domingo, 17 de noviembre de 2013

El Salmón nadó en Paraguay a contracorriente



Si hay alguien que sabe de hits, ese es sin duda Andrés Calamaro. Un hombre que no conoce de términos medios: lo querés o lo odíás. Así de simple. Esto mismo genera su música, que a lo largo de los años ha ido experimentando con diferentes estilos, desde el rock pasando por el folklore y hasta la cumbia. Y eso fue justamente lo que vivimos el 16 de noviembre en el Court Central del Yatch y Golf Club, un popurrí musical con uno de los artistas más representativos del rock en español.

Después de más de 3 años de su última visita (mayo de 2010), Andrés Calamaro volvió a Asunción y dejó temblando a seis mil fanáticos que se agolparon para vivir una noche memorable y de entrega absoluta.

En una noche fresca, casi a orillas del río Paraguay y teniendo a la luna por testigo, todo parecía prestarse para vivir un show completo. Pasaban 5 minutos de las diez de la noche cuando cesaron las luminarias y la cuadrilla que acompaña al Salmón en "la mejor banda que formó en su vida" (según palabras textuales de él mismo), apareció en escena para permitir al Cantante renovar con su público paraguayo esa pasión y ese respeto que genera cada vez que pisa suelo guaraní.

Y así, vestido de impecable negro lograba que bajo ese contexto uno empezara a apreciar más que nunca a ese artista de lentes oscuros, y sonando los primeros acordes de esa balada rockera noventosa llamada "Mi enfermedad", Calamaro hacía su aparición sentado, ofreciendo un momento intimista desde su teclado y siendo coreado al pie de la letra por un público eufórico que no escatimó en arrancar la velada con pogos y alegría descontrolada.

La primera parte del show estaba marcada por su era Los Rodríguez y haciendo honor a su ex grupo español-argentino, detonó la bomba con "A los ojos" y la clase magistral de Julián Kanevsky en las seis cuerdas. Para luego llegar al corazón de más de uno con "Todavía una canción de amor", aquella eterna melodía que casi dos décadas atrás Andrés la firmara con el mismísimo Joaquín Sabina, como resultado de una admiración mutua reconocida públicamente. Y así se daría el inicio perfecto para un show que sería tan intenso como étereo y casi irreal.

Y hablando de intimismo, ahí estaba otra vez él, todavía aferrado a su piano Roland V descubriendo la balada más inmortal y rompecorazones de todas. "¿Sentiste alguna vez lo que es tener el corazón roto?". Y con "Crímenes perfectos" los gritos y coros estallaron el Court Central y las emociones a flor de piel no tardaron en aparecer.

"¡Muy buenas noches, Paraguay. Gracias, Asunción. Gracias, de verdad!", eran las primeras palabras de un artista a quien el complejo del Yatch le quedó chico y que veía con emoción a un público tan entregado.

Y así, luego de ese fugaz viaje al pasado, y sin mediar palabra, volvió al presente para deleitarnos con "Cuando no estás", quizás el tema más pegadizo y difundido del nuevo disco, música dedicada a su musa inspiradora (Micaela Breque), inaugurando así la escala de Bohemio con el primer corte de difusión de su último álbum, lanzado en setiembre pasado y en el cual Calamaro volcó toda su energía a la parte vocal.


Andrés prometió seguir estrenando canciones. Se acercó al salmón colgado del pedestal del micrófono y no sin antes cebarse "un mate caliente y amargo", se puso de pie y con aires de bolero continuó con la canción que da nombre al álbum, para seguir, mate de por medio mediante, con Rehenes, una frenética canción que en sus pantallas gigantes mostraba sangre rebosando haciendo honor al coro "vayamos pintados con sangre de los dos, siempre". La velada se prolongaba sin ganas de terminar con una poesía existencial, una crónica en forma de una bella y provocativa balada denominada "Plástico fino", hasta llegar a la mayor declaración de perdón con un Andrés Calamaro totalmente inspirado y pleno, poniéndole la voz a la emotividad hecha canción de la mano de "Tantas veces", haciéndonos sentir la sinceridad en sus palabras.

Si alguien sabe de remover los setimientos de multitudes a través de sus canciones, ese es Calamaro. Al igual de su conocimiento sobre hacer sacudir la cintura y sin avisar, ponernos a todos a bailar al ritmo de la cumbia, la milonga y el rock de la mano de "Las Tres Marías", volviendo a hacer estallar al público con "Tuyo siempre". A estas alturas el show ya había llegado a un clímax mucho más superior y emocionante, encontrando a un artista dándolo todo durante su interminable recorrida por todo el escenario.

Era momento de continuar con los éxitos, conjugando una justa mezcla de estilos musicales y haciendo enloquecer al público. Ahí, con el refinado bajo de Mariano Domínguez le dieron vuelo a "Loco", esa polémica y célebre canción data del año 1997, que intregraba "Alta Suciedad" y que debido a su primer verso que dice "voy a salir a caminar solito, sentarme en un parque a fumar un porrito" causó la censura en múltiples ocasiones y problemas de otros tipos a Calamaro.


No hace falta decir que se contradijo. A la par de crearle canciones a sus diferentes musas ("Flaca" le dedicó a Mónica, una antigua novia. "Soy Tuyo" se lo dedicó a su por entonces esposa, Julieta Cardinali y "Cuando no estás" a su actual novia, Breque), él mismo desmentía a la musa como fuente de inspiración, objetando que "no son asuntos pendientes, ni canciones urgentes", a través de los fervientes versos de "Carnaval de Brasil". Mientras generaba esta contradicción, en clave de homenaje e interpretada en medley, colmó los corazones rockeros entonando con su particular tonada inglés el oportuno "Walk on the wild side", logrando un emotivo homenaje al legendario músico neoyorkino Lou Reed, fallecido en octubre pasado, y recordándolo como "el primer poeta con campera de cuero y anteojos oscuros".

De vuelta a los clásicos. Una más de "La Lengua Popular" (2007) y era momento de volver a hacer partícipe a esas seis mil almas soñadoras que para ese entonces ya volaban en una nube de felicidad, con "Mi gin tonic", coreada de principio a fin por su fiel público. Y acá, una vez más, Andrés no dejó de sorprendernos. Una canción olvidada desde hacía varios años en las últimas giras, y que afortunadamente para esta fue sacada del baúl de los recuerdos, con un rasgueo grueso de las guitarras sonaba la enérgica "Me arde", que daba espacio a una más de esas perlitas características de Calamaro, con la cercanía de "Dead Flowers", de Los Rolling Stones (versión que alguna vez la llegó a grabar), emulando al incomparable Mick Jagger.

Para ese instante ya se presagiaba el calentamaniento de motores para lo que se venía. Y así, sin decir más, con una espectacular intro, se estrenó en Paraguay el rock cuadrado de "Doce Pasos", tema que cierra con luces el último disco de Andrés, generando una duda existencial planteada por el propio Salmón bajo el verso"no sé si tengo lo que quiero, no sé si quiero lo que tengo".

Tampoco pudo faltar la influencia española de Calamaro y engalanó las pantallas con imágenes compartiendo con el público paraguayo su ya conocida pasión por la tauromaquia (cultura taurina), y las guitarras conjugadas a la perfección con el tecado de Germán Wiedemer, hicieron temblar los cimientos del Yatch, al ritmo de "Días distintos", con un gran sonido guitarrero que alternaba el protagonismo de Kanevsky y Baltazar Comotto.


Después de la tempestad viene la calma, dicen las malas lenguas. Y fue así que luego de la descarga eléctrica de alto voltaje generada, hubo lugar para la paz, llegando al momento instrumental de la noche con una Jam Session en la que Calamaro se adueñó de su kuisi bunsi (que significa gaita hembra, en dialecto kogui), un instrumento de viento (proveniente de la Costa Caribe colombiana), autóctono y que la ejecutó acompañado por el virtuosismo de sus "cinco magníficos", como él mismo definió a la nueva banda que lo acompaña en esta gira. Así iba entonando versos de "Milonga del trovador" e improvisando frases del tipo "Quiero todas las flores del Paraguay".

La intro se escuchaba tenue, suave... El teclado sonaba sublime, en la soledad del viento. "Estadio Azteca" despertó la euforia colectiva, el aplauso, la ovación de ese himno de arenas eminentemente rockeras, donde también hay "un mundo de tentaciones, también hay caramelos con forma de corazones". El misterio se esfumó. Y así, Calamaro, entre tema y tema se hacía querer un poco más. "Ajenos, pero no ingenuos, acompañamos en su lucha y en su protesta al pueblo paraguayo", decía, apoyando la causa nuestra que retumbaba con marchas que justamente coincidieron con su llegada, en referencia a la protesta ciudadana como resistencia a los senadores que votaron en contra del desafuero de Víctor Bogado.

La velada no terminaría ahí. Todavía faltaba mucho más. Y Andrés lo sabía. La complicidad generada entre el artista y su público era absoluta y el clímax soñado llegó. "Te quiero igual" hizo estallar a la multitud, cantándola a coro con toda la platea, llegando a la simbiosis perfecta con un arsenal de hits inagotables que en Calamaro ya son habituales, pero que vistos con detenimiento no dejan de ser un montón. A este final se sumó un emotivo saludo a Charly García, que la noche anterior fue hospitalizado en Bogotá, enviando un deseo de recuperación al son de "Cui-de-sé, Charly cuidesé", coreado al unísono por todos los presentes.

Y nuevamente estalló la bomba. Uno de esos himnos, la canción emblema que es banda sonora de un estilo de vida que trata de ir siempre contra la corriente. Calamaro obsequió a sus fanáticos una excelente interpretación de "El Salmón", para saltar, sin pausa, a un hit generacional: "Sin documentos", ese tema grabado en 1993 y que significó la masividad de los años dorados de "Los Rodríguez", con una impecable presentación desde la batería de Sergio Verdinelli, que al final incluyó una pequeña estrofa, un fragmento de aquel clásico de Rubén Blades, que Calamaro versionó en el 2004, luego de su regreso magistral a los escenarios, en su disco tributo llamado "El Cantante".

La complicidad con sus seguidores era notable. Admiraba el porro de alta calidad que se produce acá: "Nuestra bandera verde...", pregonaba y seguía la seducción con su público mientras recibía ofrendas de todo tipo (indecibles, aunque fumables), hablaba del "tereré bien frío" y la tentadora propuesta de tomarse uno a orillas del río. Y así regaló su ya conocido final interpretando el emblemático tango de Carlos Gardel "Volver". ¡Otro emotivo momento!


Asimismo, y sin detenerse, a modo de medley, continúo con otro de sus himnos, el que lo catapultó en lo más alto del estrellato, una vez más y como no podía ser de otra manera, Mónica volvió a estar presente en su vida, pero esta vez solo en los versos de esa "Flaca", a la que pide que no le clave sus puñales por la espalda, la "Flaca" que se tatuó en el antebrazo hace como quince años. Esta canción estalló en su máximo punto de ebullición y un coro de seis mil almas extasiadas de deseo, con ganas de más, ya que dos horas de show no serían suficientes para compensar más de 30 años de éxitos.

Pero con todo eso, la cúspide no llegó hasta que sonó la eternamente emotiva "Paloma". Y las lágrimas no cesaron. Esa balada infinita y surrealista que inspiró profundamente a unos cuantos, dejándolos con más de un lagrimón (verídico esto, lo ví con mis propios ojos, tanto en hombres como en mujeres). Y así, con imágenes de dstintos momentos de su carrera, que recorrían las pantallas gigantes, Andrés se despedía de un público que no dejaba de clamar por él. Mientras culminaba la sublime canción con fragmentos de "No woman no cry", de Bob Marley. Así se fue alejando del escenario junto a sus músicos. Pero no tardaría en volver.

Y así, ante los incesantes gritos de calidez de un público que se rendía a sus pies, Calamaro regresó para el encore, volviendo a pisar el escenario mientras el pedestal del micrófono volvía a cobrar protagonismo al atar a él una bandera paraguaya. Volvió al ruedo y acarició a todos donde más les gusta. 

El show que hasta ese momento se había tornado en algo mágico... Tenía que tener un cierre a lo Calamaro. Bestial... Salvaje... Potente... Rompiendo esquemas y yendo (cómo no) contra la corriente. Así volvíamos al pasado más brillante del Salmón, mientras sonaba la enérgica y rockera elevada a la enésima potencia "Alta Suciedad", que teniendo en cuenta la situación actual del país, nunca antes fue mejor empleada. La fuerza de este tema plagada de arrolladores solos de guitarra, llegando al pleno del éxtasis, daban fuerza a una noche espectacular que irremediablemente llegaría a su final.

Y el show de ensueño terminaba como lo que parecía ser, un sueño. Y una vez más desplegó su facilidad para expresar tanto en canciones tan profundas. Para el final quedó la emotividad de estadios al ritmo de "Los chicos", dedicada a aquellos "ämigos ausentes", irónicamente una canción en la que un ateo confeso, duda de la existencia de Dios y la posibilidad de vida más allá de la muerte. Ya decíamos, a este show no faltó nadie y dando la espalda a un público delirante, el Cantante saludó con este homenaje a esos "amigos que se fueron primero", y cuyos rostros aparecían en pantalla. Y así iban pasando Julián Infante, Federico Moura, Guillermo Martín, Pappo Napolitano, Adrián Otero, Alberto Olmedo, Carlos Gardel, Luca Prodan, Pantaleón Piazzolla, Rodrigo Bueno, Sandro, Miguel Abuelo y Luis Alberto Spinetta. Estos fueron solo algunos de los chicos a los que nunca dejó en el olvido.


Para el final quedó el homenaje a Gustavo Cerati y Soda Stereo, ¡y qué homenaje! Lo recordó con una breve pero sólida versión de un fragmento de "Música ligera", que generó la ovación del público, y logrando un quiebre de éxtasis total, tanto arriba como abajo del escenario.


"¡Gracias, Paraguay, gracias!", expresaba un emocionado Calamaro, al borde de las lágrimas. Parecía que todo se venía abajo, como escribiría él después con su puño y letra, pero "en el más bendito de los sentidos". Se abrazaron con sus músicos, extendieron la bandera paraguaya, que besó, para luego cubrir su rostro con sus manos, como rehusándose a llorar, y después besar el suelo en señal de agradecimieto.


Este suelo, que una vez más demostró el respeto y la admiración a un artista de este tamaño, que continúa nadando a contracorriente. Una estrella totalmente entregada, que durante dos horas dio más de lo que pudo, ofreciendo un show donde no faltó nada. Su #BohemioTour trajo rock, reggae, tango, cumbia, balada y milonga en una noche en la cual rindió homenaje a todos, desde el Flaco Spinetta hasta Bob Marley, Mick Jagger y Lou Reed. Dos horas de show, en que Andrés se hizo querer cada vez más con su carisma y su predisposición. Dos horas de show, que nunca serán suficientes para quedarnos con todos sus éxitos en forma de recuerdos grabados en la memoria. Dos horas que no sabemos si alcanzarán para paliar otro par de años de su ausencia.

En una noche diáfana y perfecta, como para poner en práctica el rock en vivo y al aire libre, Calamaro se llevó flores y aplausos de un público que no esperó a que él se fuera, y que ya estaba pidiendo su vuelta. Ese es Andrés, tan vigente como siempre, tan de ir a contracorriente. Tan acompañado de un multitudinario coro que lo siguió en cada frase, en cada gesto, en cada palabra, en cada canción. La complicidad fue total, como el resto de la noche y como en cada visita que el Salmón hace a tierra guaraní.