viernes, 30 de enero de 2015

Magistral shock de rock&roll


Foto: Rock and Studio

Para empezar a hablar de los Foo Fighters, como primera regla habría que decir que son domadores de multitudes. Y eso no entra en discusión. Después de su tremendo show de tres horas contínuas en el Estadio Único de La Plata, dieron fe de ello.

Si hay algo clarísimo, es que Dave Grohl es mucho más popular de lo que se pensaba. Desde el lanzamiento de su documental Sound City en el 2013, hasta el estreno de Sonic Highways versión serie para la famosísima cadena HBO, la grabación de los ocho temas del disco en ocho ciudades diferentes, su ingreso al Salón de la Fama del Rock, tocó con Paul McCartney, Brian May y muchos otros de sus ídolos personales y se afirmó como uno de los grandes héroes del rock de estadios.

"Les prometo que no vamos a esperar 17 años para volver. Lo juro. No sé por qué esperamos tanto, son el mejor fucking público del mundo. Este tema es para ustedes". Así se despedía Dave Grohl aquel 4 de abril de 2012, antes de tocar Everlong para dar cierre a un show imparable en el Monumental de River durante el Quilmes Rock de ese año. Dave prometió y que conste que lo cumplió. Y con creces, diría yo.

Solamente tuvieron que pasar casi tres años para volverlo a ver en Buenos Aires, más específicamente en La Plata, con un nuevo e interesante disco bajo el brazo para deleitar con tres horas de show impecable a no más de 30.000 almas.

Eran las 21.15 cuando Grohl y los suyos hicieron su aparición en un imponente escenario para lograr una entrega total a un público que les devolvía cada acotación.

Mucho antes, la banda argentina Eruca Sativa y los británicos Kaiser Chiefs, con mucha polenta, prepararon la velada para la llegada de los Foo Fighters.

Bajaron las luces del escenario y el estadio Único se paralizó, para luego estallar con el griterío ensordecedor que dio lugar a un estruendoso rugido de guitarras, un temblor que marcaba la entrada de la agrupación.

El líder absoluto es Grohl, un showman con todas las letras que se metió al público en el bolsillo al cargarse la guitarra al hombro y hacer vibrar a los presentes con la potente Something From Nothing, el primer corte de Sonic Highways, su último disco, para lograr así un brutal comienzo que dispara riffs y descarga la voz de Dave como artillería pesada. "Va a ser un show largo. Trajimos muchas canciones, así que van a tener que bailar toda la noche, motherfuckers", afirmaba recién subido al escenario y terminada la primera canción, con el pecho inflado y los brazos en alto.

Hay algo que no entra en discusión acá y es que los tipos se divierten en el escenario, sin olvidar que todo empezó en un garaje, hasta convertirse, 20 años después en una de las bandas de rock más vigentes del mundo.

Otra cosa que quedó clara es que los Foo prometen y cumplen. Tocaron sin parar tres horas sin bises y con un arsenal de hits que repasan con justicia su discografía (aunque me hubiera encantado escuchar Next Year -mi canción favorita por excelencia-, Walking after you, Big Me y What did I do/God as my witness, del último disco).

The Pretender, Learn to fly, Breakout, Arlandria y Generator funcionaron como disparadores para continuar una noche sin precedentes.

"¿Se bancan dos horas y media? ¿Se bancan tres horas? Vamos a tocar hasta que no podamos más. Nosotros no somos de los que se van del escenario y vuelven. Nosotros nos quedamos acá", continuaba el ex baterista de Nirvana devenido en frontman, capaz de interactuar constantemente con un público que a la segunda canción ya empezaba a desarmarse en pogos masivos y euforia descontrolada.

My Hero actuó como el detonador perfecto para que la bomba explote en uno de los puntos más altos de la noche.

Además de Dave, dueño de un carisma único, que se comunica con su público a través de códigos y sin poses de divo ni de estrella de rock and roll, sino como un rockero divertido, detrás había un show aparte, cuando la atención recaía en la figura de Taylor Hawkins, "el mejor jodido baterista del mundo. Te quiero", en propias declaraciones de Dave en vivo. Un rubio que es pura energía y que por momentos nos recuerda al Grohl de Nevermind y hasta al propio Kurt Cobain, repartiendo palazos y cimentando la potencia de la banda con golpes ágiles y pesados. Enérgico y arrollador. Todo un showman aparte, resguardado en el fondo del escenario, que lejos de pasar desapercibido, confirmaba de sobra el concepto que minutos atrás había dado Dave sobre su compañero.

La entrega de Foo Fighters es total, nada a medias. Quedó demostrado que con ellos no existen las medias tintas. Eso de tocar, pasar por caja y mandarse mudar no figura en su contrato. 

Enseguida disparan Hey, Johnny Park! y Monkey Wrench, para rematar con una seguidilla de éxitos que incluían Cold day in the sun, In the clear, I'll stick around y Congregation. Para lograr un final bestial con Walk, en su máxima potencia. Y el estallido del Estadio Único se hizo eco.

Para ese entonces Dave ya se convirtió en un líder auténtico, domador de masas, con cero por ciento de demagogia y un estadio de 30.000 personas a sus pies. Con gritos furiosos y un festival de "fucks" pedía al público que lo dejaran de alabar con el "olé, olé, olé, cada día te quiero más. Soy Foo Fighters... Es un sentimiento... No puedo parar...", para luego seguir tocando con una cerveza en la mano.

Luego de un juego tremendo de distorsiones, protagonizado por Chris Shiflett y el abuelo Pat Smear, que se dedicaron a construir una pared alterna entre calma y explosión, mientras la sobriedad de Nate Mendel se hacía presente en sus líneas de bajo, Dave, que tiene como un cañón en la garganta hace temblar al estadio con sus gritos desgarradores. En un momento pregunta si estamos dispuestos a gritar y cantar así toda la noche. Y obviamente la respuesta del público no se hizo esperar.

Ahora, bien, ¿quién dijo que el rock de estadios no puede emocionar? El comandante de la batuta llegó dispuesto a romper mitos, al dejar descansar a su banda, atravesar la pasarela que llegaba hasta el centro del campo, cargando la guitarra electroacústica para descargar una interpretación más intimista de Skin and Bones y una hermosisíma versión solista de Wheels. "No la tocamos muy seguido", remataba poco antes un solitario Grohl. Por suerte esta vuelta hizo una excepción y la tocó. Dave, él solito con su alma nos regalaron la mejor versión de esta canción. Para finalmente ejecutar solo los primeros acordes de Times like these esperando a que se sume el resto de la banda para terminarla, que emergía del subsuelo desde una plataforma giratoria instalada en el medio del campo. Impresionante.

La evolución del show fue creciendo y los fanáticos no podíamos dejar de sacudir las cabezas. Más que un show por contrato, lo de ellos parecía ser una reunión de viejos conocidos que disfrutan lo que hacen, sobre todo Dave, que se movía como pez en el agua por cualquier estilo o instrumento. Estaba en su salsa.

Foo Fighters no dio respiro alguno a su público. "Nosotros empezamos a tocar en un garaje, haciendo los clásicos que nos gustaban y soñando con estar en un estadio. Ahora llegamos a un Estadio, pero igual queremos tocar esas canciones que nos gustaban". Y una vez más, el comandante Grohl acaparaba toda la atención de su público. 

Ya reunidos los seis, se iniciaba un viaje al pasado con un set de covers del tamaño de Detroit Rock City de Kiss, Young Man Blues de Moe Allison y Miss You de los Stones, con Dave Krusen -batero fundador de Pearl Jam- y Jonny Kaplan en la voz. Invitados de lujo. 

Para el siguiente tema, Dave y Taylor intercambian los roles. Grohl se adueña de su primer amor: la batería, mientras Hawkins se apropia del micrófono para ofrecer una potente versión de Stiff Competition de Cheap Trick.

Mientras el miniescenario seguía girando y ante incontrolables aplausos y respuestas eufóricas de un público descontrolado, ambos showmans volvieron a sus roles principales para deleitarnos con una hermosa versión de Under Pressure, de Queen y Bowie, los dos cantando a partes iguales. Y el gran Freddie Mercury no habría podido sentirse más honrado al escuchar esta sencilla pero memorable versión. Una versión que irremediablemente podría remitir al de Nirvana en el Unplugged con los Meat Puppets. 

A estas alturas del show uno se acuerda eso de "vamos a rockear toda la jodida noche" que había dicho Dave un par de horas atrás y se da cuenta que es cierto. Los primeros acordes de las guitarras generan un entusiasmo colectivo y una masa de cuerpos se preparan porque saben lo que se viene. All my life irrumpe en escena y varios círculos descontrolados llegando al punto más agitado de la noche.

Y hablando de momentos intimistas, sonaba These Days, como suerte de canción de redención. La que en Back&Forth, el documental de la banda, que data del 2011 y en el que Dave confesó que esta canción se la escribó a Kurt Cobain y más tarde, en el 2012, se lo dedicó a sus ex compañeros de Nirvana (Cobain y Krist Novoselic) en el Festival de Reading de Inglaterra, mismo escenario en el que más de 20 años atrás Nirvana había dado su último concierto en Inglaterra.

Para este momento del show, al fin terminamos de entender por qué ese tipo risueño, de barba cuidadosamente descuidada, jeans, remera oscura y Converse gastados es tan distinto a cualquier cantante de rock. A Dave Grohl, ese ícono generacional, rock hero por donde se lo mire, no parece importarle nada más que su banda, gritar hasta el límite de su garganta y hacer un recorrido al pasado, llegar al presente y volver al pasado otra vez como haciendo un recorrido por toda la carrera musical de la banda que sucedió a un mito como Nirvana. Dave se paseó en el show, como si hubiera vuelto a tocar en el garaje de su casa.

Si hay algo que el público siempre valora, tanto en el rock como en el fútbol, eso es la entrega. Y en eso Dave y los suyos -especialmente Taylor Hawkins, el brillante baterista- dejan el cuerpo en cada acorde, en cada riff, en cada canción.

"Somos una banda muy afortunada por hacer lo que nos gusta", remata Dave. Y fue justo ahí cuando recordó la última vez que tocó en Argentina con los Artic Monkeys bajo la lluvia (2012) y la garra del público que nunca dejó de alentar en esa ocasión.

Y sin dejar de girar sobre el escenario redondo que le permitía quedar cara a cada rincón del público, Dave evalúa antes de disparar el tridente final con Outside, otra joyita del nuevo disco, que fue bien recibida y coreada por la masa. El máximo punto de ebullición llegaría con The best of you. Y la despedida, que nadie hubiera deseado después de tantas emociones y recuerdos juntos. "No nos gusta decir adiós. Preferimos decir esto: Y me pregunto... Cuando canto contigo... Si todo podría sentirse así de real por siempre... Si cualquier cosa podría ser así de buena otra vez...".

Sonaba Everlong y no hizo falta nada más.

Tras tres horas exactas de éxtasis, furor y emoción, se baja el telón de un tipo que se siente afortunado por hacer lo que le gusta hace más de dos décadas. Y en el escenario se notó el feeling con su público, uno que quedó con la sonrisa dibujada de ver a un tipo común apostando al vértigo total de cada show. Los pogos, los bailes y los cánticos desenfrenados no faltaron en toda la noche. Y los que salimos del Estadio Único después de ese shock -porque está claro que no fue un simple show- de tres horas terminamos empapados de rock.

El muchachito que formaba parte del trío que cambió la historia del rock independiente norteamericano con Nevermind (1991) estaba de regreso, o tal vez nunca se había ido. Estaba más latente que nunca, reafirmando lo que Kurt dijo cuando lo vio por primera vez: "Conocí al mejor baterista del mundo". El hombre detrás de los parches de Nirvana está hoy al frente de Foo Fighters.

Y surge la pregunta obligada: ¿Por qué no cantar temas de tu antigua banda que te permitió hacerte conocido? "Es terreno sagrado", diría Dave a la revista Rolling Stones. Probablemente el estigma de Kurt y Nirvana sea la cruz más pesada con la que Dave deba cargar el resto de sus días. Pero sin duda es la fuerza que alimentó su espíritu desde entonces. Después de todo, Dave es eso, como el Ave Fénix que resurgió de sus propias cenizas.

"Venimos haciendo esto por los últimos 20 fucking años. Nos sentimos realmente afortunados". Sí, Dave, después de esa magistral clase de rock and roll, te creemos.


Foto: Rock and Studio

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