jueves, 15 de diciembre de 2011

La víspera


Cuando era chica, como dos o tres meses antes ya empezaba la cuenta regresiva hasta llegar a mi cumpleaños, y allá por el 16 de noviembre –un mes antes-, ya empezaba a vivir todo como una fiesta.

Tachaba los días como esos presos que en sus celdas cuentan los días para ser liberados. Yo lo hacía anhelando que llegara el gran día, buscando sumar un año más, deseando crecer (¿?).

Quería que el tiempo pasara a toda velocidad, dejar de ser una niña, para no escuchar más ese “no estás en edad de saber”, que ya no me trataran como a una adolescente y me dijeran más “cuando seas grande vas a entender”, que me dejaran tomar mis propias decisiones sin juzgarme ni criticarme, y que finalmente pudiera hacerme cargo de mi vida de adulta. Ahora me doy cuenta que lo único bueno de “no estar en edad” es el hecho de no estarlo para manejar un auto.

Y ahora que estoy en ese proceso, ya camino a los 25, no me parece simpático que me crean mayor, sin embargo me enorgullece que algunas veces me crean una niña. Qué ironía.

Sigo sin usar crema anti-age, cosa que me prometí en lo posible no hacerlo nunca, quizás mi falta de glamour me juegue en contra, pero bueno. Si ni el maquillaje, ni los tacos, ni nada que se les parezca me caen bien, debería pensar que ya es tiempo de asimilar que soy de otro planeta.

Todo suena irónico, porque hay días en los que reniego de tener que hacerme cargo, y extraño –lo que estaba charlando con un amigo hace un rato-, épocas de colegio o de vagancia en que podía vivir siendo una mantenida total. Ahora ya no puedo poner las cartas sobre la mesa, vestirme el piyama y calzarme la pantuflas y decidir quedarme toda la mañana en la cama o tomarme una semana para estar al pedo. Ahora si lo hago, sufriría de insomnio una semana por saber que tengo responsabilidades y no las cumplo.

A fin de cuentas, alguien tiene que pagar mis cuentas. No reniego de lo que soy, es la ley de la vida. Solo que me da por extrañar esos años en que podía optar porque me lleven y me traigan de una fiesta, que nunca tuviera que manejar porque no “estaba en edad”, que podía explotar ajitos, fosforitos y prender estrellitas y pasearme por toda la casa, o en tiempo de carnaval tirar globitos de agua por la ventanilla del auto mientras papá se burlaba de nuestra “rebeldía”, no tener que organizar los 10% y 5% para poder pagar IVA a fin de mes, doce veces al año, ver la sonrisa de abuela y bueno… No tener que hacerme cargo de nada. En que las fiestas de fin de año no me deprimían para nada y resultaban ser las mejores épocas del año.

Hoy reniego de estas fechas, veintitrés años después, que están acá, dando vueltas en el almanaque, y que son como un semáforo amarillo intermitente, que me indica que es tiempo de… ¿de qué?

De hacer un repaso.

Siempre tuve sueños comunes para una niña, ser una súper estrella, terminar una carrera, formar una familia, recorrer el mundo, ser buena persona…

Y hoy, como en la Noche Buena que antecede a la Navidad, es la víspera de mi ingreso a una edad que se acerca cada vez más a o que debería ser el verdadero clímax de una vida adulta.

¿Desde cuándo cumplir años dejó de ser un motivo exclusivamente de festejos y empezó a convertirse en un motivo de más reflexión y planteos? A lo mejor desde que decidí que no me importan los años, mientras los sueños se mantengan y mientras todavía existan ganas de cumplirlos.

Tampoco me lamento. Cumplir años nunca significó una carga para mí, siempre fue placentero, divertido, sorpresivo y liberador.

Ya no me importa tanto si fulana o sultana no pueden venir… A fin de cuentas sé que todos tenemos una vida, a veces se puede, a veces no… Total, sé perfectamente quiénes son las personas que a la hora de la verdad me van a acompañar. Ya me lo demostraron una vez, y sé que lo volverían a hacer.

Hoy día no me preocupan más tantos los regalos, sí los globos, la torta y las palabras de aliento de gente que nunca me ha abandonado. No planifico grandes encuentros.

Solamente agradezco haber conocido a gente que hoy me ve cara a cara y me sigue dando su confianza.

Espero no seguir planificando un mes antes a decorar mentalmente la torta.

Ahora lo que me importa es crecer más que el año anterior. En experiencias, digo.

Estar mejor parada que el año pasado. Que las cifras nunca consigan marearme ni detenerme, que no me mantengan distraída, ni equivocada.

Sigo peleando porque alguna vez logre tachar todos los sueños de mi listita, pero decidí ya no apurarme. Que las cosas zarpen a su ritmo.

Hoy tengo un desafío, que si las cosas salen como las espero, será una misión cumplida. Y después puedo ponerme a preparar las maletas para continuar con los demás proyectos lo más lejos posible. Y ese es mi sueño desde hace años.

Nadie me saca de la cabeza que se puede.

Hay cosas que aprendí y que quisiera tatuármelo como el protagonista de Memento:
- Que los afectos verdaderos, solamente se cuentan con los dedos de una mano. Y los que me conocen y entienden de corazón, sin cuestionarme, podrán dar fe de esto.
- Los verdaderos amigos no aparecen y desaparecen, simplemente están ahí, física o mentalmente, pero están. Y no es muy difícil notarlo.
- La mitad de la gente que creés que va a estar ahí, es la que desaparece cuando la necesitás.
- Las esperas interminables no hacen más que desesperar, a veces cuando algo llega puede ser muy distinto a lo que esperás y al principio te termina desilusionando.
- Pero había sido las cosas “distintas” muchas veces terminan marcando nuestras vidas. Créanme, yo sé por qué se los digo.
- Nunca es tarde, pero el tiempo pasa rápido, así que no hay que tardar demasiado en decidir qué hacer, porque de pronto dejás de tener 18 años y cumplís 5 más.
- No hay que dar sin medida sin saber realmente quién es el que está recibiendo.
- Una pareja no es sinónimo de felicidad, pero tampoco de dominio. Una pareja es aquella que te da libertad de elegir, que no te deja caminar detrás ni adelante, sino la que te toma de la mano y deja que camines a su lado.
- El amor es algo complejo, requiere mucha dedicación, es una conjugación de las cosas más difíciles del universo, necesita paciencia, empatía y comprensión.
- Y sobre todo, el amor es como una plantita, hay que regarla todos los días y su peor enemiga es la rutina.
- Que por amor y de amor… Definitivamente no muere nadie.
- La vida no es tan básica como nos la contaron. Nacer, crecer, reproducirse y morir es para las plantas. Yo pretendo mucho más.

Me despido de mis veintidós. Pensando en sueños que todavía no cumplí. Decía que al terminar el colegio quería tirar la toalla, coger la mochila y largarme para ningún lado, y ya me ven. Pasó todo lo contrario. Estoy terminando una carrera, trabajo en lo que elegí y vivo de lo que escogí vivir. Pero juro que mi espíritu nómada y mi alma bohemia es mucho más fuerte. Y mi meta no pasa de los 30.

Por el momento, con la listita en la mano para leerla cada tanto y no olvidar un solo dato mientras la memorizo bien, el próximo año espero no arrepentirme de haber cometido algún error de esos que creía saberme de memoria.

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