jueves, 7 de julio de 2011

Cara de éxito


Nunca me pude olvidar de lo que me dijo aquel señor, al que no conocía de nada, pero compartía una mesa con mamá, con tía, con Vanessa, con Freddy y conmigo en una reunión del Sheraton, allá por el año 2005 o 2006, era italiano o alemán. Me preguntó cuántos años tenía y qué hacía, por ese entonces estaba terminando el bachillerato informática y andaba con la danza. Me miró y me dijo en seco ‘tu rostro me dice que vos tenés cara de éxito’. No sé a qué se debió eso. Primero me extrañé y después me reí. Que él sabía, al ver el rostro y los ojos de una persona, si la misma era alguien capaz de lograr lo que se proponía. Me parecía una farsa. ¿Éxito? Todavía era dependiente y vivía en la cajita de cristal que papá y mamá habían fabricado para mí. Más adelante me empecé a sentir incapaz de emprender un proyecto por mí misma siquiera y aún hoy me lo sigo preguntando: ¿Qué me habrá querido decir? ¿Qué éxito podría tener? No sé, quizás recién lo empiece a entender vagamente. Y solamente ahora me doy cuenta que lo mío recién comienza.

Quería empezar con esa anécdota extraña esta entrada que nace en una más de esas frías madrugadas en que tengo tanta efedrina encima que me cuesta dormirme.

Pareciera que hace una eternidad que ando alejada del ruedo, y sin embargo pasaron 4 meses. Tiempo suficiente para que mi vida haya hecho un giro de 360 grados…

Empecé a perder el entusiasmo. Así. Tajante. ¿Qué quieren que les diga? Las primeras semanas me deprimí, me bajoneé tanto que llegué a pensar que ya no valía la pena. Y en realidad, una parte de mí, en el fondo, estaba feliz. Nunca quise bajar los brazos, a abuela no le habría gustado eso. Pero me costó levantar la cabeza y asumir la realidad. Hasta que llegué a reconocer que perdí mi tiempo en cosas banales, en lugar de invertirlo en termina la tesis, que hasta aquel momento, era mi prioridad. Pero no fue fácil.

Nunca dije que el trabajo no me gustara, sí me quejé por el trato y la mala onda que abundaba en el ambiente y que resultaba sumamente contagioso. Y tengo que confesar que al salir, divinamente desaparecieron los fuertes e interminables dolores de espalda y de cabeza. Aún así, yo decidí bajar la persiana y encerrarme en mis cuatro paredes para sobrevivir hasta que valga la pena asomar nuevamente la cabeza. Mis filosofías de que todo pasa por algo y que en esta vida todo te vuelve quedaron vilmente olvidadas en el tiempo. Ya no me importaba nada.

Dejé pasar el tiempo en vez de ocuparlo en terminar la tesis que significaría el primer paso al gran sueño de mi vida, desde que tengo memoria: una beca. Por hacerme murciélagos en la cabeza, desperdicié mi tiempo en planear mi futuro sin bajar un cambio y detenerme a mirar mi presente, y limitarme a disfrutarlo. Sentí que me iba a derrumbar. No pensé que el camino después de salir de un trabajo sería tan complicado. Y es que resultaba difícil, casi imposible imaginarse que después de sentirse una tan plena, con un trabajo que le encantaba (pese a todo lo negativo que conllevaba la gente con la que trabajaba), una familia disfuncionalmente feliz y un novio generoso, que me sorprendía haciéndome llegar flores y canasta de desayuno a la oficina y que aguantando mis malos humores y mis desplantes casi diarios aún seguía a mi lado, y que de repente todo o casi todo se fuera a derrumbar.

Toda la vida dije que mi realización personal estaba basada en mi profesión y mi independencia. Y de repente ver derrumbado parte de ese panorama… Comprenderán que no fue sencillo reponerse. Así que no me quedó de otra que levantarme de la queja en la que me había sentado los últimos tiempos y salir en la búsqueda de soluciones concretas que evitaran el caos. Por lo que empecé a trabajar con la tesis, mañana, tarde, noche y madrugada. Tenía que ocupar mi mente hasta que consiguiera algo.


Pero a lo lejos vislumbré una luz. Me ofrecieron un trabajo freelance y me tocó aprender oficios y áreas de mi profesión que quizás nunca ni pensé que podría hacerlo, me vi enfrentada a unos cuantos retos a los que tuve que hacer frente. Y no me fue nada mal, les cuento. La partecita de esa ventanita que se me abrió era un desafío nuevo, pero bastante tentador. Y no por la plata, sino por la comodidad y por la experiencia de aprender algo nuevo.


Con los años me prometí a mí misma nunca trabajar sola y únicamente motivada por el dinero. Y así también aprendí que primero que nada estaban mis filosofías, baratas o no, pero mis principios al fin. Recibí esa llamada por la que esperé tanto tiempo. Y fue la razón por la cual quizás en un mal momento, decidí rechazar tentadas ofertas de trabajo por jugarme a entrar en el diario, y llegar a una de esas metas que me puse en mi vida laboral. No sabía en qué iba a desembarcar esa experiencia. Pero me esforcé. Y aunque no me movilice el dinero, es evidente que hoy nadie está para regalar su trabajo, y menos cuando te preparaste tanto para ello. Igual no duró mucho. Y por un momento estuve a punto de sentirme esclava de mis propias palabras, pero eso sí, nunca de mis actos. Con ellos estaba más que satisfecha. Era lo que quería y sabía que el tiempo que duró, me había entregado todo lo que pude al trabajo. No fui recompensada, pero no me arrepentí.

Algunas personas no coincidieron conmigo y se pusieron en desacuerdo. Derecho de piso, empezar desde abajo, trabajo es trabajo… Hasta que mamá me dijo que me admiraba. Sí, eso, me admiraba. Tuve los pantalones para hacerme valer como profesional y tengo el carácter para hacerme respetar y hacer valer mi trabajo. Muy probablemente tomé una mala decisión, no dudo de eso. A lo mejor en vez de hablar debía limitarme a contestar y a acatar órdenes. Pero hoy vuelvo a pensar que todo pasó por algo. Si no salía de aquel trabajo, jamás me habría animado a trabajar en redes sociales y otros ámbitos de la comunicación que hasta ese momento eran bastante desconocidos por mi persona. Y si no rechazaba aquella oferta laboral, nunca hubiera tenido la experiencia de demostrar mi trabajo en el diario. En síntesis, de no haber ocurrido nada de lo ocurrido, quizás hoy seguiría estancada en el mismo conocimiento de siempre y viviendo en la misma caja de siempre. Así que no tengo de qué arrepentirme. No laburo solo por dinero, pero si amo tanto y me gusta lo que hago, y encima de eso me pagan y valoran mi trabajo, no puedo pedir nada más. Así de simple es.

Ahora a lo que iba. Llevo semanas sin poder dormir como la gente normal. Dormir entre 3 a 4 horas diarias no es tan saludable que digamos. Y acá estoy, sentada en mi cama, a la madrugada, después de tanto tiempo, queriendo escribir algo que no me sale. No sé. Se me ocurre que estos días estuve medio detenida. Esto de estar a la espera de una respuesta que no llega nunca, como que me dejó suspendida en el tiempo. Y alguna vez tenía que estallar. Y eso pasó la semana pasada, cuando empecé a perder la fe. Cuando empecé casi a maldecir ciertas etapas de mi vida, cuando empecé a culparme por ser malísima administradora y pésima en matemáticas para no saber calcular mis tiempos. Y lloré. Y reventé. Y no di más. Grité. Zapateé. Pataleé. Me lamenté. Sentí que no me quedaba de otra más que amenazar con que estaba al borde del precipicio para ver si algún barbudo me oía. Ya sé que mi fe puede llegar a ser de dudosa credibilidad, pero necesitaba con urgencia hacerme escuchar de alguna manera.

No dejé de escuchar voces, tres sobre todo, que me decían que algo grande me esperaba, que solamente tengo que tener paciencia (justamente el fallo técnico que traje de fábrica). No se me da para nada esperar, ese es el punto en mi contra. Como si fuese que planificando mi vida paso por paso, como lo vengo haciendo desde hace años, vaya a recuperar mis energías y mis ganas. Con que les diga que estos tiempos no pude escribir ni dos líneas y que casi no me relacioné con la gente. Y creo que fue uno de los principales motivos por los que invertí una buena plata en un guitar hero, para no tener que salir de casa hasta no sentirme preparada.

Luego de estallar, de ponerme a llorar y a gritar como una desquiciada, entendí que ahí estaba la señal, esa señal que me indicaba que si no terminaba con el problema, el problema iba a terminar conmigo. Abrí los ojos después de que mi canoa se desplazara en aguas turbulentas (llegué a una etapa en mi vida en que dejé de hablar de vías de trenes y sus vagones para pasar a hablar de canoas y aguas turbulentas). La mamá de una amiga falleció tras 15 meses de intensa lucha contra el cáncer. Ella no hizo luto, porque su mamá no se lo hubiera permitido. Pero sí hizo la lista de cosas que prometió hacerlas ahora, después de haber estado meses luchando junto a su mamá. Y una de ellas, y creo que la principal, es sonreír más. No hay duda de que la raza humana nunca terminará de sorprenderme. Siempre planeé mi vida, pero nunca me puse a pensar que sería de ella sin mamá, sin papá, sin alguien de los míos. Ni siquiera esa opción de ‘ya no están’ figura en mi lista de alternativas. Y yo poniéndome mal por cosas casi superficiales. Eso le contesté cuando le di mis pésames.

Empecé a comprender todo lo que tenía y tengo conmigo y que era y es absolutamente irreemplazable. Nunca perdí mis afectos, ni siquiera ellos me perdieron a mí. Vi el caudal de apoyo y de cariño que me rodean y al cual le estaba haciendo oídos sordos. Y en lugar de aprovechar más con ellos, decidí encerrarme en mi burbuja de ‘Yo que todo lo puedo’, la autosuficiente, la independiente, la inmortal… Cuando solamente yo resultaba ser una más. Estando a medio paso del tan soñado título, el contar con el apoyo de papá cuando supo de la beca que quiero alcanzar, el saber que todavía hay gente que confía en mí pese o gracias a mi errores y decisiones.

No sé lo que viene después. Hice promesas y siempre las cumplo, pese que aún tenga pendiente la última, que sí o sí será cumplida antes de fin de año. Estoy peleando por no perder mi fe, porque este síndrome maníaco-depresivo que presento a veces, no me gane la pulseada. Esta semana tuve uno de esos días raros, tuve dos entrevistas de trabajo en una tarde. Y en una de ellas me dijeron que Dios pone a las personas donde deben estar y que si no me llamaban de ahí, me llamarían del otro trabajo. Me sorprendió. La que me entrevistó me dijo ciertas cosas que parecían ser sabias y pese a que yo no fuera tan practicante, sus palabras también me hicieron recuperar las ganas de sostener que se viene algo mejor. Y nadie me quita de la cabeza que todo esto y todo lo que siga pasando de hoy en más, es el camino que voy a tener que seguir para alcanzar cada éxito al que proyecte mi vida. Los proyectos de los cuales desistí por sentirme desilusionada y defraudada conmigo mismo, o por a o b motivo, volverán a proyectarse. Casi toqué fondo, pero maravillosamente logré ver un paisaje transformado y grandes razones que me impulsaron a volver a ponerme de pie, más optimista y con la frente en alto.

Pasé otro examen, de esos miles que condimentan y dan sentido a nuestros días. Pude sacar la cabeza de la guillotina cuando estuvo a punto de ejecutarme. Pude cortar los barrotes de la prisión con esa vista horrible en la que se consumía parte de mi vida sin placer alguno.

Con estas experiencias vuelvo a confirmar que el camino está lleno de bifurcaciones que no son más que puentes hacia otro lugar. Sin duda, el miedo a lo desconocido viaja siempre en nuestra mochila, pero basta con mantener la vista fija en el horizonte para mantener el equilibrio y orientar los pasos hacia nuestro destino.

Yo ya lustré mis zapatos y llené de agua mi cantimplora, dispuesta a recorrer este nuevo paisaje.
Ahora simplemente voy viendo una orilla donde tal vez pueda descansar. Lo tengo merecido creo, después de tanta espera.




Gracias mamá y papá, porque a pesar de advertírmelo mil veces, me dejaron ser. Soy terca, si me dicen que no vaya al pozo porque me puedo caer, lo voy a hacer, porque está en mi naturaleza querer probar las cosas por mí misma.
Gracias a mi hermano Albi, desde que tengo memoria él era mi soporte, mi mano contínua, mi alter ego, mi mayor respaldo después de caer, porque nunca dejó de darme la mano, así la necesitase o no, y muchas veces yo no supe corresponderle. Porque jamás dejó de creer en mí. Y eso me reconforta.
Gracias a mi hermano mayor Oscar y a mi abuelo, por las veces que me dieron su apoyo y su comprensión. Porque aunque no digan mucho, sé que en el fondo siguen confiando en las decisiones que tomo.
Gracias a Edu, por estar ahí nomás, que ya es más que suficiente. El hecho de estar conmigo desde hace más de un año, soportar mis desplantes medio psicóticos, mi bipolaridad a veces, mi sensibilidad crónica, mi pésimo humor y fácil pérdida de la paciencia me hacen valorarte, admirarte y respetarte cada vez más. Sé que nada de eso es fácil.
Gracias a todos los amigos que me aguantaron en este laaaargo proceso de cambio, de standby, de querer salir y no poder, de poder salir y no querer. Gracias por alegrarme cada hora de mi vida.
Gracias a todos los que sin querer o sin saber lo que me estaba pasando, me dijeron palabras demasiado oportunas como haciéndome saber que estaban conmigo.
Gracias a todos ustedes, que de alguna manera, hacen que me sienta acompañada en mis decisiones.

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