martes, 18 de octubre de 2011

Desde la jungla hasta el Paraíso, tocando las puertas del cielo

¡La espera valió la pena!

Diez y media de la noche. “A tu lado”, de Flou, que mientras era coreada por 60.000 almas, también se podían sentir en el aire los corazones alterados y acelerados al ver el helicóptero que traía a una estrella. Clima perfecto. Bilirrubina elevada a la enésima potencia. Y euforia contenida en unos 26 años de espera, que se vio corrompida por un enérgico “Buenas fucking noches”, que más que traducirla como una grosería, fue la indescriptible embriaguez de emociones que finalmente hizo explotar la bomba, multiplicado por seis veces diez mil.



La noche sin precedentes se aclimataba con algo leve: “Chinese Democracy”, canción que da nombre al último disco de la banda, cuando con jeans gastados, chaqueta negra, cadenas, pañoleta en el pasacintos, lentes oscuros y un sombrero blanco, una leyenda viviente del hard rock de los 80 hacía su histórica aparición en el Jockey Club Paraguayo: esa espesísima jungla que Axl ni su banda, nunca antes habían explorado, premiando a miles de almas que vivieron casi tres horas de un show sencillamente alucinante. Y hasta se podría decir que casi casi… Brillante.

La adrenalina, la potencia y el ‘pogo’ masivo fueron consecuencia del impacto logrado al sonar los primeros acordes de la mítica "Welcome to the jungle". La sensación contagiante y única, hizo de esa noche, cómplice y aliada de la banda, que ya tenía enfrente a un público completamente extasiado hasta la médula. Pero con el frenético sonido de uno de sus temas más emblemáticos, la multitud buscaba la manera de ordenar las emociones que corrían entre el antojo de lo muy bueno, lo máximo, lo mágico y lo indescriptible: “ You know where you are?”.

El excelente clima y el mejor sonido, acompañado de un seductor espectáculo de luces y una impresionante estética, hicieron que la aún privilegiada voz de Axl Rose se conjugara perfectamente con el leit motiv correctamente acomodado y que fueron suficientes para vivir una velada de pura magia rockera, que rugió con el detonador sonido de la guitarra de DJ Ashba, un talentoso músico que inició su particular romance con el público metiéndoselos en el bolsillo. Y así, la pluma de la historia recién empezaba a escribir el verdadero éxtasis de la noche cuando Dizzy, Chris, Tommy, Richard, Ashba, Bumblefoot y Frank jugueteaban con los primeros acordes de aquel legendario y representativo, casi un himno que Guns N Roses adoptó con el correr de los años: “Sweet Child O’ Mine”. Y el clímax llegó a su ebullición.

La noche se aceleraba, las luces deslumbraban a la par de la música. Ni siquiera el imponente mar de cabecitas que coparon el campo y las plateas se quedaban atrás, saltando, cantando, coreando y saludando a uno de los referentes más grandiosos de los últimos 30 años. Para quienes decían que Axl Rose ya estaba muerto. Ahí estaba. Imponente y sobriamente convertido en todo un showman que con su sola figura, hacía posible contemplar un majestuoso cuadro que bastaría para complementar los chispazos de la llamarada. Las expectativas erróneas estaban ahí, al pie del cañón, retorciéndose en los adentros, de donde nunca debieron salir.



La noche no terminaba ahí. El exquisito rockstar pretendía una prolongada velada. Y continuó dirigiendo gritos de ovación con “Live and let die”, ”It’s so easy“, ”Rocket Queen”, “Street of Dreams”, “Nightrain”, “Mr. Brownstone”, y su infaltable “You could be mine”. No faltó nada. Desde una excelente performance y una predisposición diferente del líder y cofundador (actualmente único miembro original del grupo) de la legendaria banda que a mediados de los 80 supiera ser un supremo referente del hard rock, hasta unos solos de guitarra y piano, a cargo de Richard Fortus, Ron “Bumblefoot” Thal, DJ Ashba y Dizzi Reed, perfectamente ejecutados.



Y ahí estaban. Sobrios, y soberbiamente magistrales y pintorescos, tan impecables que eran capaces de espantar a los fantasmas de Izzy, de Rob y del mismísimo Slash. La ansiedad rebosó solamente al ver el piano en el centro del escenario y a un Axl totalmente relajado y carismático (pocas veces visto), y la emoción colectiva elevó el impacto: “November Rain” superó todas las expectativas y el furor del público irrumpió todo el Jockey gritando a todo pulmón la letra de una de las principales canciones de toda su historia, Rose y sus 7 músicos parecían iluminar el escenario, tornasolando una noche tan épica como aliada. La luna estaba de nuestro lado. Borrosa y lejana, veía desde muy lejos, el fabuloso desvelo de rock que vivía toda Asunción, y hasta el mismísimo Paraguay.

Volvió ese momento cumbre, de esos que hacen que hasta el rock consiga emocionar y excitar a unos cuantos soñadores. Una potente introducción de Thal indicaba que un coro compuesto por 60.000 almas interpretaba una melodiosa y tradicional balada: “Don’t Cry”. La batuta comandada por un Axl Rose perfectamente coordinado consiguió llegar a un momento más que cumbre, celestial, se hacía presente en la versión de esa canción escrita por uno de los más grandes músicos de todos los tiempos, Bob Dylan, y diametralmente catapultada a la fama gracias a los Guns N Roses: “Knockin’ on Heaven’s Door”. El público cantó en su totalidad.



El estruendo pirotécnico y un impresionante juego de luces haciendo alusión a la cultura oriental, sumado a “Paradise City”, casi tres horas después, y el micrófono que Axl tiró al público apenas terminada la canción, marcaban el final de una odisea épica. Una hermosa historia que inició en la jungla, pasando por China y ese Paraíso que duró casi toda una madrugada agitada, que dejó un sabor insatisfecho con la ausencia de “Patiente” o de “I used to love her”, pero que no hacía incapaz de palpar ese sueño que 26 años estuvo acorralado, preso y pudoroso de salir. Y que solo esa noche, pudo liberar su furia, escaparse y morir en la tranquilidad de haberlo conseguido.

Y ya no quedaban dudas. Si cayó alguna gota, no fue nada más que algunas lágrimas de un público eufórico e ilusionado, pues esa noche fue lo más cercano que estuvimos de tocar las puertas del cielo…



Y lo vi en mi país. Y esa misma noche dormí en mi cama, sonriendo, sabiendo que yo estuve allí, fui parte de esa épica odisea que Axl trajo a Paraguay. ¡23 años –mi edad- sí valieron la pena!





*Las fotos que ilustran esta nota corresponden a www.paraguay.com. Las tomé prestadas porque mi presencia en la zona Guns del concierto, hacen que hoy me lamente el no haber llevado un solo celular para al menor tener una imagen histórica de esa noche que jamás se me cruzó por la cabeza que podría suceder en Paraguay. Gracias Axl, gracias Guns, y sobre todo, gracias Garzia Group por confiar en el público paraguayo, por usar la música y la venida de los grandes grupos como medio de subsistencia, por apostar por el rock, por los fanáticos que todavía quedamos de esta corriente tan apasionante. ¿Quedó demostrado quiénes ganamos, o no? :D

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