viernes, 30 de julio de 2010

Momentos

Otra vez el día de la amistad.
Tiempo de hacer un repaso por todos esos seres increíbles que se van atravesando en nuestro camino, que van subiendo a nuestro tren, que pasan de vagón en vagón y a los que vamos acomodando en un espacio de nuestra vida.
Algunos, claro está, más transitorios que otros.
Algunos amigos estacionales que vinieron a nuestro vagón para enseñarnos ciertas lecciones que siempre quedarán, y para después continuar su camino.
Otros pasaron simplemente para saludar y después cruzaron de largo así sin más.
Algunos, sin embargo, llegaron en busca de un abrazo de oso que calmara algún dolor del alma.

Con ciertos amigos esporádicos vivimos experiencias veraniegas como compartir una pieza de cuatro personas, cuando éramos ocho. Y llenar el piso de envoltorio de pororó o latitas vacías sin que al amanecer tengamos necesidad alguna de limpiarlo. Esos amigos a los que una ola unió en la arena para que después el viento los deposite nada más que en la memoria y en fotografías viejas que con el paso del tiempo se volverían amarillas.

O aquella amiguita de la niñez, en el Jardín de Infantes, que llevaba las dos colitas de caballo sujetadas con una gomita de caramelo, y que nos acompañaba a la rueda para hamacarnos (¡sí! Todavía la recuerdo) o ese amiguito que venía corriendo a vernos cuando nos raspábamos las rodillas jugando a la pelota. Esos lazitos de amistad unidos cantando la misma canción, luciendo inocencia pura y carita sucia, lleno de vereda saltando la cuerda y derramando gotitas de amor si caíamos y nos lastimábamos. Esos a los que el tiempo se encargó de guardar en nuestros recuerdos como momentos invaluables de nuestra infancia.

Algunos, quizás, compañeros de roles o colegas, a los que obligatoriamente la vida nos cruzó interpretando el a veces duro papel de oficinistas. Esa amistad que nos obliga las largas horas de trabajo, la luz del día, el madrugar diario o las horas de almuerzo. Esas que quedan guardadas en el cajón del escritorio una vez que la puerta del laburo se cierra.

Varios de ellos, amigos de amigos. Otros, conocidos cuando todos posamos y dijimos “whisky” para el flash de una cámara, y que al terminar la fiesta muy probablemente solo los volvamos a ver en una próxima.

Los amigos cibernéticos y bloggers. ¿Cómo no nombrar a estos?
Son los infaltables. A lo mejor nunca los vemos, pero siempre están ahí, con su foto colgada en la web, o modificando su estado cada vez que crean necesario u opinando sobre alguna actividad tuya, clickeando “me gusta” a todo con lo que estén de acuerdo (y a veces con lo que no lo estén). De esos amigos que a veces creemos que llevan el Nickname escrito en la cédula de identidad. A quienes conocemos por lo que nos cuentan, y de los que respetamos lo que puedan callar. Esos amigos con quienes nos encariñamos simplemente por la magia que encierra su gran don de la palabra.

Las chicas de la facu, compañeras incansables de estudio hasta altas horas, trabajos prácticos a montones y miles de lágrimas colgadas en los almohadones, además de cientos de sueños debajo de la cama y unas cuantas ilusiones pegadas por las paredes.

Los amigos del inglés, del barrio, del colegio. Con estos últimos vivimos el fin de una de esas etapas más innolvidables de la vida, cuando dábamos más de un dolor de cabeza a papá y unos cuantos quebrantos a mamá. Tiempos en que las reglas estaban para ser rotas y corrompidas. Las amigas de la danza y los compañeros de teatro, con quienes podíamos vivir otras vidas que no fuesen las nuestras.

¿Cómo olvidar a los del club? Esos amigos que duraron hasta que se te venció el carnet y nunca más lo renovaste. Ni el carnet ni a esas amistades.

Y otros AMIGOS, que llevan el nombre con mayúsculas.
Esos que entienden que no queramos hablar, que no nos sale la voz, que ya se nos secaron todas las lágrimas y que no podemos reír. Ellos, que saben cuándo preguntar, cuándo aceptar y cuándo estrecharnos una mano.
Esos que perduran con el tiempo, más allá de las arrugas y de los trabajos, mucho más allá aún de los maridos, las esposas o los hijos.
Esos de fierro. Que comparten instantes que hacen de la vida una completa magia. Que combaten la miseria y aumentan las alegrías. Que comparten risas y carcajadas y reparten emoción. Que saben darnos a tiempo un abrazo de oso, que tienen las palabras justas y los silencios necesarios para que podamos sentirnos capaces de confirmar nuestra dicha de haberlos elegido bien.

A esa familia que la vida me permitió escoger.

A ellos, a cada uno de esos seres humanos que me gané tal vez en algún sorteo, pero que los he ganado al fin, mi más sincero agradecimiento por años, semanas o días de amistad. Porque a fin de cuentas es la calidad del tiempo vivido lo que cuenta, no la cantidad del mismo.

De corazón, del fondo de mi alma: ¡GRACIAS!
Por darme mi tiempo, mi espacio, por llenarme de aprendizajes, de lecciones, por hacerme ver aún en la peor situación que siempre existirán momentos por los cuales valdría la pena continuar, por hacerme entender que nada en esta vida es casualidad y ejemplo de ello, son ustedes.

Gracias por hacerme ver que hay personas que nunca voy a olvidar y recuerdos que jamás voy a borrar de mi memoria.

Y sobre todo, gracias por entender que soy humana... Por evitar preguntas que muchas veces no sabría ni podría responderlas.

¡Feliz día del Amigo!
¡Salud!


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