lunes, 25 de abril de 2011

Amor Postergado (Cuento Corto)

Mi primer cuento vio la luz.

Ya me topé con la experiencia de que mucha gente comente mi manera de escribir, mi afán de inspiración y medio de catarsis, como lo denominé yo al crear este blog. En muchas ocasiones ya me aconsejaron hacer algo que pueda trascender y que de paso, claro está, me abriera muchas puertas, como escribir un libro. Mi cuñada me contó a grandes rasgos la historia de un compañero hondureño, en la facultad de Cuba, que luego de lanzar un librito con 17 poemas escritos por él mismo, su vida dio un giro tremendo, los homenajes y titulos honoríficos empezaron a venir y muchas puertas se empezaron a abrir.

Otra cuestión es la de presentarme a concursos literarios. Y es acá donde hago una pausa y resiro profundo, para luego empezar a escupir unas cuantas espinas atoradas tras unos intentos fallidos por trascender y no haberlo conseguido. Mi blog no ganó el primer puesto y ni siquiera quedó enre los 10 mejores blogs en el concurso organizado por Última Hora el año pasado. Round 1.

Participé de un concurso en agosto del año pasado, por el Premio Elena Ammatuna de Cuento Corto. ¿Y adivinen qué? No me gané nada, más que el sacrificio y las ganas de escribir algo que pensaba que nunca me iba a salir. No me da escribir cuentos. Varias veces intenté escribir guiones y hasta historias largas, y todas están ahí incompletas en el Disco D de mi computadora, en una carpeta de papeles viejos y amarillentos y en un rincón de mi memoria que todavía recuerda parte de la trama. Y bueno, uno a veces hace cosas nada más que por amor al arte, a lo que hace. ¡Cuántas cosas ya no habré hecho yo por eso! Round 2.

Y nada. Quería nomás dar esta introducción a mi primer cuento y hacerlo oficialmente público. No sé en qué me inspiré. Quizás en varias de esas historias de amor y desengaño que tanto veía proyectadas en las novelas mexicanas cuando era chica, mezclada con alguna que otra película de época y qué sé yo, seguramete entreveradas a la par con algún que otro relato de Jane Austen, mi autora de cabecera (a lo mejor estamos conectadas o algo parecido, por el hecho de que al igual que yo, nació un 16 de diciembre).

Les presento, oficial y públicamente, a mi primer cuentito, ''Amor Postergado''. No será lo más, pero salió del corazón y dicen que todo lo que sale de ahí, siempre es bueno. Disfrútenlo y si es posible, trátenlo con mucho, mucho cariño, porque costó días de insomnio, horas frente a la computadora con la mente en blanco y una laguna mental terrible y además costó inspiración y sentimentalismo, para variar.





Me gustan y no me gustan las historias de amor.

Siempre son cursis, suenan a historias conocidas, pero siempre… Huelen a sueños.

Supongo que por eso no me canso de oírlas, se me pone la piel de gallina y respiro profundo mientras mis ojos, ya grandes de por sí, se abren más y más, dejando entrar recuerdos, y a veces… Hasta un hilo de esperanza.

Ellos dicen que no recuerdan cómo se conocieron, tal vez fue un domingo soleado por la tarde, que sin quererlo cruzaron sus miradas en la plaza mientras hacían sus caminatas vespertinas o sacaban a pasear al perro. O a lo mejor fue cualquier mañana mientras esperaban el bus que los llevase al trabajo, o en la fila larga e interminable del supermercado, cuando él quitó el carrito del camino para que ella pudiera pasar.

En la mayoría de las historias de amor, identificar el momento preciso en que nació la relación es un dato anecdótico, y más para contarlo en una ronda de amigos cuando ya los años pasaron y aparece en escena ese pregunta… La aparentemente impostergable.

No son amigos de toda la vida, sin embargo ellos sienten que se conocen desde chicos, y con eso les basta. Con creer que compartieron hamaca, paseos en el parque, las escondidas, la pelota muerta o el juego de la botella. O imaginan que llegaron a subir juntos a la copa del árbol más alto de la casa de campo o que corrían y trataban de escapar de los globitos de agua en pleno Carnaval. Fueron esos primeros años, imaginados, los que hoy recuerdan como sus primeras experiencias juntos, aunque por aquel entonces no tuvieran ni noción de que la vida, el destino, un ser superior o como quieran llamarlo, estaba haciendo que sus caminos se crucen.

¿No son insospechados los designios del amor… O de la vida misma, en este caso?

La misma vida que hizo de ellos personas adultas, cada uno en su camino, con distintas anécdotas. Tan distantes como disparejas.

Él vivía el día a día, siempre vivió al margen de lo que sus humildes padres ya mayores podían ofrecerles, desde niño trabajó para comprarse los útiles de la escuela y el uniforme. Nunca tuvo todos los juguetes que quería, la vidriera de cualquier juguetería era como una carabela que él quería invadir vestido de pirata. Sí, soñaba ser pirata, quería irrumpir cualquier barco que viera en el mar, para luego naufragar hasta caer en una isla de la cual pudiera ser amo y señor, hasta que finalmente extrañase la tierra firme y pudiera guardar un mensaje en una botella y lanzarla al mar hasta que alguien la encontrara.

Ella era la consentida de la familia, tenía tantos juguetes que nunca sabía con cuál de ellos empezar a jugar. ¡Tenía tantos! Que no le alcanzaba un solo día para jugar con todos. Si había algo que quisiera, bastaba con chasquear los dedos para que se lo concedieran. Constantemente tenía ropa nueva, de moda y de temporada, vestidos que la hacían parecer más princesita de lo que en realidad era y con los cuales se lucía orgullosa en la plaza. Y siempre muy llamativa por el color casi transparente de sus ojos y sus ricitos rubios que parecían hilos de oro, como el de las modelos que aparecen en la televisión. Y su piel tersa y suave como el de una muñequita de porcelana.

Él, en más de un invierno pasó frío en la plaza. A ella le sobraban abrigos. Él se contentaba con ir a la feria los fines de semana y si le alcanzaban las monedas comprarse algún boleto a los juegos y ganarse algo que pudiera llevar a casa triunfante para regalárselo a su hermanita. Ella era hija única, lo tenía todo, no le faltaba nada… Pero no era feliz.

Desde uno de los juegos del parque no dejaba de mirarla, ahí en la hamaca, ella con su soledad, que aparentaba aturdida y desconsolada, observando cómo lucía su bella cabellera al viento, su deslumbrante vestuario, sus ojos más lindos que el mismísimo cielo y esa mirada… Esa mirada triste. Ella era su niña… Aunque ella no lo sabía.

¿Quién lo diría? Jamás nadie, ni siquiera alguno de ellos dos, podría suponer que algo terminaría pasando entre ellos.

Era verano, y parecía que ese iba a ser el más caluroso de los últimos años. Para él, el calor nunca significó un problema. Creía que siempre vivió abajo mismo de los rayos del sol, sin embargo siempre sabía cómo encontrar una corriente de aire fresco que le ventilara el rostro, dándole algún respiro. Tampoco tenía inconvenientes en refrescarse bajo cualquier canilla que encontrara abierta.

Para ella, la estela de calor hacía sus días agobiantes. Durante el día disfrutaba del aire acondicionado de la casa. Mientras él y su familia lo soportaban a fuerza de persianas bajas y ventiladores con aletas que ya apenas giraban.

Llegó Navidad. La costumbre era esperar las 12 dentro de un ambiente festivo que se colaba por cada casa del barrio. Familias enteras, pobres y ricas, se juntaban bajo los árboles con sus reposeras para recibir el viento fresco que rozaba las mejillas.

Quizás por primera vez, sus miradas se cruzaron. Ella lo miró de pies a cabeza, su rostro moreno, fijando la vista sobre esos ojos oscuros, que la hacían sentir cierto estremecimiento que jamás lo pudo explicar. Él ya estaba acostumbrado a dejar que sus ojos se clavaran en ella, pero ahora, por primera vez sintió cómo los de ella también le correspondían.

Tal vez el susurro del viento, el tenue calor de la noche o el deseo desbordado de ambos fue lo que llevó a que en segundos, los dos se liberaran. El suave y verde pasto en la parte trasera del parque fue el escenario ideal para algo que para ellos se convirtió en algo mágico, como si lo esperaran desde hace tanto… Desde siempre. Parecían haberse reservado para esa primera vez, para esa noche en que sus cuerpos se encontrarían. No se conocían. Ella ni siquiera sabía su nombre, pero sabía que esa mirada le transmitía seguridad y confianza. Pese a que esa noche no pudieron consumar el idilio, debido a una pizca de inseguridad por parte de ella, siguieron viéndose. Un poco a escondidas… Un poco a la vista de todos. Más adelante, lo llegaron a consumar.

La vida los alejó. Él se dedicó a atender el almacén del barrio, que alguna vez perteneció a su padre. Y ella… Ella se marchó. Él nunca supo por qué. Sus padres la alejaron de quien consideraban culpable de que su pequeña se haya corrompido. Ella se negaba a hablar con él. La siguió hasta el puerto. La interceptó a escondidas de su padre y le propuso escaparse juntos para vivir y disfrutar de su amor. Ella sólo pudo desviar la mirada para esconder las lágrimas que empezaron a resbalar y escaparse por su mejilla. Salió corriendo y subió al barco que la alejaría para siempre del amor de su vida.

Él se quedó a la orilla como si esperase que el barco cambiara de rumbo y regresara a la ciudad. Pero no. Fue la última vez que la vio.



P.D.: Dedicado a todos mis amig@s y no tan amig@s que todavía creen en el amor, a aquell@s esperanzad@s e idealistas. A quienes escuchan 'En el muelle de San Blás' de Maná, y que por puro sentimentalismo, se les pone la piel de gallina y les da esas locas y raras ganas de llorar.

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