Definitivamente el amor me inspira… Y también el desamor.
Por
eso hoy vamos a hablar de amor. De lo inexplicablemente difícil que es el amor.
Como
creo que nunca antes lo había hecho, esta vez decidí abrir mi corazón y
esparcir el contenido sobre la mesa como quien voltea una cartera como buscando
un peine, el celular o un labial. Lo que encontré es tanto sentimiento colgando
sobre el mantel que me sorprendió. Emociones demasiado desordenadas y un caos
en los afectos, como si se me hubieran ido apilando descontroladamente sin
pedir permiso, en un rincón de mi ser.
Mientras
más contemplaba la escena más me convencía de lo acostumbrada que estaba al
alboroto interior. Puedo darle mil vueltas al asunto, pero al final siempre
llego al mismo resultado: el amor no es matemático. Y lamentablemente, no hay
forma de hacerlo cambiar. Así fue que decidí juntar todo y dejarlo como estaba.
En
plena revolución interior y en ese intento de patear el tablero una y mil
veces, recién, después de que ya pasara todo ese preparativo pre y post San
Valentín, me detuve a pensar en el amor y a repasar mentalmente todo lo bueno y
lo malo.
¿Y
qué fue lo que descubrí? Ese lado del que no hablan los cuentos de hadas ni las
mamás y abuelas que intentan casarte. Ese lado lleno de esfuerzo y desafío
constante, de entrega, de construir día a día ese lazo tan fuerte que sea capaz
de sostener las piezas de forma a que no se desmorone lo construido.
Y
es que parece tan lejano aquel tiempo en que creía que encontrar a alguien
compatible era tarea fácil… Como esa época de la adolescencia en que era
sencillo salir de un noviazgo y meterse en otro con total comodidad. Aunque nunca
haya sido mi caso. Bueno, sí me enamoré varias veces, pero nunca fui de la
premisa de que “un clavo saca a otro clavo”. Para mí las relaciones jamás
fueron así de simples. Ni siquiera mi relacionamiento con las personas lo era. Mi
idea del “enamoramiento” siempre se trataba de ir más allá. Y hoy veo que
quizás ese fue el error, encontrar siempre en la persona que me gustaba algo de
qué enamorarme.
Lo
irracional –y algo gracioso- de todo esto es que a pesar de tomar nota de los
errores cometidos, nunca hay garantías de que no vuelva a sucederme. Una no
siempre aprende la lección. Aunque en todos los aspectos de mi vida intente
demostrar cordura, control y seriedad… El amor siempre hizo una excepción
conmigo.
No
hay lógica alguna, pero tampoco veo maneras de minimizar los riesgos, y a pesar
de los años sé que vuelvo a sentirme desprotegida y sin avales.
Arriesgarte
a conocer a alguien es como jugar a las cartas sin sáber cuáles oculta tu
contrincante, es como entregarte a lo desconocido con el miedo siempre de no salir ilesa, es
como encontrarte con una posibilidad de una nueva cicatriz justo sobre aquella
que recién estaba terminando de sanar.
Hay
cincuenta por ciento de posibilidades de que salga bien, cierto, pero también
hay otras cincuenta de que nos devuelva al mismo punto de partida, ahí donde arrancamos,
donde todo empezó, solo que esta vez con muchas menos fuerzas que cuando
salimos al encuentro.
No
quisiera creer que el amor solo se trata de más desencuentros que de
encuentros, y prefiero creer que algún día va a terminar dejándonos con las
manos llenas y el corazón ensalzado de alegría.
Hoy
creo que el amor es una apuesta. Sí, eso. Una apuesta. Cuanto más ponés sobre
la mesa, más podés ganar, pero también se puede perder… Es como en la guerra. Y
quizás sea eso lo que lo hace tan apasionante. El punto es que a veces te
termina por cansar. Sobre todo cuando se termina una relación y hay que pensar
que en algún momento habría que empezar de cero con alguien nuevo, y si es
mejor, vamos a decir que el anterior era un plomazo. Y si es peor, al menos nos
quedaríamos con el consuelo de que del anterior ya nos conocíamos las mañas y
sabíamos qué sabor de pizza le gustaba (pepperoni).
En
ese momento todo volverá a ser nuevo, hasta el entusiasmo y las ganas. Aunque lo
ideal sería saber cuándo ‘el nuevo’ se va a transformar en el ‘para un buen
rato’ o lo que es mejor aún, en el ‘para siempre’.
Y acá me encuentro visualizando ante la mínima sospecha de que una relación va camino a oxidarse, malgastando energías frente a un teléfono que no va a sonar, colocándome en el umbral de la espera de una señal de un otro que ya no sé si quiera mandármela.
¿Será que no aprendí nada del amor? A lo mejor no lo suficiente.
Y acá me encuentro visualizando ante la mínima sospecha de que una relación va camino a oxidarse, malgastando energías frente a un teléfono que no va a sonar, colocándome en el umbral de la espera de una señal de un otro que ya no sé si quiera mandármela.
¿Será que no aprendí nada del amor? A lo mejor no lo suficiente.
En
fin, amigas, vamos a hablar de amor, de ese amor que nos cuesta tanto.
Mientras
tanto, pareciera que el camino es una suerte de ensayo y error.
Por lo pronto, yo vengo reprobada en materia de amor.
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