Si hay alguien que sabe de
hits, ese es sin duda Andrés Calamaro. Un hombre que no conoce de términos
medios: lo querés o lo odíás. Así de simple. Esto mismo genera su
música, que a lo largo de los años ha ido experimentando con diferentes
estilos, desde el rock pasando por el folklore y hasta la cumbia. Y eso
fue justamente lo que vivimos el 16 de noviembre en el Court Central del Yatch
y Golf Club, un popurrí musical con uno de los artistas más representativos del
rock en español.
Después de más de 3 años de su
última visita (mayo de 2010), Andrés Calamaro volvió a Asunción y dejó
temblando a seis mil fanáticos que se agolparon para vivir una noche memorable
y de entrega absoluta.
En una noche fresca, casi a orillas
del río Paraguay y teniendo a la luna por testigo, todo parecía prestarse para
vivir un show completo. Pasaban 5 minutos de las diez de la noche cuando
cesaron las luminarias y la cuadrilla que acompaña al Salmón en "la mejor banda que
formó en su vida" (según
palabras textuales de él mismo), apareció en escena para permitir al Cantante
renovar con su público paraguayo esa pasión y ese respeto que genera cada vez
que pisa suelo guaraní.
Y así, vestido de impecable
negro lograba que bajo ese contexto uno empezara a apreciar más que nunca a ese
artista de lentes oscuros, y sonando los primeros acordes de esa balada rockera
noventosa llamada "Mi
enfermedad", Calamaro hacía su aparición sentado, ofreciendo un
momento intimista desde su teclado y siendo coreado al pie de la letra por un
público eufórico que no escatimó en arrancar la velada con pogos y alegría
descontrolada.
La primera parte del show estaba
marcada por su era Los Rodríguez y haciendo honor a su ex grupo
español-argentino, detonó la bomba con "A
los ojos" y la clase
magistral de Julián Kanevsky en las seis cuerdas. Para luego llegar al corazón
de más de uno con "Todavía
una canción de amor", aquella eterna melodía que casi dos décadas
atrás Andrés la firmara con el mismísimo Joaquín Sabina, como resultado de una
admiración mutua reconocida públicamente. Y así se daría el inicio perfecto
para un show que sería tan intenso como étereo y casi irreal.
Y hablando de intimismo, ahí
estaba otra vez él, todavía aferrado a su piano Roland V descubriendo la balada
más inmortal y rompecorazones de todas. "¿Sentiste
alguna vez lo que es tener el corazón roto?". Y con "Crímenes perfectos" los gritos y coros estallaron el Court
Central y las emociones a flor de piel no tardaron en aparecer.
"¡Muy buenas noches,
Paraguay. Gracias, Asunción. Gracias, de verdad!", eran
las primeras palabras de un artista a quien el complejo del Yatch le quedó
chico y que veía con emoción a un público tan entregado.
Y así, luego de ese fugaz viaje
al pasado, y sin mediar palabra, volvió al presente para deleitarnos con "Cuando no estás", quizás
el tema más pegadizo y difundido del nuevo disco, música dedicada a su musa
inspiradora (Micaela Breque), inaugurando así la escala de Bohemio con el primer corte de difusión de su
último álbum, lanzado en setiembre pasado y en el cual Calamaro volcó toda su
energía a la parte vocal.
Andrés prometió seguir
estrenando canciones. Se acercó al salmón colgado del pedestal del micrófono y
no sin antes cebarse "un
mate caliente y amargo", se puso de pie y con aires de bolero continuó
con la canción que da nombre al álbum, para seguir, mate de por medio mediante,
con Rehenes, una frenética
canción que en sus pantallas gigantes mostraba sangre rebosando haciendo honor
al coro "vayamos pintados
con sangre de los dos, siempre". La velada se prolongaba sin ganas de
terminar con una poesía existencial, una crónica en forma de una bella y
provocativa balada denominada "Plástico
fino", hasta llegar a la mayor declaración de perdón con un Andrés
Calamaro totalmente inspirado y pleno, poniéndole la voz a la emotividad hecha
canción de la mano de "Tantas
veces", haciéndonos sentir la sinceridad en sus palabras.
Si alguien sabe de remover los
setimientos de multitudes a través de sus canciones, ese es Calamaro. Al igual
de su conocimiento sobre hacer sacudir la cintura y sin avisar, ponernos a
todos a bailar al ritmo de la cumbia, la milonga y el rock de la mano de "Las Tres Marías",
volviendo a hacer estallar al público con "Tuyo
siempre". A estas alturas el show ya había llegado a un clímax mucho
más superior y emocionante, encontrando a un artista dándolo todo durante su
interminable recorrida por todo el escenario.
No hace falta decir que se
contradijo. A la par de crearle canciones a sus diferentes musas ("Flaca" le dedicó a Mónica, una antigua novia. "Soy Tuyo" se lo dedicó a su por entonces esposa,
Julieta Cardinali y "Cuando
no estás" a su actual
novia, Breque), él mismo desmentía a la musa como fuente de inspiración,
objetando que "no
son asuntos pendientes, ni canciones urgentes", a través de los
fervientes versos de "Carnaval
de Brasil". Mientras generaba esta contradicción, en clave de homenaje
e interpretada en medley, colmó los corazones rockeros entonando con su
particular tonada inglés el oportuno "Walk
on the wild side", logrando un emotivo homenaje al legendario músico
neoyorkino Lou Reed, fallecido en octubre pasado, y recordándolo como "el primer poeta con
campera de cuero y anteojos oscuros".
De vuelta a los clásicos. Una
más de "La Lengua
Popular" (2007) y era
momento de volver a hacer partícipe a esas seis mil almas soñadoras que para
ese entonces ya volaban en una nube de felicidad, con "Mi gin tonic",
coreada de principio a fin por su fiel público. Y acá, una vez más, Andrés no
dejó de sorprendernos. Una canción olvidada desde hacía varios años en las
últimas giras, y que afortunadamente para esta fue sacada del baúl de los
recuerdos, con un rasgueo grueso de las guitarras sonaba la enérgica "Me arde", que daba
espacio a una más de esas perlitas características de Calamaro, con la cercanía
de "Dead Flowers",
de Los Rolling Stones (versión que alguna vez la llegó a grabar), emulando al
incomparable Mick Jagger.
Para ese instante ya se
presagiaba el calentamaniento de motores para lo que se venía. Y así, sin decir
más, con una espectacular intro, se estrenó en Paraguay el rock cuadrado de "Doce Pasos", tema
que cierra con luces el último disco de Andrés, generando una duda existencial
planteada por el propio Salmón bajo el verso"no
sé si tengo lo que quiero, no sé si quiero lo que tengo".
Tampoco pudo faltar la
influencia española de Calamaro y engalanó las pantallas con imágenes
compartiendo con el público paraguayo su ya conocida pasión por la tauromaquia
(cultura taurina), y las guitarras conjugadas a la perfección con el tecado de
Germán Wiedemer, hicieron temblar los cimientos del Yatch, al ritmo de "Días distintos", con
un gran sonido guitarrero que alternaba el protagonismo de Kanevsky y Baltazar
Comotto.
Después de la tempestad viene la
calma, dicen las malas lenguas. Y fue así que luego de la descarga eléctrica de
alto voltaje generada, hubo lugar para la paz, llegando al momento instrumental
de la noche con una Jam
Session en la que Calamaro se
adueñó de su kuisi bunsi (que significa gaita hembra, en dialecto kogui), un
instrumento de viento (proveniente de la Costa Caribe colombiana), autóctono y
que la ejecutó acompañado por el virtuosismo de sus "cinco magníficos",
como él mismo definió a la nueva banda que lo acompaña en esta gira. Así iba
entonando versos de "Milonga
del trovador" e
improvisando frases del tipo "Quiero
todas las flores del Paraguay".
La intro se escuchaba tenue,
suave... El teclado sonaba sublime, en la soledad del viento. "Estadio Azteca" despertó la euforia colectiva, el
aplauso, la ovación de ese himno de arenas eminentemente rockeras, donde
también hay "un
mundo de tentaciones, también hay caramelos con forma de corazones".
El misterio se esfumó. Y así, Calamaro, entre tema y tema se hacía querer un
poco más. "Ajenos, pero
no ingenuos, acompañamos en su lucha y en su protesta al pueblo paraguayo",
decía, apoyando la causa nuestra que retumbaba con marchas que justamente
coincidieron con su llegada, en referencia a la protesta ciudadana como
resistencia a los senadores que votaron en contra del desafuero de Víctor
Bogado.
La velada no terminaría ahí.
Todavía faltaba mucho más. Y Andrés lo sabía. La complicidad generada entre el
artista y su público era absoluta y el clímax soñado llegó. "Te quiero igual" hizo estallar a la multitud,
cantándola a coro con toda la platea, llegando a la simbiosis perfecta con un
arsenal de hits inagotables que en Calamaro ya son habituales, pero que vistos
con detenimiento no dejan de ser un montón. A este final se sumó un emotivo
saludo a Charly García, que la noche anterior fue hospitalizado en Bogotá,
enviando un deseo de recuperación al son de "Cui-de-sé,
Charly cuidesé", coreado al unísono por todos los presentes.
Y nuevamente estalló la bomba.
Uno de esos himnos, la canción emblema que es banda sonora de un estilo de vida
que trata de ir siempre contra la corriente. Calamaro obsequió a sus fanáticos
una excelente interpretación de "El
Salmón", para saltar, sin pausa, a un hit generacional: "Sin documentos", ese
tema grabado en 1993 y que significó la masividad de los años dorados de
"Los Rodríguez", con una impecable presentación desde la batería de
Sergio Verdinelli, que al final incluyó una pequeña estrofa, un fragmento de
aquel clásico de Rubén Blades, que Calamaro versionó en el 2004, luego de su
regreso magistral a los escenarios, en su disco tributo llamado "El
Cantante".
La complicidad con sus
seguidores era notable. Admiraba el porro de alta calidad que se produce acá: "Nuestra bandera
verde...", pregonaba y seguía la seducción con su público mientras
recibía ofrendas de todo tipo (indecibles, aunque fumables), hablaba del "tereré bien frío" y la tentadora propuesta de tomarse
uno a orillas del río. Y así regaló su ya conocido final interpretando el
emblemático tango de Carlos Gardel "Volver".
¡Otro emotivo momento!
Asimismo, y sin detenerse, a
modo de medley, continúo con otro de sus himnos, el que lo catapultó en lo más
alto del estrellato, una vez más y como no podía ser de otra manera, Mónica
volvió a estar presente en su vida, pero esta vez solo en los versos de esa "Flaca", a la que
pide que no le clave sus puñales
por la espalda, la "Flaca" que se tatuó en el antebrazo hace como
quince años. Esta canción estalló en su máximo punto de ebullición y un coro de
seis mil almas extasiadas de deseo, con ganas de más, ya que dos horas de show
no serían suficientes para compensar más de 30 años de éxitos.
Pero con todo eso, la cúspide no
llegó hasta que sonó la eternamente emotiva "Paloma".
Y las lágrimas no cesaron. Esa balada infinita y surrealista que inspiró
profundamente a unos cuantos, dejándolos con más de un lagrimón (verídico esto,
lo ví con mis propios ojos, tanto en hombres como en mujeres). Y así, con
imágenes de dstintos momentos de su carrera, que recorrían las pantallas
gigantes, Andrés se despedía de un público que no dejaba de clamar por él.
Mientras culminaba la sublime canción con fragmentos de "No woman no cry", de
Bob Marley. Así se fue alejando del escenario junto a sus músicos. Pero no
tardaría en volver.
Y así, ante los incesantes
gritos de calidez de un público que se rendía a sus pies, Calamaro regresó para
el encore, volviendo a pisar el escenario mientras el pedestal del micrófono
volvía a cobrar protagonismo al atar a él una bandera paraguaya. Volvió al
ruedo y acarició a todos donde más les gusta.
El show que hasta ese momento se
había tornado en algo mágico... Tenía que tener un cierre a lo Calamaro.
Bestial... Salvaje... Potente... Rompiendo esquemas y yendo (cómo no) contra la
corriente. Así volvíamos al pasado más brillante del Salmón, mientras sonaba la
enérgica y rockera elevada a la enésima potencia "Alta Suciedad", que
teniendo en cuenta la situación actual del país, nunca antes fue mejor
empleada. La fuerza de este tema plagada de arrolladores solos de guitarra,
llegando al pleno del éxtasis, daban fuerza a una noche espectacular que
irremediablemente llegaría a su final.
Y el show de ensueño terminaba
como lo que parecía ser, un sueño. Y una vez más desplegó su facilidad para
expresar tanto en canciones tan profundas. Para el final quedó la emotividad de
estadios al ritmo de "Los
chicos", dedicada a aquellos "ämigos
ausentes", irónicamente una canción en la que un ateo confeso, duda de
la existencia de Dios y la posibilidad de vida más allá de la muerte. Ya
decíamos, a este show no faltó nadie y dando la espalda a un público delirante,
el Cantante saludó con este homenaje a esos "amigos
que se fueron primero", y cuyos rostros aparecían en pantalla. Y así
iban pasando Julián Infante, Federico Moura, Guillermo Martín, Pappo
Napolitano, Adrián Otero, Alberto Olmedo, Carlos Gardel, Luca Prodan, Pantaleón
Piazzolla, Rodrigo Bueno, Sandro, Miguel Abuelo y Luis Alberto Spinetta. Estos
fueron solo algunos de los chicos a los que nunca dejó en el olvido.
Para el final quedó el homenaje
a Gustavo Cerati y Soda Stereo, ¡y qué homenaje! Lo recordó con una breve pero
sólida versión de un fragmento de "Música
ligera", que generó la ovación del público, y logrando un quiebre de
éxtasis total, tanto arriba como abajo del escenario.
"¡Gracias, Paraguay, gracias!", expresaba un emocionado Calamaro, al borde de las lágrimas.
Parecía que todo se venía abajo, como escribiría él después con su puño y letra, pero "en
el más bendito de los sentidos".
Se abrazaron con sus músicos, extendieron la bandera paraguaya, que besó, para
luego cubrir su rostro con sus manos, como rehusándose a llorar, y después
besar el suelo en señal de agradecimieto.
Este suelo, que una vez más
demostró el respeto y la admiración a un artista de este tamaño, que continúa
nadando a contracorriente. Una estrella totalmente entregada, que durante dos
horas dio más de lo que pudo, ofreciendo un show donde no faltó nada. Su
#BohemioTour trajo rock, reggae, tango, cumbia, balada y milonga en una noche
en la cual rindió homenaje a todos, desde el Flaco Spinetta hasta Bob Marley,
Mick Jagger y Lou Reed. Dos horas de show, en que Andrés se hizo querer cada
vez más con su carisma y su predisposición. Dos horas de show, que nunca serán
suficientes para quedarnos con todos sus éxitos en forma de recuerdos grabados
en la memoria. Dos horas que no sabemos si alcanzarán para paliar otro par de
años de su ausencia.