viernes, 15 de enero de 2010

La contra cara de la historia: Consumismo e Individualismo.


En pleno siglo XXI nos hemos vuelto más obsesivos por nuestras cosas que de costumbre. La sociedad dejó de ser un grupo humano para convertirse en una paranoia moderna. Nos obsesionamos con la tecnología, con lo actual, con la moda. Cada día trabajamos más para satisfacer esos gustos obligados que marca la sociedad como cánones de belleza estructural. Pareciera que en este ‘sistema’, si no comprás mucho o si no tenés muchas cosas, no tenés valor y no encajás en este mundo. Para empezar, con la cantidad de fábricas y desechos que generamos, estamos matando nuestros recursos. Sí. Compramos, compramos, compramos y cuando nos damos cuenta, ya talamos árboles, dinamitamos montañas para extraer minerales, usamos toda el agua del planeta y matamos todos los animales. Y por si fuera poco, lentamente estamos matando a miles de personas trabajadoras de las inmensas fábricas y que día tras día se degradan a un miserable sueldo solamente para subsistir en un país con escasas oportunidades de trabajo y de educación.

Pasa con los campesinos, con la gente que viene del interior a la zona urbana con el fin de buscar un mejor nivel de vida. Y claro, ocurre con las pobres personas que deben emigrar a España, Estados Unidos y Argentina buscando algo más digno. ¿Qué genera esto? La desintegración familiar y un trauma en el caso de que hubiere de por medio niños pequeños. La consumición, hoy día, nos ha hecho más individualistas. El Chat, los videojuegos, los celulares ultra modernos, lo último en tecnología y por supuesto, la moda debilidad de las mujeres, ha hecho que esta sociedad no se ocupe de otra cosa más que de llegar a ser aceptada cumpliendo al pie de la letra los cánones que nos están metiendo en la cabeza a través de la publicidad. Sí. Los medios de comunicación juegan un papel fundamental en esto. Si lo pensamos más allá, ¿para qué sirve una publicidad si no es para que estemos infelices con lo que tenemos?

Ahora consumimos dos veces más de lo que se consumía hace 30 años. Nuestro valor se mide principalmente por cuánto aportamos para encajar en los “dichosos” cánones estructurales. Y creo saber por qué es esto. Será porque cada vez tenemos más cosas, pero menos tiempo para hacer lo que realmente nos hace felices, como la familia, los amigos, el ocio. Estamos trabajando más duro que nunca para poder pagar todo lo que nos gastamos, muchas veces de forma inconciente. Eso provoca el individualismo.

Queremos, o más bien debemos pagar esos muebles nuevos, esa computadora moderna, los electrodomésticos más actuales y esa cantidad de ropa, maquillaje, zapatos e imagen en general, que se nos olvida que podríamos simplemente parar. Las publicidades nos dicen sin anestesia lo disconforme que estamos con nuestra propia vida, entonces, la mejor solución para calmar nuestra insatisfacción es ir de compras. ¿Y después? Volver a trabajar más horas, dormir menos y pagar nuestras cuentas.

La contra cara de todo aquello con que los medios nos lavan el cerebro, es esto. La contaminación desastrosa y la consumición desmedida no solo afectan nuestra economía, también nuestra familia, nuestra integridad personal, nuestra dignidad y nuestra relación con los demás. Nos ponemos máscaras que poco tienen que ver con nosotros para poder ser aceptados dentro de un grupo social que más que grupo humano, es una locura existencial. Debemos saber que hasta la prensa se ha vuelto comercial y aprender a no creer en todo lo que nos dicen. Ni ellos ni los políticos. No existen reglas, solamente voluntad para llegar a un cambio real. Revolucionar esas reglas que se instalaron en la sociedad para impedirnos sentirnos completamente realizados y más felices.

¿Sabías que hoy, la mayor cantidad de los productos se hacen con materiales netamente desechables para que durasen un tiempo –lo más corto posible- y después las tiremos aún cuando todavía podrían ser útiles? Bueno, la familia, los amigos y esos buenos momentos compartidos no tienen fecha de expiración y mientras duran, pueden ser los más memorables recuerdos que nunca escaparán de nuestras memorias.

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