jueves, 10 de septiembre de 2009

¡Hola Sudáfrica!


Contundente, certero y hasta cruel, pero ahora sí podemos decir, literalmente, que Sudáfrica nos espera.

Paraguay, que es “uno de los equipos más sólidos de esta clasificación”, como lo dijo el comité organizador de la Copa Mundial al felicitar a la Selección por el logro de anoche, ganó claramente la puja. Y es que este encuentro era importante no solamente por los puntos en juego, sino por el mismísimo rival. La dos veces campeona del mundo, la legendaria, la extraordinaria, la siempre poderosa y peligrosa Argentina, jugó el partido más sombrío de esta campaña. Si lo de Brasil, en Rosario, fue doloroso. Lo de Asunción ya fue casi un certificado de defunción.
¿Y para qué lo que vamos a negar? Es evidente nuestra algarabía por la clasificación, y claro, más sabiendo que no es pues lo mismo clasificar a un mundial ganándole a Perú o a Bolivia, que haciéndolo derrotando a la gloriosa albiceleste. Es así de simple.

Lo importante es que se ganó, cierto. Pero más lindo aún es tener la conciencia tranquila de que se ganó dignamente, y como debía ganarse: con broche de oro. La Albirroja jugó al fútbol, desplegó talento, jugó en equipo, y aún así las individualidades nunca dejaron de brillar. Desde el arranque, Paraguay demostraba que este partido, sin duda iba a ser diferente a los demás. Y me jugaría a decir que fue el mejor partido que jugó la selección en estas eliminatorias. Lástima que no a todos los rivales se les pueda poner la camiseta de Brasil o Argentina, como dijo el Tata. Porque es obvio que a los muchachos les motiva enfrentarse a grandes estrellas. Y gracias a la garra y a la pasión, hoy todo el mundo habla de lo único que en este momento puede enorgullecernos de ser paraguayos: la casaca.

Mientras, la FIFA está que explota. Portugal va mal encaminado, ni siquiera consigue alcanzar los puntos necesarios para la ubicación que da pie al repechaje, algo que va contra el orgullo del más caro de la historia, Cristiano Ronaldo. La celeste, que está en mencionada línea, no consigue entender qué es lo que ocurre. En qué momento comenzaron a decaer. “Mi Maradona es Messi”, decía el Diez antes de jugar en El Gigante de Arroyito. Y “el mundial de Messi” como muchos se empecinaron en llamar al encuentro deportivo más importante de la historia, corre riesgo de no contar con el bonaerense de 22 años y estrella del Barça español. Los cuestionamientos son muchos, empezando por el Dios de los argentinos, encarnado terrenalmente en Diego Armando, el ex diez y pibe dorado del fútbol.

Lo que sí es cierto, es que en la derrota en el Defensores, parecía no haber haber ningún mejor jugador y ningún campeón del mundo. En la cancha, Leo, Diego y su selección no parecían más que sombras deambulantes a la merced de un equipo fuerte, decidido y seguro de su propio juego, más seguro aún de las cartas que se estaban jugando. Primero la clasificación y segundo la ilusión de la hinchada. El único que no aparentaba tanta perdición fue expulsado apenas empezado el segundo tiempo. Y bueno, es que la Brujita Verón no era el único desesperado por el bajo rendimiento albiceleste, todos corrieron un partido en que jamás apeligraron al rival y que la albirroja podía ganar caminando. A fin de cuentas, ¿para qué queremos nosotros a Messi si tenemos a Salvador? Pongo las manos al fuego de que si Cabañas era brasilero o argentino, valdría 60 millones de euros ahora mismo. ¿Lo pagarían?

Ganamos, ganamos bien y punto. Ahora queda ganar estas eliminatorias. Primero a Venezuela allá y después a Colombia en casa. Y permitir que Gerardo Martino no solo dure como cabeza de la flamante Albirró, sino que sea lo que él quiera: hacer su propia historia. Que ya la ha empezado, dicho sea de paso.

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