viernes, 7 de febrero de 2014

Lo único constante es el cambio


El primer día que entré a Biedermann Publicidad fue para una entrevista de trabajo que al día siguiente marcaría una nueva etapa laboral en mi portuario profesional. Recuerdo que ese primer día llamó mi atención el mural de la entrada de recepción: “Lo único constante es el cambio”, decía, como una de las tantas frases que con frecuencia utilizaba don Enrique (Q.E.P.D., fundador de la agencia) para definir rasgos de una de las empresas publicitarias más antiguas del país.

La frase no es un copyright de él, sin embargo considero que cualquiera puede adoptarla por tratarse de algo universal y que a pesar de los años, sigue siendo tan contemporáneo. Al principio lo fui viendo como algo filosófico e idealista, recién hace pocos meses pillé que pasaba por un lado mucho más real y terrenal del que pensaba. Aún así me aferro a esa frase para definirme como persona y profesional. Nunca la encontré tan acertada, aunque siempre, inconscientemente, la tuve como filosofía de vida.

Ya hace casi un año y medio que esa frase comenzó a calar tan hondo en mí. Y hoy, que estoy por empezar otra etapa en mi vida profesional, sigo  sosteniendo que es así, lo único constante en esta vida es el cambio. Lo único que no se detiene, que no se retrasa, que no se hace esperar, pero que nunca se anula…

El cambio llega en el momento justo, cuando tiene que llegar, ni antes ni después. Llega cuando sabe que estamos listos para recibirlo. Cuando la rutina ya nos ganó la jugada, cuando la monotonía nos hizo jaque mate y nos dejó sin escapatoria.

Por lo general llega cuando hacés click con ese algo que te mueve toda la estantería. Como cuando conocés a una persona y pensás que es la indicada para compartir tu vida, hasta que con el correr del tiempo te das cuenta que no era lo que vos esperabas.



Soy partidaria de los cambios constantes, porque para mí cambiar significa libertad. Tener la libertad de elegir qué hacer, de decidir qué ponerme, de escoger a dónde ir y de preferir con quién quedarme. Cambiar siempre es un desafío, significa correr riesgos, animarse a ser distinto, atreverse a buscar tu lugar, enfrentarte a tus miedos. Eso es el cambio para mí, sin mirar lo que puedan opinar los demás. 

Además, cambiar siempre te hace más fuerte, te empuja a vivir otras experiencias, te obliga a ser un camaleón y tarde o temprano te enseña a adaptarte a todas las situaciones cómodas, incómodas y neutras. Considero que por lo general los cambios pueden hacernos mejores personas.

De chica me gustaban los cambios. Cambiar de juegos, en vez de jugar a juegos de nenas, jugar a la pelota en la canchita del barrio, preferir usar pantalones que usar vestidos, inventar cosas para no aburrirme, como disfrazarme de maga, o hacerme pasar por cantante o empresaria.

Involucrarme en todo lo que podía también era una forma de cambiar de ambiente, de aires, de equipo, de gente. Me metí a la selección de fútbol y handball del colegio, estudié inglés, danza, música…

Más tarde, mi afición al cambio se veía reflejado en mi cabello, con los cambios de corte y de color: rojo, bordo, naranja, púrpura, rubio, negro, castaño. Y así también empecé descubriendo otros hobbies que me permitían cambiar y ampliar mi espacio y campo de conocimiento: teatro, talleres de origami, fotografía… Siempre tuve la complicación de gustarme tantas cosas que nunca me terminé decidiendo por una. Creo que la carrera de Comunicación es lo único de todo lo que empecé que logré completar… ¿prósperamente, se dice?




Para mí los cambios son normales. Y mi vida estuvo y sigue estando lleno de ellos. Y quizás hoy lo refleje en mi trabajo. Suena un poco más serio. ¿Cambiar de trabajo cuando te invade la rutina? Suena frívolo. Pero al hecho de no hacerlo y quedarte porque tenés la tranquilidad de que a fin de mes vas a cobrar y el ciclo va a volver a empezar sin que la rueda pare de girar, yo simplemente le llamo “estar en la zona de confort” o “confortmismo”, que es lo mismo.

La tranquilidad que te brinda una estabilidad laboral no tiene precio. Sin embargo, lo que comienza como una pasantía, termina por lo general en el comienzo de una historia sin fin que se llama vida laboral. Todo tiene su ciclo en esta vida. Nosotros, los humanos, también tenemos fecha de expiración. Por lo que se me hace un ejercicio bastante importante el de la introspección, el de ser capaces de mirar para atrás y ver qué es lo que no nos gusta de nosotros mismos y pensar en cómo lo podemos cambiar. No seguir siempre en la misma línea, con la misma historia.

Por ahí, de vez en cuando está bueno dejar pasar ciertas oportunidades a las que quizás otros se aferrarían con total intensidad. Acá lo importante es estar en la búsqueda constante de algo mejor y eso solo puede nacer de la inconformidad propia, la inconformidad con uno mismo. Si no te hallás en un sitio, buscar otro lugar, otro rumbo. No necesariamente tiene que haber un motivo lo suficientemente convincente para cambiar de aires. “No hallarse” o no estar a gusto tal vez sea el motivo más importante para abrirse de una situación.




Los cambios, además, son curiosos. Un día te levantás y sentís la imperiosa necesidad de ser mejor. Sentís como que hay una mejor versión de vos esperando salir. Cuando te pasa eso, te das cuenta que tenés que cambiar Vas manejando a toda velocidad por la avenida rumbo al laburo porque se te hizo tarde, estás consciente de que existe un riesgo, pero nunca pensás que puede ser algo realmente malo lo que pudiera ocurrir porque solo te enfocás en llegar, en eso se te atraviesa un vehículo que pudo haberte llevado directo al hospital, vos lo esquivás y solo sentís que tu corazón está latiendo a toda presión y continuás tu camino. Bueno, los cambios suceden más o menos así. Sea cual sea el caso, existe una necesidad de cambiar, donde estás, donde querés estar y con quién querés estar. Y obviamente no necesitás demasiados fundamentos para dar el paso. Simplemente te tiene que nacer. Hacer las cosas por hacer, sin motivo aparente, por la simple percepción de estar haciendo lo correcto. Esa debería ser la consigna. No ser uno más del montón también es una opción.



Muchos especulan acerca de mi inestabilidad emocional, o de que ni yo sé lo que quiero, como si estuviese en la edad del pavo. Pero nadie habla de mi capacidad de sentirme disconforme conmigo misma, de mis ganas de buscar mi lugar en este pedazo del mundo. Y me tranquiliza en parte saber que esa es una capacidad de las que muy pocos se pueden prevalecer.

Nunca le huí a los cambios. Siempre les tengo miedo, como es natural temerle a algo nuevo, por primera vez. Muchas veces me negué a cambiar, porque quizás todavía no era el momento. Otras veces tuve que cambiar por obligación más que por elección y costó mucho más, pero todos los cambios me terminaron llevando a un sitio, y a otro, y a otro más y así hasta el infinito.

Hoy vuelvo a cambiar, con muchos más miedos que antes, pero más convencida que nunca de que es un cambio totalmente necesario para mi vida. Y sobre todo porque tardó en llegar, se hizo esperar. Pero lo mejor de todo es que es una nueva experiencia que me va a servir para seguir buscando mi lugar, ese lugar que me corresponde. Una experiencia que va a colaborar y me va a ayudar a encontrar ese click que me indique que es ahí donde quiero quedarme.




Lo más importante de todo es que de todos los caminos que transito, aprendí a llevarme un poco de cada quien, un pedazo de cada lugar en donde estoy. Como ahora. A pesar de los constantes tira y afloje, no es fácil desprenderse así nomás de un año y medio de tu vida, que a partir de ahora pasará a ser pasado y quedará en el recuerdo... Y en el currículo.

Creo firmemente en los cambios, para mí siempre son buenos, porque son impredecibles, innovadores y emocionantes. Y soy partidaria de creer que absolutamente todo lo que ocurre pasa por algo y nos ayuda a crecer.

Los cambios, indefectiblemente, son necesarios. Y no hay fuerza sobrehumana que pueda contra eso. Sí, lo único constante es el cambio.



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