Si no estás dispuesto a morir de amor, dejá nomás, no te molestes. No me conformo con menos.
Estoy cansada de los amores fallidos, de intoxicarme con desencuentros propios y ajenos, y luego querer buscar la forma de purificar mi fe.
No
sé si la soledad estará subestimada o qué. Pero me resulta increíble cómo somos
capaces de pasarnos pidiendo al Hada Madrina que nos mande al príncipe azul,
verde, colorinche o a motas, haciendo mil y una promesas solo para que “ÉL”
aparezca.
Definitivamente,
las mujeres tenemos algo de masoquista. Pareciera que se volvió una necesidad
eso de que el amor siempre tenga un toque de dramatismo, como si se tratase de
algo esencial.
O sino, ¿por qué si es que estamos tan bien
solas queremos llamar al ex o buscamos la forma de cruzárnoslo sabiendo que
nuestro corazón sigue diseminado por el piso y que volver a verlo sólo
implicaría más tiempo en la sala de terapia intensiva?
¿Por qué nos empecinamos en querer
hacer encajar lo que no encaja, pegar lo que ya está roto, recomponer lo que ya
fue remendado?
¿Por qué nos autocondenamos?
Teniendo
esa maldita costumbre de querer hacer cambiar al otro, creyendo ilusamente que
el amor todo lo puede, obligándolo a decir lo que no dijo nunca, que repita a
cada momento lo que queremos escuchar o hasta que nos mienta con tal de darnos
el gusto.
En mi ingenuidad,
tal vez, es pecado preguntarme si el amor verdadero, ese que perdura, ese que
crea, ese que comparte y que respeta, ese que tolera, ese que confía… ¿No debería fluir de una manera mucho
menos perjudicial para la salud?
¿Qué es eso de conformarnos con medias
naranjas? Exigiendo, pidiendo, suplicando e implorando que se nos cumpla al
menos de una manera mínima. Uno come porque tiene hambre, fuma porque tiene
ganas y si no tiene cigarrillos los va a comprar a la despensa llueva, truene o
relampaguee. SI QUIERE LLAMAR, LLAMA. Es así de simple. No es tan complicado, ¿o sí?
Basta de usar
excusas y justificativos como:
-No tuvo tiempo.
-Está con mucho
trabajo.
-No tiene saldo.
-Está estresado.
-Está muy ocupado y,
-Bla bla bla.
El que quiere
hacerlo, simplemente lo hace. Y el que no, no.
-Y si pudo comer,
-Dejar de laburar 5
minutos para prepararse un café,
-Ir al baño y,
-Tomar un vaso de
agua… También pudo tomarse un minuto para mandar un mensaje de buenos días, un
mail de saludo o pegar una llamada solo para saber cómo estás.
¿Por qué tenemos que conformarnos con
medias frases, medias salidas, medias presencias, medias palabras, medias
tintas, medias relaciones o lo que es peor, medias naranjas? De todas las
mitades remendadas, jamás podría salir un entero que valga la pena.
Ya sé. La respuesta
es simple: No nos gusta asumir que ese que nosotras elegimos ya no tiene ganas
de vernos ni de dejar algunas cosas de lado a cambio de estar con nosotras. Lo
que muchas no conseguimos entender de una buena vez es que estar prendidas a la
idea de que eso ocurra “algún día” no hace que las cosas cambien y solamente
nos resta tiempo y energía.
Cuando nos leían La
Cenicienta sabíamos que el clímax del cuento venía cuando aparecía el
protagonista masculino a rescatar a su amada, dejando en segundo plano a la
carroza, el castillo y hasta a las hermanastras malvadas. Lo que importaba a
fin de cuentas era el beso salvador y el zapatito de cristal en manos de ese
maravilloso caballero. Así también nos hacían de niñas. Sabíamos que de nada le
servía a la Barbie ser rubia, esbelta y tener un auto rosa descapotable si no
tenía al Ken.
Nuestras abuelas
enseñaban que la mujer se despojaba de todo solo para ser amas de cama y criar
a los hijos, mientras el hombre era quien salía de casa a traer el pan de cada
día. ¿Y pensaban que hoy, en pleno siglo
XXI, podríamos mantenernos a flote con esas creencias?
Sí, hoy día la
soledad está subestimada.
Deberíamos
desprendernos de los amores ecológicos, de esos amores livianos como el
plástico. Desterrar de nuestras vidas amores reciclables envueltos en papel
diario. Ya no más amores de bajo consumo, que controlen el uso de energía. Busquemos amores sin aditivos ni conservantes. Amores que no inviertan en el envase y descuiden el contenido.
Deberíamos decidirnos
a dejar de ser la sobra de ese tiempo que queda entre el trabajo y su próxima
actividad extracurricular. Y olvidarnos de ese amor que muchas veces nos
cansamos de mendigar y debemos empezar a buscar merecernos. Mientras olvidamos
los miedos que nos paralizan frente a la posibilidad de que algo bueno suceda y
sobre todo creer… Creer que existe otro que esté dispuesto a querernos y
cuidarnos bien, para que al fin la felicidad nos explote en las manos como una
granada.
Hace poco leí en un
blog que frecuento, últimamente más de la cuenta, una frase que me gustó y que
a partir de hoy decido aplicar a mis citas favoritas: “Si no estás dispuesto a
morir de amor, dejá nomás, no te molestes. No me conformo con menos”.
No es muy difícil
entregarse, cuando sabes que del otro lado vas a recibir lo mismo. ¿O me equivoco?
Ya decía Serrat:
“Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.
Me cansé de reciclar
amor. Claro que una siempre puede flaquear. Justamente por eso lo escribo, para
tenerlo a mano en caso de emergencia.
#esonomásqueríadecir.