domingo, 24 de febrero de 2013

Hablemos de amor




Definitivamente el amor me inspira… Y también el desamor.

Por eso hoy vamos a hablar de amor. De lo inexplicablemente difícil que es el amor.

Como creo que nunca antes lo había hecho, esta vez decidí abrir mi corazón y esparcir el contenido sobre la mesa como quien voltea una cartera como buscando un peine, el celular o un labial. Lo que encontré es tanto sentimiento colgando sobre el mantel que me sorprendió. Emociones demasiado desordenadas y un caos en los afectos, como si se me hubieran ido apilando descontroladamente sin pedir permiso, en un rincón de mi ser.

Mientras más contemplaba la escena más me convencía de lo acostumbrada que estaba al alboroto interior. Puedo darle mil vueltas al asunto, pero al final siempre llego al mismo resultado: el amor no es matemático. Y lamentablemente, no hay forma de hacerlo cambiar. Así fue que decidí juntar todo y dejarlo como estaba.

En plena revolución interior y en ese intento de patear el tablero una y mil veces, recién, después de que ya pasara todo ese preparativo pre y post San Valentín, me detuve a pensar en el amor y a repasar mentalmente todo lo bueno y lo malo.

¿Y qué fue lo que descubrí? Ese lado del que no hablan los cuentos de hadas ni las mamás y abuelas que intentan casarte. Ese lado lleno de esfuerzo y desafío constante, de entrega, de construir día a día ese lazo tan fuerte que sea capaz de sostener las piezas de forma a que no se desmorone lo construido.

Y es que parece tan lejano aquel tiempo en que creía que encontrar a alguien compatible era tarea fácil… Como esa época de la adolescencia en que era sencillo salir de un noviazgo y meterse en otro con total comodidad. Aunque nunca haya sido mi caso. Bueno, sí me enamoré varias veces, pero nunca fui de la premisa de que “un clavo saca a otro clavo”. Para mí las relaciones jamás fueron así de simples. Ni siquiera mi relacionamiento con las personas lo era. Mi idea del “enamoramiento” siempre se trataba de ir más allá. Y hoy veo que quizás ese fue el error, encontrar siempre en la persona que me gustaba algo de qué enamorarme.

Lo irracional –y algo gracioso- de todo esto es que a pesar de tomar nota de los errores cometidos, nunca hay garantías de que no vuelva a sucederme. Una no siempre aprende la lección. Aunque en todos los aspectos de mi vida intente demostrar cordura, control y seriedad… El amor siempre hizo una excepción conmigo.

No hay lógica alguna, pero tampoco veo maneras de minimizar los riesgos, y a pesar de los años sé que vuelvo a sentirme desprotegida y sin avales.

Arriesgarte a conocer a alguien es como jugar a las cartas sin sáber cuáles oculta tu contrincante, es como entregarte a lo desconocido con el miedo siempre de no salir ilesa, es como encontrarte con una posibilidad de una nueva cicatriz justo sobre aquella que recién estaba terminando de sanar.

Hay cincuenta por ciento de posibilidades de que salga bien, cierto, pero también hay otras cincuenta de que nos devuelva al mismo punto de partida, ahí donde arrancamos, donde todo empezó, solo que esta vez con muchas menos fuerzas que cuando salimos al encuentro.

No quisiera creer que el amor solo se trata de más desencuentros que de encuentros, y prefiero creer que algún día va a terminar dejándonos con las manos llenas y el corazón ensalzado de alegría.

Hoy creo que el amor es una apuesta. Sí, eso. Una apuesta. Cuanto más ponés sobre la mesa, más podés ganar, pero también se puede perder… Es como en la guerra. Y quizás sea eso lo que lo hace tan apasionante. El punto es que a veces te termina por cansar. Sobre todo cuando se termina una relación y hay que pensar que en algún momento habría que empezar de cero con alguien nuevo, y si es mejor, vamos a decir que el anterior era un plomazo. Y si es peor, al menos nos quedaríamos con el consuelo de que del anterior ya nos conocíamos las mañas y sabíamos qué sabor de pizza le gustaba (pepperoni).

En ese momento todo volverá a ser nuevo, hasta el entusiasmo y las ganas. Aunque lo ideal sería saber cuándo ‘el nuevo’ se va a transformar en el ‘para un buen rato’ o lo que es mejor aún, en el ‘para siempre’. 

Y acá me encuentro visualizando ante la mínima sospecha de que una relación va camino a oxidarse, malgastando energías frente a un teléfono que no va a sonar, colocándome en el umbral de la espera de una señal de un otro que ya no sé si quiera mandármela.

¿Será que no aprendí nada del amor? A lo mejor no lo suficiente.

En fin, amigas, vamos a hablar de amor, de ese amor que nos cuesta tanto.

Mientras tanto, pareciera que el camino es una suerte de ensayo y error. 

Por lo pronto, yo vengo reprobada en materia de amor.