lunes, 30 de agosto de 2010

Almas pasajeras en un purgatorio

Un avión se estrella y solo sobreviven cinco pasajeros que sufren de un stress post traumático. La encargada de tratar a estos supervivientes es la doctora Claire Summers, una joven e inteligente psicóloga que luego de escuchar las versiones de sus pacientes acerca del accidente, comienza a dudar de la versión oficial, y se entera de que si fuese una falla mecánica y no humana, como se empecina en declarar la compañía, la misma perdería millones de dólares e incluso podría ser cerrada. Un paciente, Eric Clark, se rehúsa a ser tratado como tal y le pide a la psicóloga que lo visite a su casa para hablar con él. El tratamiento se complica cuando Claire pasa la “línea de ética”. Una caricia en el pelo aquí, otro piropo por ahí, una invitación a intimar por allá… Todo bajo la paradoja de una broma. Y la doctora Summers empieza su investigación luego de que el hombre sospechoso que andaba persiguiéndola a ella y a sus pacientes confiesa haber estado en el accidente y sin embargo, no figura en la lista de sobrevivientes.

Passengers es un trhiller psicológico estrenado en el 2008. Escrito por el desconocido Ronnie Christensen. Empieza por parecerme interesante desde su director, el colombiano Rodrigo García, hijo mayor del Gabo. Sí, del escritor Gabriel García Márquez. Y cualquiera que haya leído algún libro del Gabo, sabrá distinguir que esta película, particularmente, lleva de alguna forma su sello.
*Pueden seguirlo con su último film, Mother and child, con Naomi Watts y Samuel Jackson.

La película se presta a varias interpretaciones. Y a más de uno le dejará con un trago amargo. No es para cualquiera un thriller psicológico de esta índole. Que empieza por narrarnos una historia, para había sido terminar dándonos cuenta de que estaba narrando otra.

“No hay cielo que contenga un poco de infierno”, se menciona en la primera página del libro El Gran Divorcio: Un sueño de C. S. Lewis, en el que, en cierta manera, intenta explicar lo que podría ser el purgatorio. En cierto sentido, no todos los mortales creen en el purgatorio, ¿verdad? Para muchos no es más que una invención e imposición de la Iglesia Católica. Sin embargo, resulta algo de lo más racional. No sé si haya vida después de la muerte, lo más probable es que exista ese estado transitorio de purificación y expiación en que las personas muertas que cometieron pecados que no hayan sido personados, puedan depurar sus almas.
Después de buscar algo más que vaya más allá del argumento en sí de la película, llegué a la conclusión de que los sobrevivientes del vuelo están claramente, en un purgatorio. En realidad, las personas que aparecen alrededor de la película están todas muertas. La primera prueba es el perro de Eric, que murió cuando él tenía seis años y al que ahora solo él puede ver y escuchar sus ladridos. Lo segundo, también tiene que ver con Eric, cuando se pone en las vías frente al tren.

Volviendo al tema del purgatorio. Solo calza como un lugar donde uno está hasta que se va al cielo, para purgar los pecados que no fueron sanados antes de morir. Eric con su perro y con su abuelo. Shannon con sus padres que murieron cuando ella tenía 6 años. Y Claire con el señor Percy y su tía Toni.

Claire estaba peleada con la hermana desde hacía meses, por no coincidir en modo de pensar ni de actuar. Por tal motivo, sentía que ese era el momento de purificar esa culpa con una carta que la doctora quería enviarle a su hermana y que ésta encuentra al final de la película. De esta forma, podría salir del purgatorio.

Summers estaba muerta, y la ilusión creada alrededor de los pacientes y el misterio de la aerolínea solo se resuelve con Arkin, el representante de la línea aérea que se presenta ante ella olvidando el maletín –seguramente adrede- con la lista de pasajeros. Y así descubre por sí misma que ella abordaba ese avión y que en efecto no hubo ningún sobreviviente a ese accidente. Y que no hubo más culpables que el mismísimo Arkin.

La película no es de las mejores que he visto. Tiene a su favor el fugaz sello del Gabo. Y sobre todo, que da para pensar. No se trata del viaje que embarcan los personajes, ni del romance que une a los protagonistas. Esto no es más que para dar fuerza al argumento. Este filme trata más de recordarnos que nosotros somos quienes elegimos cómo nos sentimos acerca de nuestras vidas. Mientras no podemos controlar lo que pasa a nuestro alrededor, sí podemos controlar nuestra relación con las circunstancias y con las personas.

Y eso es lo que nos muestra la película. Que apenas comienza y no va a tardar en colisionar con un giro explosivo del destino. ¿Acaso en la vida real no pasa lo mismo?

lunes, 23 de agosto de 2010

Desencuentros

Cada vez que me intoxico con desencuentros ajenos, me cuesta purificar nuevamente mi fe.
Ese eterno desencuentro que se repite una y otra vez y que pasó a ser como estigma de estas épocas.
Hay amores fallidos.
Tengo a mi lado a amigas que se inyectan paciencia para esperar el llamado del que prometió hacerlo. Que lustran el recuerdo de esa cara que hace tiempo no ven solo para conservar al menos el registro de algún gesto que las conquistó. Deshidratan lágrimas frente al espejo y ante un silencio que agiganta las propias soledades y que achican autoestimas.

Hay desencuentros detestables, que parecen inevitables y que se vuelven imposibles asimilarlos en silencio.

En lo que va del año, tengo ganas de ponerme a contar cuántas veces ya escuché el famoso “no me llamó más”, o “me dice esto pero todavía sigue con ella”. Me hacen perder la fe, esos amores que nacen en verano, bajo un florido lapacho a la orilla de un lago y con los pies llenos de arena. Esos amores que habían muerto antes de nacer, desde aquel “nos vemos” o “te llamo” que nunca pasaron, desde ese abrazo a medio dar y desde los besos que se atoraron en la garganta por no saber hacia dónde ir.

Me pregunto si los hombres están anestesiados o si ingirieron alguna píldora anti flechazos de Cupido. Parecen sufrir menos que nosotras, y lo digo porque todas estas quejas generalmente salen de los labios de mujeres que esperan la reaparición de ese que prometió llamar y no cumplió. Sin embargo decidí concluir que el dolor de ellos es silencioso y que quizás eso todavía duela más.

Quiero creer en la existencia de un amor sin conservantes ni aditivos. Que no sea de bajas calorías ni de bajo consumo que controle el uso de energía. Que no se preocupe por mi colesterol, invirtiendo en el envase y descuidando el contenido. Que no sea ecológico ni cosechado. Que no sea reciclable ni liviano como un plástico. Y que consiga que de a poquito el gris se vuelva luminoso, y se mezcle con los colores de la mirada del otro.

En tiempos de avances en materia de recursos y tecnologías, yo quiero retroceder. A tiempos en que mi idea del amor era bastante más simple y menos rebuscada. Rebobinar hasta ese momento en que desconocía que el encuentro entre un hombre y una mujer era tan difícil.

Ahora ya no hay ni llamado ni subtítulo que justifique la ausencia repentina que nos deja una filita de puntos suspensivos tatuados en cualquier parte. Nos hipnotizamos un tiempo mientras nos obligamos a descreer cualquier indicio de una nueva posibilidad.

Quiero entender qué es lo que pasa. Y encontrar así una explicación algo racional al síndrome del desencuentro. Y es que no veo lógica alguna que se aplique al amor, pero necesito descubrir al menos una causa hasta hoy desconocida del por qué estos generan tantas soledades particulares.

Si todos quieren dejar de estar solos, ¿por qué es tan difícil el encuentro?
Si a los ojos femeninos todos los hombres son iguales, ¿por qué nos cuesta tanto elegir uno?
¿Por qué nos empecinamos en buscar en la persona que nos gusta, algo de qué enamorarnos? Ahí está el primer error. Descubrir a alguien que nos atrae y que aunque todas las señales nos digan que no es el correcto, hurgar hasta encontrar algo que nos dé una razón aunque sea para creer nuevamente que es la persona indicada, la que nos vuelve a teñir de ilusiones la semana, la que nos devuelve las ganas de sonreír como idiotas en pleno desierto, la que nos regala una cuota de confianza y nos aleja de lo cotidiano. Y empezar de vuelta a alimentar ese círculo vicioso, de soñar que nos ganamos el comodín del año, volviendo a creer, y ahora, como las doscientas veces anteriores, que va a ser para siempre.

Desencuentro, una de las palabras más tristes del diccionario, un encuentro fallido, un llegar a destiempo, un ir a contramano. Dos calles paralelas que jamás se juntan, agua y aceite, corrosivo y explosivo, alfa y omega. Dos vidas intentando algo que no les sale, algo que no deja que suceda.

No quiero perder la esperanza. Pero cada vez me convenzo más de lo difícil que es construir algo de a dos. Sumar pasado, experiencias, mañas, miedos, temores y pedacitos de corazones esparcidos por el suelo, a causa de relaciones pasadas, nada de eso es tarea sencilla. Sin embargo, todavía creo que ha de valer la pena. Que podría ser la cura a esas viejas heridas y que tal vez, me permita nuevamente abrazar una vez más un futuro tan bello como incierto.

No quiero castillos de arena que el mar arrastre en un descuido. No entiendo cómo dejamos transcurrir las horas abrazados a nosotros mismos cuando sería mucho más lindo sentir de cerca el latido de un posible nuevo amor. Podría ser fallido, pero también podría ser el indicado. Mientras tanto, seguimos andando. Con el corazón bajo la manga y polvos de estrellas encarnados en nuestros sueños. Seguimos como si nada, pasando por ese camino que nos cruza junto a cientas de soledades parecidas a las nuestras.

Como diría Borges: Estoy solo y no hay nadie en el espejo. Mientras sigo andando, aferro mi soledad junto a esa copa de vino, e intento disfrutarla aún sin nadie del otro lado.




P.D.: Dedicado a mis amigos y amigas enamorados/as. Y a los que esperan volver a estarlo. Y sobre todo a Andrea, porque su historia me enseña que todavía me dan ganas de creer, pese a que las ilusiones se puedan romper una y otra vez ;)

lunes, 16 de agosto de 2010

A los traviesos que alguna vez fuimos

Hay días en que deseo volver a mi niñez, como si tal cosa lo consiguiera cruzando una puerta o saltando por la ventana. Ojalá fuera tan sencillo volver a lo que fui antes, como lo hizo Alicia cuando volvió diez años después al País de Maravillas. Una niña obstinadamente niña, tímida, juguetona, de dos colitas sujetadas con gomitas de caramelo, que hacía más juegos de nenes por vivir rodeada de ellos.

Las idas, venidas y caídas cuando empezaba a andar en la bicicleta sin las dos ruedas de los costados, las muñecas que por aquel entonces formaban mi lote de fortuna más preciado y mi ingenio para inventar juegos de magia, de cocina, y lo que se me ocurriera. Esa niña introvertida, a la que le llegó tarde la rebeldía. Hay veces que quisiera volver a aquellos años en que la mayor preocupación era la merienda que cargaba mamá en mi merendero, o qué mentirilla piadosa diría en casa para que no me retaran por haber perdido un lápiz o no haber completado el cuaderno.

Esa niña que antes fui y esos niños que antes fueron mis hermanos, me recuerdan vagamente a Vallemí. Esa nena con peinadito taza y de ojos agigantados como animé que reía de oreja a oreja con las travesuras de su hermano y que admiraba fielmente las distintas facetas de papá. Que subía al transporte escolar teniendo en mente la única idea de llegar a casa de los abuelos para tomar la rica merienda que seguro la estaba esperando en la mesa. Que jugaba a las escondidas y saltaba a la cuerda. Que corriendo tras su compañerita se había golpeado la cabeza. Que se alegraba con solo recibir bombones y paletas de colores.

Todavía siento que hay mucho de su forma de mirar en mis ojos. Aunque hoy los mismos se me nublen por momentos, mientras se me anuda el pasado en la garganta. Y me dé un paseo por esa infancia que tanto añoro. Y que por un momento me hace no querer saber nada del mañana como si con el pasado me alcanzara.

Y ahí despierto. Y me doy cuenta que el ayer se empeña en alejarse cada vez más, que la niñez no se puede atesorar en un frasco y tirarlo al mar con la esperanza de volver a encontrarlo algún día cuando ya me haga adulta y me olvide de que alguna vez vestí ese cuerpecito con espíritu travieso y de risa fácil que sonreía por cualquier tontería.
Me pongo a pensar y creo ser la misma. O ya no. Las suelas de mis zapatos ya están gastadas y traté de cambiar muchas de mis tristezas por las grandes alegrías de aquella época, pero no me aceptaron la oferta. Prefirieron dejar las cosas como estuvieron siempre. Traje en las rodillas algunas de sus travesuras y hasta vino conmigo una cicatriz en la pierna que se me quedó por hacer una de las mías en uno de mis cumpleañitos. Está ahí hace como más de diez años, se quedó, no se fue… Y va a envejecer conmigo. Es un hecho que ya no soy esa niña, a mí se me van gastando las suelas, pero aquí estoy, continúo… Sigo entera y sí… También bien viva.

Quizás aún no haya vivido ni la cuarta parte de lo que está destinado para mí. Los años traen consigo cambios, días distintos, nuevas personas, e inimaginables experiencias. Sin embargo hay cosas que jamás se desvanecen del todo. Siempre encuentro la forma de transportarme a ese paraíso donde todo era color de rosa, donde el mundo terminaba hasta donde alcanzaban a correr mis piernitas y hasta donde mis manitos hallaban sus direcciones. Me transporto a esos lugares que siempre guardarán risas y travesuras, y donde podría encontrar algún pasadizo secreto donde guardar mis recuerdos y mis sueños, pero quitando algunos de la cajita porque ya se hicieron hora de desempolvarlos y hacerlos realidad.

Hoy miro pasar mi infancia, la veo con nostalgia, y mi corazón da un vuelco cuando a la par veo pasar unas demoradas huellas y un agudo silencio, mientras busco por todos lados a un ser irremediablemente perdido. Sí, a la abuela.

Los años pasan demasiado rápido, sin que pudiéramos darnos cuenta de cuán capaces podríamos ser de extrañar al niño o a la niña que convivió con cada uno y cada una. La hemos perdido. Pero no quiero llegar a ser tan anciana para poder recuperarla del todo. Quiero hacerla entrar en mi mundo, sin rozar ni remotamente mis desencuentros.

Quiero volver a ver a los protagonistas de esa niñez dejada en el tiempo, pero que aún conservo dentro mío. Y sé que si me concedieran ese maravilloso regalo, los podría encontrar. Con más achaques a ellos, y con más desilusiones a mí. Pero con la seguridad de que aún puedo ser capaz de conmoverme con el emerger de una flor y las alitas desplegadas de una mariposa. De que puedo enternecerme aún con un niño que no tuvo las mismas oportunidades de crecer en una familia y jugar como yo. O que puedo ser capaz de echar alguna lagrimita al ver a un pobre animalito maltratado. Quiero seguir sintiéndome capaz de conmoverme con lo mejor que la vida me regala, esas pequeñas cosas que me dan gran felicidad.

Ahora estoy acá, escribiendo estrofas quizás sin mucho sentido, sin dejar por completo de ser niña y sin ser completamente una mujer. Simplemente creciendo, queriendo enhebrar retazos de infancia y soldar fragmentos rotos para reconstruir mi historia. A la niña que alguna vez fui, nunca la dejaré ir. Y a pesar del tiempo, sigue ahí, la parte más grandiosa de ella se queda conmigo. Solo que sus berrinches ya no son tan constantes y su postura de la vida es mucho más consiente.

Felicidades para esa parte de todos y de cada uno de nosotros que siempre va a andar con pantaloncito corto y jugando en la vereda de la infancia. Muy a pesar del tiempo.

Porque sueño que todos lo seguimos llevando muy adentro.







P.D.: Esta entrada inspiraron dos mujeres sobre todo, la primera Raquel Saguier, después de leer La niña que perdí en el circo entendí que esa búsqueda de la infancia, es eterna, siempre queremos regresar ahí. Y entendí que es lo que nos mantiene vivos. Sí, es cierto. Todos llevaremos hasta la muerte a ese niño adentro. La segunda, Jane Austen, leerla a ella (con quien comparto filosofía y me encanta sentir que vivo sus historias) me hace creer que siempre se puede cumplir un sueño, manteniéndose firme en los principios de una. El resto lo inspiró mi abuela y mi inquebrantable niñez y lo que recuerdo de la infancia de mis hermanos. Todo lo demás lo inspiró el espíritu infantil de todos mis amigos, de todos aquellos que alguna vez fueron niños y de los que por hoy, aún se sienten uno de ellos :)

martes, 3 de agosto de 2010

Fidelidad

Leía le entrada de una amiga blogger y me quise poner de pie para aplaudirla, muy a pesar de no compartir su opinión. Decía que si un hombre está con varias mujeres a la vez, es un ganador, y se cuestionaba que si una mujer estaba con varios hombres a la vez, ¿sería una ganadora? Muy probablemente si le preguntás a un machista qué opina, te vaya a decir que es una “trola” o una bandida. Sin embargo, hay quienes no lo son y asumen que es una actitud coherente y hasta “perfecta”.

Quise objetarla, con todos los respetos debidos, claro está. No sé si tenga tantos argumentos como ella para retrucar por qué aún creo en la fidelidad, pese a que hoy día la misma no pasó a ser más que un mito. Sí, señores. Llámenme tonta y con una idealización absurda. Pero para mí, la fidelidad junto a la confianza, siguen siendo las bases fundamentales para una relación. Particularmente cuando siento algo de verdad por alguien, tengo ese afán de entregarme en alma a esa persona (pareja, familia, amigos). Y tal vez ese sea el motivo por el que hoy me volví menos demostrativa. Las experiencias me habrán enseñado a no dar demasiado hasta no sentirme retribuida en una milésima parte.

Hasta que se cayó el altar en el que tenía a un amigo que estando de novio, también salía con mi amiga. Se excusaba diciendo que estaba confundido, que estaba enamorado de mi amiga, pero que no quería lastimar a su novia, que era una conflictiva explosiva. Y lo que empeora las cosas es que yo también conozco a la novia, es decir, tengo conocimiento extenso del triángulo amoroso. Y a partir de ahí empecé a estudiar la situación. No soy quién para meterme, pero ante todo voy a defender a una amiga que conozco hace más de 5 años que a un amigo que por más que me haya demostrado en poco tiempo el gran valor que tiene, se haya equivocado tan mal y se haya portado de la misma manera que siempre le confesé que odiaba que los hombres lo hicieran conmigo, jugando con los sentimientos de una chica enamorada e idiotizada, porque si hay algo que nadie me quita de la cabeza es que por lo general, el amor idiotiza.

En fin. El tema es que sí creo en la fidelidad. Y así como el pilar de mi filosofía es creer que todo lo malo me ayuda a crecer enormemente como persona, también creo firmemente que las relaciones (o intentos de relaciones) fallidas que tuve (y que tenga) en mi vida, no son más que una manera de prepararme y fortalecerme para cuando llegue la persona correcta. Uno aprende, en el camino, bajo el sol, en una puerta, a lado de una persona y aún distanciada de otra, que uno aprende a ver cuánto valoramos lo perdido (ley universal de la vida). Por lo tanto de las personas que pasen por nuestras vidas, sin importar el tipo de relación que nos una o cruce nuestros caminos, todos, absolutamente todos, dejan alguna huella. Y en el caso de las parejas nos preparan para recibir al indicado.

Claro, mientras, chicas, no pierdan la oportunidad y en espera al hombre correcto, disfruten del equivocado. Pero insisto, todos crecimos con valores y principios. Irónico, cierto. Que una persona en constante contrariedad con los rituales y demás les hable de valores. Pero no hablo de la moral cristiana, sino de valores humanos. Todavía creo en la fidelidad. Y pese a la gran controversia de la liberación femenina (maldita a veces, bendita otras), todavía creo en que en algún recóndito sitio de este universo existen hombres y mujeres que piensen como yo.

Creo en el amor, creo en las bases de una relación, en la paciencia (pese a que el Ser Supremo no me la dio como mi mejor virtud), en el diálogo, en la confianza, en el perdón (pese a mi orgullo a veces desmedido) y en la fidelidad, desde luego.

Tengo mis principios y mi carácter. Sería justo pedir que a la siguiente persona que me venga a buscar le diga que debe adaptarse a eso sin alternativa alguna. Por favor, eso no es amor. Amor no es simplemente aceptar al otro tal cual, es encontrar esa capacidad de complementarnos de a dos, de crecer juntos, de ceder e ir aprendiendo que la perfección no es lo que queremos en una persona, sino lo que la misma nos hace sentir.

Ya no sé ni lo que digo. No me corten la ilusión, por favor les pido. Aún en estos tiempos todavía quiero que alguien me abra la puerta cuando voy a pasar o cuando voy a subir al auto, que corra la silla cuando me voy a sentar, que me mande flores, me envíe cartas, me escriba poemas, que me dé serenatas en la ventana. Que me haga ver que soy especial e importante… Y sí, única en su vida. ¿Tan difícil es la fidelidad? Pregunto, ¿por qué hoy importan más los deseos carnales que las caricias, los besos tiernos, el jugueteo con el cabello del otro, el roce de manos y el dibujar el rostro del otro con los dedos? ¿Por qué no pueden simplemente entender que además de estar lindas por fuera, necesitamos sentirnos bellas y amadas? Que más que un objeto de placer, queremos sentirnos también deseadas por el cariño y los afectos que podamos hacerles sentir.

Lo que sí, pese a mi feminismo, ¡déjenme que todavía crea en los caballeros!

Y en la fidelidad también.





P.D.: Dedicado a quienes creían que era una insensible y cero idealista.