevsky y Baltazar Comotto.


Después de la tempestad viene la calma, dicen las malas lenguas. Y fue así que luego de la descarga eléctrica de alto voltaje generada, hubo lugar para la paz, llegando al momento instrumental de la noche con una Jam Session en la que Calamaro se adueñó de su kuisi bunsi (que significa gaita hembra, en dialecto kogui), un instrumento de viento (proveniente de la Costa Caribe colombiana), autóctono y que la ejecutó acompañado por el virtuosismo de sus "cinco magníficos", como él mismo definió a la nueva banda que lo acompaña en esta gira. Así iba entonando versos de "Milonga del trovador" e improvisando frases del tipo "Quiero todas las flores del Paraguay".

La intro se escuchaba tenue, suave... El teclado sonaba sublime, en la soledad del viento. "Estadio Azteca" despertó la euforia colectiva, el aplauso, la ovación de ese himno de arenas eminentemente rockeras, donde también hay "un mundo de tentaciones, también hay caramelos con forma de corazones". El misterio se esfumó. Y así, Calamaro, entre tema y tema se hacía querer un poco más. "Ajenos, pero no ingenuos, acompañamos en su lucha y en su protesta al pueblo paraguayo", decía, apoyando la causa nuestra que retumbaba con marchas que justamente coincidieron con su llegada, en referencia a la protesta ciudadana como resistencia a los senadores que votaron en contra del desafuero de Víctor Bogado.

La velada no terminaría ahí. Todavía faltaba mucho más. Y Andrés lo sabía. La complicidad generada entre el artista y su público era absoluta y el clímax soñado llegó. "Te quiero igual" hizo estallar a la multitud, cantándola a coro con toda la platea, llegando a la simbiosis perfecta con un arsenal de hits inagotables que en Calamaro ya son habituales, pero que vistos con detenimiento no dejan de ser un montón. A este final se sumó un emotivo saludo a Charly García, que la noche anterior fue hospitalizado en Bogotá, enviando un deseo de recuperación al son de "Cui-de-sé, Charly cuidesé", coreado al unísono por todos los presentes.

Y nuevamente estalló la bomba. Uno de esos himnos, la canción emblema que es banda sonora de un estilo de vida que trata de ir siempre contra la corriente. Calamaro obsequió a sus fanáticos una excelente interpretación de "El Salmón", para saltar, sin pausa, a un hit generacional: "Sin documentos", ese tema grabado en 1993 y que significó la masividad de los años dorados de "Los Rodríguez", con una impecable presentación desde la batería de Sergio Verdinelli, que al final incluyó una pequeña estrofa, un fragmento de aquel clásico de Rubén Blades, que Calamaro versionó en el 2004, luego de su regreso magistral a los escenarios, en su disco tributo llamado "El Cantante".

La complicidad con sus seguidores era notable. Admiraba el porro de alta calidad que se produce acá: "Nuestra bandera verde...", pregonaba y seguía la seducción con su público mientras recibía ofrendas de todo tipo (indecibles, aunque fumables), hablaba del "tereré bien frío" y la tentadora propuesta de tomarse uno a orillas del río. Y así regaló su ya conocido final interpretando el emblemático tango de Carlos Gardel "Volver". ¡Otro emotivo momento!


Asimismo, y sin detenerse, a modo de medley, continúo con otro de sus himnos, el que lo catapultó en lo más alto del estrellato, una vez más y como no podía ser de otra manera, Mónica volvió a estar presente en su vida, pero esta vez solo en los versos de esa "Flaca", a la que pide que no le clave sus puñales por la espalda, la "Flaca" que se tatuó en el antebrazo hace como quince años. Esta canción estalló en su máximo punto de ebullición y un coro de seis mil almas extasiadas de deseo, con ganas de más, ya que dos horas de show no serían suficientes para compensar más de 30 años de éxitos.

Pero con todo eso, la cúspide no llegó hasta que sonó la eternamente emotiva "Paloma". Y las lágrimas no cesaron. Esa balada infinita y surrealista que inspiró profundamente a unos cuantos, dejándolos con más de un lagrimón (verídico esto, lo ví con mis propios ojos, tanto en hombres como en mujeres). Y así, con imágenes de dstintos momentos de su carrera, que recorrían las pantallas gigantes, Andrés se despedía de un público que no dejaba de clamar por él. Mientras culminaba la sublime canción con fragmentos de "No woman no cry", de Bob Marley. Así se fue alejando del escenario junto a sus músicos. Pero no tardaría en volver.

Y así, ante los incesantes gritos de calidez de un público que se rendía a sus pies, Calamaro regresó para el encore, volviendo a pisar el escenario mientras el pedestal del micrófono volvía a cobrar protagonismo al atar a él una bandera paraguaya. Volvió al ruedo y acarició a todos donde más les gusta. 

El show que hasta ese momento se había tornado en algo mágico... Tenía que tener un cierre a lo Calamaro. Bestial... Salvaje... Potente... Rompiendo esquemas y yendo (cómo no) contra la corriente. Así volvíamos al pasado más brillante del Salmón, mientras sonaba la enérgica y rockera elevada a la enésima potencia "Alta Suciedad", que teniendo en cuenta la situación actual del país, nunca antes fue mejor empleada. La fuerza de este tema plagada de arrolladores solos de guitarra, llegando al pleno del éxtasis, daban fuerza a una noche espectacular que irremediablemente llegaría a su final.

Y el show de ensueño terminaba como lo que parecía ser, un sueño. Y una vez más desplegó su facilidad para expresar tanto en canciones tan profundas. Para el final quedó la emotividad de estadios al ritmo de "Los chicos", dedicada a aquellos "ämigos ausentes", irónicamente una canción en la que un ateo confeso, duda de la existencia de Dios y la posibilidad de vida más allá de la muerte. Ya decíamos, a este show no faltó nadie y dando la espalda a un público delirante, el Cantante saludó con este homenaje a esos "amigos que se fueron primero", y cuyos rostros aparecían en pantalla. Y así iban pasando Julián Infante, Federico Moura, Guillermo Martín, Pappo Napolitano, Adrián Otero, Alberto Olmedo, Carlos Gardel, Luca Prodan, Pantaleón Piazzolla, Rodrigo Bueno, Sandro, Miguel Abuelo y Luis Alberto Spinetta. Estos fueron solo algunos de los chicos a los que nunca dejó en el olvido.


Para el final quedó el homenaje a Gustavo Cerati y Soda Stereo, ¡y qué homenaje! Lo recordó con una breve pero sólida versión de un fragmento de "Música ligera", que generó la ovación del público, y logrando un quiebre de éxtasis total, tanto arriba como abajo del escenario.


"¡Gracias, Paraguay, gracias!", expresaba un emocionado Calamaro, al borde de las lágrimas. Parecía que todo se venía abajo, como escribiría él después con su puño y letra, pero "en el más bendito de los sentidos". Se abrazaron con sus músicos, extendieron la bandera paraguaya, que besó, para luego cubrir su rostro con sus manos, como rehusándose a llorar, y después besar el suelo en señal de agradecimieto.


Este suelo, que una vez más demostró el respeto y la admiración a un artista de este tamaño, que continúa nadando a contracorriente. Una estrella totalmente entregada, que durante dos horas dio más de lo que pudo, ofreciendo un show donde no faltó nada. Su #BohemioTour trajo rock, reggae, tango, cumbia, balada y milonga en una noche en la cual rindió homenaje a todos, desde el Flaco Spinetta hasta Bob Marley, Mick Jagger y Lou Reed. Dos horas de show, en que Andrés se hizo querer cada vez más con su carisma y su predisposición. Dos horas de show, que nunca serán suficientes para quedarnos con todos sus éxitos en forma de recuerdos grabados en la memoria. Dos horas que no sabemos si alcanzarán para paliar otro par de años de su ausencia.

En una noche diáfana y perfecta, como para poner en práctica el rock en vivo y al aire libre, Calamaro se llevó flores y aplausos de un público que no esperó a que él se fuera, y que ya estaba pidiendo su vuelta. Ese es Andrés, tan vigente como siempre, tan de ir a contracorriente. Tan acompañado de un multitudinario coro que lo siguió en cada frase, en cada gesto, en cada palabra, en cada canción. La complicidad fue total, como el resto de la noche y como en cada visita que el Salmón hace a tierra guaraní.


martes, 19 de marzo de 2013

Amor light y el mito de las medias naranjas


Si no estás dispuesto a morir de amor, dejá nomás, no te molestes. No me conformo con menos.


Estoy cansada de los amores fallidos, de intoxicarme con desencuentros propios y ajenos, y luego querer buscar la forma de purificar mi fe.

No sé si la soledad estará subestimada o qué. Pero me resulta increíble cómo somos capaces de pasarnos pidiendo al Hada Madrina que nos mande al príncipe azul, verde, colorinche o a motas, haciendo mil y una promesas solo para que “ÉL” aparezca.

Definitivamente, las mujeres tenemos algo de masoquista. Pareciera que se volvió una necesidad eso de que el amor siempre tenga un toque de dramatismo, como si se tratase de algo esencial.

O sino, ¿por qué si es que estamos tan bien solas queremos llamar al ex o buscamos la forma de cruzárnoslo sabiendo que nuestro corazón sigue diseminado por el piso y que volver a verlo sólo implicaría más tiempo en la sala de terapia intensiva?

¿Por qué nos empecinamos en querer hacer encajar lo que no encaja, pegar lo que ya está roto, recomponer lo que ya fue remendado?

¿Por qué nos autocondenamos?

Teniendo esa maldita costumbre de querer hacer cambiar al otro, creyendo ilusamente que el amor todo lo puede, obligándolo a decir lo que no dijo nunca, que repita a cada momento lo que queremos escuchar o hasta que nos mienta con tal de darnos el gusto.

En mi ingenuidad, tal vez, es pecado preguntarme si el amor verdadero, ese que perdura, ese que crea, ese que comparte y que respeta, ese que tolera, ese que confía… ¿No debería fluir de una manera mucho menos perjudicial para la salud?

¿Qué es eso de conformarnos con medias naranjas? Exigiendo, pidiendo, suplicando e implorando que se nos cumpla al menos de una manera mínima. Uno come porque tiene hambre, fuma porque tiene ganas y si no tiene cigarrillos los va a comprar a la despensa llueva, truene o relampaguee. SI QUIERE LLAMAR, LLAMA. Es así de simple. No es tan complicado, ¿o sí?

Basta de usar excusas y justificativos como:
-No tuvo tiempo.
-Está con mucho trabajo.
-No tiene saldo.
-Está estresado.
-Está muy ocupado y,
-Bla bla bla.

El que quiere hacerlo, simplemente lo hace. Y el que no, no.
-Y si pudo comer,
-Dejar de laburar 5 minutos para prepararse un café,
-Ir al baño y,
-Tomar un vaso de agua… También pudo tomarse un minuto para mandar un mensaje de buenos días, un mail de saludo o pegar una llamada solo para saber cómo estás.

¿Por qué tenemos que conformarnos con medias frases, medias salidas, medias presencias, medias palabras, medias tintas, medias relaciones o lo que es peor, medias naranjas? De todas las mitades remendadas, jamás podría salir un entero que valga la pena.


Ya sé. La respuesta es simple: No nos gusta asumir que ese que nosotras elegimos ya no tiene ganas de vernos ni de dejar algunas cosas de lado a cambio de estar con nosotras. Lo que muchas no conseguimos entender de una buena vez es que estar prendidas a la idea de que eso ocurra “algún día” no hace que las cosas cambien y solamente nos resta tiempo y energía.

Cuando nos leían La Cenicienta sabíamos que el clímax del cuento venía cuando aparecía el protagonista masculino a rescatar a su amada, dejando en segundo plano a la carroza, el castillo y hasta a las hermanastras malvadas. Lo que importaba a fin de cuentas era el beso salvador y el zapatito de cristal en manos de ese maravilloso caballero. Así también nos hacían de niñas. Sabíamos que de nada le servía a la Barbie ser rubia, esbelta y tener un auto rosa descapotable si no tenía al Ken.

Nuestras abuelas enseñaban que la mujer se despojaba de todo solo para ser amas de cama y criar a los hijos, mientras el hombre era quien salía de casa a traer el pan de cada día. ¿Y pensaban que hoy, en pleno siglo XXI, podríamos mantenernos a flote con esas creencias?

Sí, hoy día la soledad está subestimada.

Deberíamos desprendernos de los amores ecológicos, de esos amores livianos como el plástico. Desterrar de nuestras vidas amores reciclables envueltos en papel diario. Ya no más amores de bajo consumo, que controlen el uso de energía. Busquemos amores sin aditivos ni conservantes. Amores que no inviertan en el envase y descuiden el contenido.

Deberíamos decidirnos a dejar de ser la sobra de ese tiempo que queda entre el trabajo y su próxima actividad extracurricular. Y olvidarnos de ese amor que muchas veces nos cansamos de mendigar y debemos empezar a buscar merecernos. Mientras olvidamos los miedos que nos paralizan frente a la posibilidad de que algo bueno suceda y sobre todo creer… Creer que existe otro que esté dispuesto a querernos y cuidarnos bien, para que al fin la felicidad nos explote en las manos como una granada.

Hace poco leí en un blog que frecuento, últimamente más de la cuenta, una frase que me gustó y que a partir de hoy decido aplicar a mis citas favoritas: “Si no estás dispuesto a morir de amor, dejá nomás, no te molestes. No me conformo con menos”.


No es muy difícil entregarse, cuando sabes que del otro lado vas a recibir lo mismo. ¿O me equivoco?

Ya decía Serrat: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.

Me cansé de reciclar amor. Claro que una siempre puede flaquear. Justamente por eso lo escribo, para tenerlo a mano en caso de emergencia.


#esonomásqueríadecir.

domingo, 24 de febrero de 2013

Hablemos de amor




Definitivamente el amor me inspira… Y también el desamor.

Por eso hoy vamos a hablar de amor. De lo inexplicablemente difícil que es el amor.

Como creo que nunca antes lo había hecho, esta vez decidí abrir mi corazón y esparcir el contenido sobre la mesa como quien voltea una cartera como buscando un peine, el celular o un labial. Lo que encontré es tanto sentimiento colgando sobre el mantel que me sorprendió. Emociones demasiado desordenadas y un caos en los afectos, como si se me hubieran ido apilando descontroladamente sin pedir permiso, en un rincón de mi ser.

Mientras más contemplaba la escena más me convencía de lo acostumbrada que estaba al alboroto interior. Puedo darle mil vueltas al asunto, pero al final siempre llego al mismo resultado: el amor no es matemático. Y lamentablemente, no hay forma de hacerlo cambiar. Así fue que decidí juntar todo y dejarlo como estaba.

En plena revolución interior y en ese intento de patear el tablero una y mil veces, recién, después de que ya pasara todo ese preparativo pre y post San Valentín, me detuve a pensar en el amor y a repasar mentalmente todo lo bueno y lo malo.

¿Y qué fue lo que descubrí? Ese lado del que no hablan los cuentos de hadas ni las mamás y abuelas que intentan casarte. Ese lado lleno de esfuerzo y desafío constante, de entrega, de construir día a día ese lazo tan fuerte que sea capaz de sostener las piezas de forma a que no se desmorone lo construido.

Y es que parece tan lejano aquel tiempo en que creía que encontrar a alguien compatible era tarea fácil… Como esa época de la adolescencia en que era sencillo salir de un noviazgo y meterse en otro con total comodidad. Aunque nunca haya sido mi caso. Bueno, sí me enamoré varias veces, pero nunca fui de la premisa de que “un clavo saca a otro clavo”. Para mí las relaciones jamás fueron así de simples. Ni siquiera mi relacionamiento con las personas lo era. Mi idea del “enamoramiento” siempre se trataba de ir más allá. Y hoy veo que quizás ese fue el error, encontrar siempre en la persona que me gustaba algo de qué enamorarme.

Lo irracional –y algo gracioso- de todo esto es que a pesar de tomar nota de los errores cometidos, nunca hay garantías de que no vuelva a sucederme. Una no siempre aprende la lección. Aunque en todos los aspectos de mi vida intente demostrar cordura, control y seriedad… El amor siempre hizo una excepción conmigo.

No hay lógica alguna, pero tampoco veo maneras de minimizar los riesgos, y a pesar de los años sé que vuelvo a sentirme desprotegida y sin avales.

Arriesgarte a conocer a alguien es como jugar a las cartas sin sáber cuáles oculta tu contrincante, es como entregarte a lo desconocido con el miedo siempre de no salir ilesa, es como encontrarte con una posibilidad de una nueva cicatriz justo sobre aquella que recién estaba terminando de sanar.

Hay cincuenta por ciento de posibilidades de que salga bien, cierto, pero también hay otras cincuenta de que nos devuelva al mismo punto de partida, ahí donde arrancamos, donde todo empezó, solo que esta vez con muchas menos fuerzas que cuando salimos al encuentro.

No quisiera creer que el amor solo se trata de más desencuentros que de encuentros, y prefiero creer que algún día va a terminar dejándonos con las manos llenas y el corazón ensalzado de alegría.

Hoy creo que el amor es una apuesta. Sí, eso. Una apuesta. Cuanto más ponés sobre la mesa, más podés ganar, pero también se puede perder… Es como en la guerra. Y quizás sea eso lo que lo hace tan apasionante. El punto es que a veces te termina por cansar. Sobre todo cuando se termina una relación y hay que pensar que en algún momento habría que empezar de cero con alguien nuevo, y si es mejor, vamos a decir que el anterior era un plomazo. Y si es peor, al menos nos quedaríamos con el consuelo de que del anterior ya nos conocíamos las mañas y sabíamos qué sabor de pizza le gustaba (pepperoni).

En ese momento todo volverá a ser nuevo, hasta el entusiasmo y las ganas. Aunque lo ideal sería saber cuándo ‘el nuevo’ se va a transformar en el ‘para un buen rato’ o lo que es mejor aún, en el ‘para siempre’. 

Y acá me encuentro visualizando ante la mínima sospecha de que una relación va camino a oxidarse, malgastando energías frente a un teléfono que no va a sonar, colocándome en el umbral de la espera de una señal de un otro que ya no sé si quiera mandármela.

¿Será que no aprendí nada del amor? A lo mejor no lo suficiente.

En fin, amigas, vamos a hablar de amor, de ese amor que nos cuesta tanto.

Mientras tanto, pareciera que el camino es una suerte de ensayo y error. 

Por lo pronto, yo vengo reprobada en materia de amor.