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Entramos, entre caminando y corriendo con toda la multitud para llegar primeros, al estadio Único de la Plata (Buenos Aires, Argentina). El objetivo principal: ver el primer show (31/03/2016), el de apertura, de la gira que la banda arranca en este lado del océano.
El comienzo de la gira mundial A head full of dreams Tour estaba dispuesto a sorprender desde el primer instante. Cuando a la entrada los encargados entregaban una pulsera blanca, un curioso dispositivo lumínico con forma de reloj y con las inscripciones de la banda y el nombre de la gira, más un Love Button, la actual campaña que apoya Chris Martin, quien ya tiene acostumbrado a sus fans a que como él apoyen sus mismas causas.
Entre lúdicos y soñadores, los fans iban acercándose al predio, imaginando, quizás, una pequeña parte de lo que se venía. "Ajusta la pulsera y disfruta el show", aconsejaban las pantallas gigantes desde temprano.
La velada arrancó con la telonera local Hanna y continuó con la grandiosa británica Lianne La Havas, que con una privilegiada voz y una figura etérea que parecía flotar en el escenario, deleitó y logró seducir al público con su repertorio de folk y soul, dejando a más de uno con la boca abierta, a otros con ganas de más y a los más escépticos que no apostaban por ella, completamente enamorados. Por momentos era como tener a Joss Stone o a Janis Joplin cantándonos suave al oído.
El momento estaba cada vez más cerca. Fans de Paraguay, Uruguay y otras latitudes habían recorrido miles de kilómetros para presenciar el show de los ingleses.
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Y así pasada las nueve de la noche se apagaron las luces y empezaba a sonar Color Spectrum, una de las rarezas instrumentales del último disco. Todo pasa tan rápido, que pese a haberlo imaginado, empezamos siendo parte de la coreografía, sin saberlo. La pulsera que nos entregaron antes empezaba a demostrar todo su atractivo. Se activaron las xylobands y empieza a sonar A head full of dreams, tema que da nombre a su más reciente material. Y todos nos encendemos de rojo gracias a las pulseras, mientras la energía, el pogo y las vibraciones comandan la apertura del show.
Las primeras serpentinas de colores volaron en directo solamente para recordarnos que toda la noche sería una explosión de alegría y vitalidad pura.
Ya de entrada, intercalan algunos clásicos con la presentación del nuevo álbum. Y así, muy pronto, llegaba uno de los grandes momentos de la noche. Yellow, ese himno característico de estadios apareció para recordarnos por qué Coldplay sigue manteniendo esa efervescencia en su público pese a que en su música ya no están esa melancolía y tristeza mezcladas con guitarras poderosas que le daban ese toque distintivo a la banda. Y el poder de encantamiento de Yellow se mantenía intacto, así, tal cual, como hace dieciséis años.
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Agradecido, esa sería la mejor manera de definir a Chris Martin. Sus amigos, el humorista Simon Pegg y el guitarrista Jon Buckland ya lo habían confesado a la revista Rolling Stones hace poco. Y en el concierto nos lo confirmó. Antes de desenfundar Every Teardrop is a Waterfall, el primer single de Mylo Xyloto, en un español mal hablado, pero perfectamente perdonable, Chris saludó al público: "Buenas noches, amigos. Estamos muy muy felices y agradecidos de estar acá con ustedes" y en ese mismo idioma se desenvolvería durante toda la noche y expresaría ese sentimiento de gratitud continuamente. Chris es un buen muchacho y más que un chico común devenido en gran agitador de masas, demuestra ser tan mortal como cualquier vecino. Y los constantes abrazos y guiños a sus compañeros de banda, entre canción y canción, denotan la sencillez de este joven ambidiestro oriundo de Devon (Reino Unido). Lo que definitivamente hace de él alguien muy especial para sus fans.
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Y no tardó en hacernos sentir majestuosos a los latinos con esa canción que más de una vez soñamos escucharla en el país agregándole Paraguay en su estribillo. Paradise sonaba con mucha fuerza y el cielo se ponía tornasolado... multicolor... El éxtasis se apoderaba del público, no había tiempo para respirar. Cerrar los ojos era perderse de algún momento del show. Energía y vibración pura se hicieron presentes cuando Martin, sentado al piano y aún así con sus característicos movimientos destartalados, nos invitaba a disfrutar la vida y la libertad en otro de los grandes momentos de la noche. Ya no había lugar para nada más que no sea la felicidad. Esa era la vida en tecnicolor según los ingleses y se sentía así: como en el Paraíso.
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Por un momento, ya en el escenario principal, la avasallante máquina de éxitos llamada Coldplay nos invitó a un viaje por el pasado, como para recordarnos a los antiguos fans por qué nos enamoramos de este grupo hace más de 15 años. Clocks hizo su aparición triunfal con esos característicos arpegios de piano y con su acompañamiento minimalista de bajo y batería nos presentaba ese juego musical que pese a los años, nos sigue conquistando.
Segundos después, un pequeño ruido aumentaba en el silencio, y como un golpe de sangre, los instrumentos juntos arrancan la canción con toda la fuerza. En la introducción, Martin nos pide que le digamos las cosas de manera honesta, que le digamos cuál es nuestra política. Sinceridad, ante todo. Y luego, en los coros, pide que abramos los ojos. Para terminar diciendo ''dáme amor, sobre todo...''. Catorce años atrás, Politik se había convertido en una de las canciones preferidas de los fans y no es para menos, gracias al fuerte mensaje que lanza gritos de esperanza y busca desesperadamente algo en qué creer, sumado a las impactantes visuales de la pantalla principal que muestran explosiones, atentados, misiles disparándose, mientras que hacia el final las mismas imágenes se reproducen hacia atrás, el mensaje es claro: "Give me love over this (Dáme amor por esto)". Fuertísimo.
Ese viejo clásico nos mostraría la dimensión de una banda que intercambia instrumentos, que descansa en la intensidad de la guitarra de Jonny Buckland y el sólido trabajo de Guy Berryman y Will Champion. Cada uno maestro en lo suyo, aunque desde un perfil mucho más bajo. Solo Chris Martin es dueño del escenario y parece ser que sus compañeros disfrutan de esa distribución de roles, aunque a ninguno se le escapa alguna que otra sonrisa, manteniendo la concentración más pura.
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Fue así que la máquina del tiempo nos devolvió al 2016 para cambiar de color, y esta vez no hablo de las pulseras, sino de las canciones. Aunque la melancólica mirada brit-pop sigue presente en baladas, Martin sabe cómo encarar desde su función de pianista melódico canciones más movidas como Hymn for the Weekend, tema tan criticado como amado por los nuevos y viejos fans. Y es que aunque las críticas a su nuevo álbum no fueron muy positivas, lo cierto es que Coldplay sigue moviendo multitudes, llenando estadios en cualquier parte del mundo y reuniendo nichos de todas las edades y generaciones.
El show no son dos horas corridas, con pulseras encendidas y confetis contínuos y esparcidos por todos lados. El show se construye poco a poco, a partir de variantes: podemos saltar en medio de un poderosísimo pogo masivo como si fuéramos uno solo con la masa y al siguiente tema sentir que estamos en nuestro living con Chris cantándonos al oído.
Y es que Chris es Coldplay y Coldplay es Chris. En ninguno de los otros tres integrantes vive tanto Coldplay como lo hace en Chris. Y esto no lo puede negar nadie que se precie de ser fan de la banda. Amado y odiado. Martin se hace cargo de cada una de las críticas y acrecienta la épica de la redención con la memorable Fix you. Una de cal (Hymn for the Weekend) y otra de arena (Fix you). La canción es coreada de principio a fin por los presentes y el asombro de Chris parece tan sincero como el de un niño: "¡Wow, qué increíble!", y lo dice con ese español mal hablado que en él hasta suena encantador. Con este tema se magnificaba la postal más nítida de lo que es y será una banda de estadios. Fix you hizo revivir algún recuerdo en más de uno e hizo romper en llanto a varios. De momentos increíbles, si los hay, este sin duda quedará en la retina de los espectadores si no es eternamente, lo será por mucho tiempo más.
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Y ya que hablábamos de redención, el delirio colectivo alcanza su clímax más potente con Viva la Vida. Justamente este disco fue, a mi parecer, el que los ha convertido en una banda de estadios, un poco mirando hacia los reyes de la parafernalia y del rock de grandes arenas (U2) y otro poco edificando una obra cada vez más rica, al menos en cuanto a matices y sonidos experimentales se refiere. Una vez más la banda manejaba al público a su antojo entre la balada y la fiesta, entre lo clásico y lo nuevo. Y desde luego, la complicidad de los fanáticos fue incondicional.
El costado bailable de la banda siguió al ritmo contagioso de Adventure of a Lifetime, convirtiendo a la inmensidad del Estadio Único de La Plata en una enorme discoteca con pulseras audiorítmicas. Y nuevamente Chris dejó entrever su simpatía con su frase "Abajou, abajou", en alusión al tema que pone a bailar a la audiencia y su simpático intento de español que nos hechizaba por completo.
Tras dejar a la gente enardecida, el grupo se toma un breve receso para segmentar el último pasaje de su presentación. Durante la breve pausa proyectaron un video en el que puede verse al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, cantando el tema gospel Amazing Grace, durante el funeral de una víctima del tiroteo de Charleston (fragmento que la banda reprodujo en el último disco con la autorización de la Casa Blanca), los músicos cambiaron de locación.
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P.D.: Hay que darle las gracias a la chica que apareció en pantalla porque este tema casi nunca lo tocan en vivo.
Y así teníamos un hermoso flashback de aquel gran álbum que era A rush of blood to the head. Si algún día me encontrase con Martin, Buckland, Berryman o Champion, sin dudar les preguntaría por qué esta canción no fue sencillo. Si estás enamorado, este es el tema ideal para dedicar. Guitarra acústica, la voz de Chris y recién en el último minuto entran el piano -esta vez comandado por Will- y el bajo. "Honey you are the rock... (Querida, tú eres la roca...)". Como para morir de amor. Así, con un registro más folk, Martin protagonizó el bloque intimista de la noche.
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La buena vibra no dejó de estar presente ni un solo instante del show. Y es que esa experiencia de buena onda que instala Coldplay allá donde vaya tuvo su explicación en la conferencia de prensa que ofrecieron a su llegada a México, antes de sus shows en el Foro Sol, cuando mencionaron que en el mundo siempre hay algo bueno y los noticieros ya se encargan de destacar lo malo, así que sienten que su trabajo es alegrar a sus fans. En esa misma ocasión, Chris, un hombre que rechaza los discursos de odio y desigualdad, también hizo alusión directa al muro que pretende Donald Trump: "Pensamos que existe algo de qué alegrarse. Gracias a la ciencia y la tecnología podemos conectarnos con el mundo. Aunque de pronto encontramos discursos de poner un muro en la frontera de México, con ello se pierde la esencia de que todos estamos aquí para amarnos los unos a los otros. Podré sonar un poco hippie, pero es la verdad, hay muchas cosas para sentirse bien y nosotros amamos a todo el mundo, estamos en este planeta para compartirlo y disfrutarlo". Magistral.
Chris -y por ende Coldplay- le es fiel a sus fans, y sus fans le son fieles a Chris. Y no es difícil notar que su banda, más allá de haberse convertido en una de las más grandes del mundo, no suenan a la banda más grande del mundo, sino a un grupo de cuatro amigos simpáticos, atentos, compañeros, entre quienes abunda la camaradería, el buen humor y una devoción entera a la música, sea cual fuera, pero siempre con ganas de experimentar, siempre con esa manía de cosmogonía que el grupo transmite allá a donde les toque estar.
Volviendo al show. Las pantallas ya habían mostrado nubes que cambiaban de color, espirales flúo, imágenes bélicas en Politik, el espacio lleno de estrellas y ciudades encantadas en Amazing Day, pero todavía faltaba algo. La noche alcanzaría ese clímax épico del que tanto les gusta presumir a los de Londres, con Up&Up. "We're going to get it together (Vamos a conseguirlo juntos)", repiten en el cierre sanador de esta canción, amplificado, además, por una descarga de fuegos artificiales y por si no hubiera sido suficiente, el cielo platense se alzó con más y más luces de colores y una inexplicable sensación de optimismo que prevale luego de dos horas de show. Así como empezaron con un tema del último disco, terminaron con la misma canción que cierra A head full of dreams. Y no es casualidad. Si algo nos enseñaron con ese álbum es que los sueños se hacen realidad, porque durante dos horas nos invitaron a recorrer el universo, y olvidarnos que existe mañana y disfrutar el presente con toda el alma.
Las pantallas del fondo del escenario mostraron los nombres de todos los participantes artísticos del show, como el del final de una película cuando los créditos indican que ya es momento de irse. Nadie pidió bises, porque la satisfacción se notó en el coro multitudinario que tarareó "oooh oooh oh oh oh", del estribillo de Viva la Vida, mientras comenzaba la lenta desconcentración.
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