martes, 25 de mayo de 2010

El Salmón nadó entre lágrimas y emociones


Con Jumping Jack Flash, una canción de los Rolling Stones y versionada por Andrés Calamaro, se daba inicio a una de esas noches eminentemente rockera, pero teniendo en cuenta que la cita era con uno de los músicos más versátiles de los últimos tiempos, también estaría entreveradas con rancheras mexicanas, tangos y algún que otro homenaje a The Police con Walking in the moon, y algún tema del legendario tío Bob.

Vestido de impecable chaleco y corbata, al más puro estilo de un músico de jazz o con una onda británica, como lo dijo él mismo, seguía el Salmón entonando la canción al ritmo de “quiero arreglar todo lo que hice mal, todo lo que escondí hasta de mí…”. Y efectivamente lo vimos más conversador, incluso queriendo ironizar con su humor político, infaltable en un artista caracterizado por su posición mediática, cuando habló de la escena nacional con una incisiva crítica a la situación actual de inseguridad que vive el país con frase del tipo “Voy a planear mi secuestro en Paraguay”, en una de esas pausadas interacciones con su público, estallando así en aplausos y con una invectiva en doble sentido, suavizando con su referencia de querer quedarse a vivir en Paraguay.

Un show intimista, matizado con nuevas canciones de su disco Calamaro On The Rock, que saldrá a la venta el 1 de junio, además de sus clásicos de siempre, entre los que destacan la Flaca a la que pide que no le clave sus puñales, y la Paloma a quien invita a volar con un solo paracaídas, hicieron entrar en puro éxtasis a las 5000 almas que se congregaron esa noche frente a la estación del ferrocarril data del siglo XIX. Una arena que si bien no era inminentemente rockera, era la medida que El Cantante necesitaba para sentir a fanáticos tarareando canciones que él mismo parecía olvidar cuando intentaba presentarlas sin recordar exactamente de qué época venían. Y no se le puede exigir que las recuerde, con una veintena de discos como solista en su haber, y otra veintena con las bandas de las que participó, entre las que destacan Raíces, Los Abuelos de la Nada y Los Rodríguez, y éste último no pasó desapercibido aquella noche, rememorando épocas pasadas con Mi Rock Perdido y Mi Enfermedad, tema que hizo estallar en euforia al público presente.

No faltó emoción. ¿Sentiste alguna vez lo que es tener el corazón roto? Y las lágrimas no cesaron. Hombres, sí, a quienes canciones de Andrés tocaban fondo e inspiraban profundamente. Emotivo, sí. Un pequeño homenaje a Gustavo Cerati, su colega y compatriota que sigue en terapia intensiva debido a un accidente cerebro vascular sufrido en Caracas pocas horas después de una presentación. "Lo queremos volver a ver cantando" decía alzando las manos, y el público respondía coreando el nombre de Cerati a modo de simpatía.

Si hay algo que caracteriza a este artista, es su facilidad para expresar tanto en pocas líneas, en canciones profundas en las cuales sus músicos colaboran para hacerlas rítmicas. Y ahí dedicaba su música a los amigos ausentes, irónicamente una canción en la que un considerado ateo, duda de la existencia de Dios y la posibilidad de una vida más allá de la muerte. Guillermo Martín, Pappo Napolitano, Miguel Abuelo fueron solo algunos de los chicos a los que nunca dejó en el olvido.

Andrelo se despidió. Sí, se despidió. Viajó a España en el 2000, con todos sus músicos para elegir los 103 temas que formarían parte del álbum histórico hasta ese entonces para la industria musical por contener 5 CD, denominado El Salmón, un disco que hablaba del amor perdido y de la vida contracorriente, todo el álbum en sí transpiraba una agria melancolía, en el que muchas canciones presentaban un tono de despedida, para aquel entonces, en que vivía una ajetreada etapa de perdición, esa canción habría sido cruel, hoy día, él mismo lo decía, “bailemos una cumbia”. Y empezó a sonar “si alguna vez no me vuelven a ver, porque a mí como a todo se me olvida”, y Calamaro se volvió nuestro siempre, queriendo improvisar pasos simples que encendían la adrenalina total de los espectadores.

No hace falta decir que cantó al amor, al desamor y hasta a los sueños. Que desmentía a la musa como única fuente de inspiración, objetando que “no son asuntos pendientes, ni canciones urgentes”. Que pasaba sin reparos del más puro estilo rock con fuertes frases del tipo “Mejor hijo de puta conocido que boludo por conocer” a baladas simples y melancólicas como “Y sin saber por qué, me quedo viendo el sol caer, otra vez. Capaz de pasar sin remordimiento alguno del clásico rock argentino al que nos tuvo acostumbrados en sus primeros años, a la ranchera mexicana de José Alfredo Giménez, con Te solté la rienda, y de nuevo adaptarse con una profusa expresión en el No woman no cry del mítico Bob Marley.

Más que un show de uno de los artistas más importantes que vio nacer la Argentina, lo del 22 de mayo, fue un reencuentro entre un público fiel y un poeta brillante, que consiguió emocionar a más de uno “encerrado en una torre de marfil y con la soledad del cuarto de hotel”.

Muchos vivimos dos veces para repetir otra vez ese momento, para rematar con aquel clásico que le cantaba a su amada Mónica, la Flaca que se tatuó en el antebrazo hace casi década y media, y que cantó a dúo con los 5000 fanáticos que tanto esperaron este show, que se presentó con dificultades, pero que finalmente vio la luz de la mano de un Andrés Calamaro renovado y más pleno (quizás esto se debe a su mujer, a su hija, al éxito de su antología y por la expectativa del nuevo disco en puerta) y todos terminamos brindando con agua mineral, y levantando la guitarra al cielo como si fuese un trofeo.

Calamaro regresó para revelar emociones. Y ahora esperamos que el decreto se firme para que pueda venir “al menos cada sábado a Paraguay”. Para que el salmón nade en nuestro río más seguido.






Personalmente, lo asumo, no puedo ser muy objetiva cuando hablo de quien significa más de media vida mía. De quien desde que escuché aquellas Cartas Sin Marcar, pude entender que sería él quien iría a imponer el soundtrack de mi vida, día a día. Pese a todo, asumo que su concierto del 2008 me emocionó más (hasta el punto de llorar a mares al final), pero quizás la gran dimensión que tiene sobre mí este señor, es lo que hace que casi todo lo que él haga me parezca bueno. Y efectivamente. Ese es Andrés Calamaro. Llámenle cangrejo, pero es él quien nadó a su gusto en el público y en los corazones de quienes sus canciones son himnos de cada momento vivido en Plaza Francia, en el Palacio de las Flores, o en el Estadio Azteca.

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