domingo, 8 de mayo de 2011

Eso que llaman Amor


Siempre dije que las cosas y las personas, con el tiempo y las circunstancias, cambian, se transforman. Y después de cierto tiempo, comprendí, que indefectiblemente, las relaciones también.

Entendí lo ilógico que resulta pensar que todo puede ser como fue al inicio, los detalles, las demostraciones de afecto, las sorpresas inminentes, las ocurrencias chistosas, las charlas sin sentido... Y hasta los mensajes diarios. Esos mensajes de texto que al instante de leerlos, ya hacen que el día no pueda ser malo aunque se cayera el cielo.

No sé en qué momento cambiamos tanto. Luego de un tiempo, ambos creímos conocernos tan bien como para querer adaptarnos a la forma de ser del otro. Y se volvió recíproco. Tanto, que de un día para otro fue como que todas esas acciones se esfumaron y dejaron de tener la importancia real que alguna vez llegaron a tener. Hasta llegar al primer año y sentir el peso de la rutina, en que los 14 de febreros desaparecieron del calendario, y el primer aniversario... ¡EL PRIMERO! pasa a ser un día más, de lo más normal en el reloj biológico.

Y yo me pregunto en qué momento perdimos el interés de impresionarnos el uno al otro. ¿Cuándo dejamos que la rutina se interponga al medio e intentara exterminar el amor sin darnos cuenta? Soy firmemente conciente de lo difícil que es mantener una relación. Si bien mi portuario amoroso no está enumerado por rango de durabilidad, comprendo prefectamente lo difícil que es construir algo de a dos. No es sencillo sumar pasado, experiencias, miedos, mañas y pedacitos de corazones esparcidos por ahí. ¡No! Nada de eso es tarea sencilla. Y aprendí que sólo los valientes se animan a creer que en el riesgo está la ganancia.

Enamorarse... Sublime palabra. Pero no me refiero a ese idilio instantáneo al que frívolamente llaman ''amor a primera vista''. Mi crónico idealismo siempre se negó a creer ese tipo de amor tan superficial, que entra por la vista y termina en el afecto no mutuo. Todavía creo, quizás ciegamente, en ese enamoramiento compartido, en que yo sé que soy parte de su vida, así como él lo es de la mía. Pero resulta algo tan... Extraño. Una sensación tan extraña esa de querer enamorarse. No se trata del hecho de no saber de quién hacerlo o tener de quién y no darse cuenta nomás. Pero esa impresión es parecida al hecho de estar frente a un hermoso paisaje y no tener a nadie que nos saque la foto. O estar a la orilla del mar viendo un atardecer (siempre quise ver un atardecer a la orilla del mar!!!) y no tener con quién compartirlo.

Quisiera saber si sólo son épocas, momentos en que uno se sienta a contemplar lo que dejó el vendaval y se entretiene juntando las partes de ese todo que supimos ser, o que en realidad,nunca supimos ser. Y de pronto nos vemos modificados, frente a ese espejo imaginario que nos regala el paso del tiempo y en el que nos obliga a mirarnos de vez en cuando para que podamos maquillarnos las ganas y retocar los errores.

Por algún extraño motivo, o por alguna extraña conjugación de los astros, hace un año decidí abandonar la entrañable soledad que me acurrucaba en el invierno y de la que ya me había hecho tan amiga en el verano. Me costó abandonarla, pero algo dentro de mí creía que era hora de planchar las viejas arrugas del corazón, y prometerle al oído que volvería a latir lleno de asombro frente a un ramo de rosas, un par de velas encendidas o un beso robado bajo la lluvia de otoño.

Hoy comprendí que la rutina nos está agotando. Y no sé si serán ya los primeros acordes que anuncian la pronta venida del invierno los que me provocan esta sensación de andar extrañando ese ascensor que sube y baja por el estómago ante la mera prsencia del ser amado.

Con las pupilas empañadas me pongo a pensar que tal vez solamente se trate de una locura descomunal de querer lanzarme por ese tobogán de sensaciones que sólo el amor llegó a generar un año atrás. Cuando creía que mi propio mar, antes revuelto, finalmente estaba calmo y me permitía mirar más allá.


Hoy... vuelvo a necesitar sus abrazos que trituran los huesos y las penas de la jornada con igual intensidad, sus abrazos que devuelven la sonrisa perdida en un vagón y que sacuden el cansancio de la semana.

Hoy... añoro ese mordizco en el aire plagado de magia, esa bocanada de amor que colma el espíritu y que llena los pulmones de esperanza.

Hoy...extraño esa presencia de su alguien que un año atrás conocí, y que sin embargo, hoy me sigue sonando tan familiar. Que cambió por mí, cuando en realidad era yo la que necesitaba cambiar. Cuando era yo la que necesitaba con suma urgencia acostumbrarse a los nuevos designios que el amor tenía preparado para mí.

No quiero que las arterias de mi corazón ni del suyo vuelvan a pasar por la sala de terapia intensiva. Quiero que nuestros diálogos se incrementen como antes, que nuestras charlas se debatan entre divagues existenciales, política, religión y preguntas sin sentido. Quiero creer, que como en las películas, un otro puede sentir a la par. Quiero que mi maldita histeria, finalmente, me permita disfrutar, esperar y entregarme al juego de la reconquista. Me cuesta mucho esfuerzo, pero de verdad deseo de todo corazón volver a emocionarme frente a él, que me hace sentir indefensa y desprotegida en un baldío a medianoche, con los ojos vendados y el resto de los sentidos en pausa.

Quiero tener de nuevo la posibilidad de que compartamos la idea de atracción, de empatía y de afecto que automáticamente me convierten. No aguanto la espera, la intriga, que a medida que pasan las horas se convierten en murciélagos dispuestos a vampirizar mi alegría. No quiero tener más miedo a demostrar todo lo lindo que hay en mi interior. No quiero que ese miedo se siente a desayunar a mi lado todas las mañanas, ni que viaje en mi mismo colectivo para transportarme en un descuido a la maldita rutina cotidiana ni que se duerma abrazando mis mismos sueños.

Quiero serla protagonista de la historia. Ya no quiero encerrarme en mi caparazón sin ventanas. Por el simple hecho de que hace un año aposté a que todo saliera bien, y aunque estaba aterrada porque algunas veces me salió mal, tomé la decisión de no escapar y buscar que sea la desilusión quien no me vuelva a alcanzar. Quiero, que así como hace un año empecé a sentir esas mariposas en la panza, volver a sentir que vuelo y que me transporto a ese lugar donde descubrí que no todo siempre es blanco y negro, que todo tiene sus matices. Y que una vez que se reencuentren, nuestras miradas volverán a ser multicolores.

Seguramente hay muchas cosas que todavía no aprendí, pero alguien me dijo una vez que a pesar de la lluvia, siempre volverá a salir el sol.

Quiero volver a sorprenderme con las cosas que hace o que dice, porque siento que quiero estar con él, no sé ni dónde, ni cuándo ni cómo, pero estar. No quiero que nadie me robe la felicidad que él me hace sentir. Porque es lindo despertarme sabiendo que lo voy a ver, que me va a decir o escribir algo lindo que irremediablemente me va a mejorar el día.

No sé si ilusamente sueño con un cuento de hadas o lo imagino así para pensar que esta vez sí va a funcionar. Pero hay una ecuación básica y cuasi elemental. Quiero espantar a esos miedos que me acechan y que me dejan con las manos vacías sin poderlo intentar. No me creo ser lo más, pero es demasiado lindo que alguien, de vez en cuando, me lo haga creer, por más lejos que esté de la realidad.

Entonces, ¿cómo el amor incrementó tanto, pero la rutina puede terminar ganándonos la jugada? Luego de todo lo expresado, vale la pena, entonces. Pelear digo :)



No quiero que pase, de ninguna manera, lo que dice esta canción de este gran dúo español. No creo estar preprada para enfrentarlo. Así que manos a la obra!

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