jueves, 1 de septiembre de 2011

Aquella bocanada de amor


Uno no elige de quién enamorarse. Y no es una tregua, porque se revela como un hecho consumado.

Recuerdo haber rogado que no me persiguiera ese encuentro, que no me sucediera la magia, que no me atraviese el sutil encanto de esa mirada, que no me llegase ningún roce que me dejara sin argumentos, que un suspiro nunca sea capaz de morderme el corazón. Sin embargo, nunca pudo haber descuidos porque el amor siempre me puso en desventaja.

Siempre acorraló mis inseguridades propias, siempre negó mis certezas, siempre me distanció de lo que hasta ese momento era fiable y me sacudió tanto, que me distrajo y me hizo tambalear… Hasta hoy.
Hoy día en que mi cabeza es un desorden de paisajes, en que extraño voces amigas que mi cabeza me hace retumbar cada instante, hoy en que recuerdo rincones, olores, colores…

Mi amor nunca entendió un NO sin fundamentos, ni siquiera un castigo sin premio alguno. Y siempre llevó deshabilitado el botoncito ese de ‘scape’ o de ‘cancel’ o lo que es peor: ‘CTRL Z’. Pero mi amor sobre todo es incapaz de extirpar y destruir esos afectos que ya se anclaron. No entiende de excusas ni de improvisaciones y ni siquiera está preparado para ausencias imprevistas.

Lo mío no es más que un amor imperfecto, con estrías y hombros caídos, cansado de pelear y de ir contra la corriente. Que solamente se dio cuenta, un poco tarde tal vez, de que luego de volver, la calabaza todavía no se convirtió en carroza. Y que a lo mejor nunca va a ser así. Si yo misma decía que los cuentos de hadas no existían, sin embargo cuando empecé a creer que sí… Ya era momento de reemplazar mi disfraz de princesa sin corona por el pijama e ir a dormir.

Creo que siempre tuve que correr en busca de eso que me pintara la sonrisa en acuarela, que me hiciera trenzas en el pelo, de un amor descalzo y a cara lavada, sin maquillajes de por medio. Al fin y al cabo era eso lo que siempre quise. Que me arrancaran las espinas que los últimos rosales dejaron olvidados en mis talones, y que convirtiera en terrones de azúcar esas piedras que aún tenía atoradas en mí andar. Un amor que me suba a la calesita para que en cada giro se mareen todos mis fantasmas. Y al final, pedir otra vuelta colgada de sus brazos como si con ello pudiera acercarme a las estrellas.

No sé cuál será la ficha que sigue, la que empuje el resto para que el efecto dominó se perpetúe en el tiempo. Ni siquiera sé si eso existe en realidad. Ya gasté más energía de la que puede albergar mi cuerpo buscando volver a lo que era antes, detalles ínfimos como un mensaje, una foto o un comentario positivo que quizás hasta parecían insignificantes, pero que en el fondo pasaban a ser piezas fundamentales del rompecabezas que trataba de armar.

Pero al final volví… Y no, la calabaza seguía ahí firme, no volvió a ser una flamante carroza como la de antes. Hoy me conformaría con que sea una carreta que solamente albergara pequeños detalles que son capaces de conmover y de transformarme.

Y sigo temblando con solo descubrir que lo que más miedo me da no es la soledad, sino esta enorme desventaja de sentirme vulnerable, sobre todo cuando le miro y me doy cuenta que me deshago como un terrón de azúcar en el fondo de una taza de café…

Me gustaría ya no exigirle ni reclamarle y conformarme solamente con vigilar su desvelo y detrás de la cerradura verlo dormir… ¡Pero vaya que cuesta desacostumbrarse de su grata compañía!

Por el momento aún espero aprender alguna técnica para prolongar la felicidad, quisiera dejar los pies elevados del suelo y poder archivar debajo de los párpados la mayor cantidad de buenos momentos posibles.

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