lunes, 16 de agosto de 2010

A los traviesos que alguna vez fuimos

Hay días en que deseo volver a mi niñez, como si tal cosa lo consiguiera cruzando una puerta o saltando por la ventana. Ojalá fuera tan sencillo volver a lo que fui antes, como lo hizo Alicia cuando volvió diez años después al País de Maravillas. Una niña obstinadamente niña, tímida, juguetona, de dos colitas sujetadas con gomitas de caramelo, que hacía más juegos de nenes por vivir rodeada de ellos.

Las idas, venidas y caídas cuando empezaba a andar en la bicicleta sin las dos ruedas de los costados, las muñecas que por aquel entonces formaban mi lote de fortuna más preciado y mi ingenio para inventar juegos de magia, de cocina, y lo que se me ocurriera. Esa niña introvertida, a la que le llegó tarde la rebeldía. Hay veces que quisiera volver a aquellos años en que la mayor preocupación era la merienda que cargaba mamá en mi merendero, o qué mentirilla piadosa diría en casa para que no me retaran por haber perdido un lápiz o no haber completado el cuaderno.

Esa niña que antes fui y esos niños que antes fueron mis hermanos, me recuerdan vagamente a Vallemí. Esa nena con peinadito taza y de ojos agigantados como animé que reía de oreja a oreja con las travesuras de su hermano y que admiraba fielmente las distintas facetas de papá. Que subía al transporte escolar teniendo en mente la única idea de llegar a casa de los abuelos para tomar la rica merienda que seguro la estaba esperando en la mesa. Que jugaba a las escondidas y saltaba a la cuerda. Que corriendo tras su compañerita se había golpeado la cabeza. Que se alegraba con solo recibir bombones y paletas de colores.

Todavía siento que hay mucho de su forma de mirar en mis ojos. Aunque hoy los mismos se me nublen por momentos, mientras se me anuda el pasado en la garganta. Y me dé un paseo por esa infancia que tanto añoro. Y que por un momento me hace no querer saber nada del mañana como si con el pasado me alcanzara.

Y ahí despierto. Y me doy cuenta que el ayer se empeña en alejarse cada vez más, que la niñez no se puede atesorar en un frasco y tirarlo al mar con la esperanza de volver a encontrarlo algún día cuando ya me haga adulta y me olvide de que alguna vez vestí ese cuerpecito con espíritu travieso y de risa fácil que sonreía por cualquier tontería.
Me pongo a pensar y creo ser la misma. O ya no. Las suelas de mis zapatos ya están gastadas y traté de cambiar muchas de mis tristezas por las grandes alegrías de aquella época, pero no me aceptaron la oferta. Prefirieron dejar las cosas como estuvieron siempre. Traje en las rodillas algunas de sus travesuras y hasta vino conmigo una cicatriz en la pierna que se me quedó por hacer una de las mías en uno de mis cumpleañitos. Está ahí hace como más de diez años, se quedó, no se fue… Y va a envejecer conmigo. Es un hecho que ya no soy esa niña, a mí se me van gastando las suelas, pero aquí estoy, continúo… Sigo entera y sí… También bien viva.

Quizás aún no haya vivido ni la cuarta parte de lo que está destinado para mí. Los años traen consigo cambios, días distintos, nuevas personas, e inimaginables experiencias. Sin embargo hay cosas que jamás se desvanecen del todo. Siempre encuentro la forma de transportarme a ese paraíso donde todo era color de rosa, donde el mundo terminaba hasta donde alcanzaban a correr mis piernitas y hasta donde mis manitos hallaban sus direcciones. Me transporto a esos lugares que siempre guardarán risas y travesuras, y donde podría encontrar algún pasadizo secreto donde guardar mis recuerdos y mis sueños, pero quitando algunos de la cajita porque ya se hicieron hora de desempolvarlos y hacerlos realidad.

Hoy miro pasar mi infancia, la veo con nostalgia, y mi corazón da un vuelco cuando a la par veo pasar unas demoradas huellas y un agudo silencio, mientras busco por todos lados a un ser irremediablemente perdido. Sí, a la abuela.

Los años pasan demasiado rápido, sin que pudiéramos darnos cuenta de cuán capaces podríamos ser de extrañar al niño o a la niña que convivió con cada uno y cada una. La hemos perdido. Pero no quiero llegar a ser tan anciana para poder recuperarla del todo. Quiero hacerla entrar en mi mundo, sin rozar ni remotamente mis desencuentros.

Quiero volver a ver a los protagonistas de esa niñez dejada en el tiempo, pero que aún conservo dentro mío. Y sé que si me concedieran ese maravilloso regalo, los podría encontrar. Con más achaques a ellos, y con más desilusiones a mí. Pero con la seguridad de que aún puedo ser capaz de conmoverme con el emerger de una flor y las alitas desplegadas de una mariposa. De que puedo enternecerme aún con un niño que no tuvo las mismas oportunidades de crecer en una familia y jugar como yo. O que puedo ser capaz de echar alguna lagrimita al ver a un pobre animalito maltratado. Quiero seguir sintiéndome capaz de conmoverme con lo mejor que la vida me regala, esas pequeñas cosas que me dan gran felicidad.

Ahora estoy acá, escribiendo estrofas quizás sin mucho sentido, sin dejar por completo de ser niña y sin ser completamente una mujer. Simplemente creciendo, queriendo enhebrar retazos de infancia y soldar fragmentos rotos para reconstruir mi historia. A la niña que alguna vez fui, nunca la dejaré ir. Y a pesar del tiempo, sigue ahí, la parte más grandiosa de ella se queda conmigo. Solo que sus berrinches ya no son tan constantes y su postura de la vida es mucho más consiente.

Felicidades para esa parte de todos y de cada uno de nosotros que siempre va a andar con pantaloncito corto y jugando en la vereda de la infancia. Muy a pesar del tiempo.

Porque sueño que todos lo seguimos llevando muy adentro.







P.D.: Esta entrada inspiraron dos mujeres sobre todo, la primera Raquel Saguier, después de leer La niña que perdí en el circo entendí que esa búsqueda de la infancia, es eterna, siempre queremos regresar ahí. Y entendí que es lo que nos mantiene vivos. Sí, es cierto. Todos llevaremos hasta la muerte a ese niño adentro. La segunda, Jane Austen, leerla a ella (con quien comparto filosofía y me encanta sentir que vivo sus historias) me hace creer que siempre se puede cumplir un sueño, manteniéndose firme en los principios de una. El resto lo inspiró mi abuela y mi inquebrantable niñez y lo que recuerdo de la infancia de mis hermanos. Todo lo demás lo inspiró el espíritu infantil de todos mis amigos, de todos aquellos que alguna vez fueron niños y de los que por hoy, aún se sienten uno de ellos :)

No hay comentarios:

Publicar un comentario