lunes, 8 de marzo de 2010

Noche de pasión amarilla a tecnicolor


No faltó quién diga que The Viva la Vida Tour era una gira más del montón, de una de esas tantas y brillantes bandas británicas que a tan buen rock nos tienen acostumbrados.

Pero en realidad, seamos sinceros. Para algunos, este fue mucho más que un recital de esos que da la impresión de que esa noche no sería otra distinta de las demás en la cual un artista extranjero llega a cumplir, pasa por caja y se va.

“Como en el amor, nos gusta ir de a poco, despacio”, decía Martin en aquella recordada conferencia de prensa realizada durante su primera visita a suelo argentino. Y con esto intentaba exponer la razón por la cual se presentaban en la intimidad de un teatro, como lo era el Gran Rex, en lugar de hacerlo en una típica arena rockera. Entonces, como diría un articulista porteño, "si aquel acercamiento inicial había sido un beso y alguna mano que bajó por la cintura, esta segunda visita fue pasión y sexo". De mejor manera no pudo describir lo insdescriptible de un show soñado para muchos, inesperado por pocos, pero definitivamente, indiferente para nadie.

Tal como dicen, lo bueno se hace esperar. Tras tantos vaivenes con que el estadio de River Plate se clausuraba debido a quejas de los vecinos por las vibraciones causadas, tras rumores del cambio de escenario y hasta de la cancelación del recital, era necesario ver un show con características espectaculares hasta pellizcarse y empezar a creer que no era un sueño. Que las mariposas coloridas, las pelotas amarillas y finalmente los impresionantes fuegos artificiales... Eran reales.

Rosal, un incipiente grupo de indie rock argentino abría el show a las 18:30 aproximadamente. Para dar lugar después y a modo de preámbulo a la Banda de Turistas, que deleitaron al público con pegadizas melodías y se marcharon ovacionados. En espera de las estrellas principales, aparecía Natasha Khan encarnada en Bat For Lashes, que danzó entre ritmos tribales y firmó un show tan etéreo como mágico.

La llovizna empezaba a caer tenuemente, lo que otorgó su toque emotivo y épico cuando sonaban los primeros acordes de esa Vida Tecnicolor eminentemente instrumental, que abría el show con las guitarras de Jon y Martin estableciendo la tónica melódica de lo que se venía. Y claro, a modo de preámbulo a la particular voz de Chris Martin para ensancharse con Violet Hill, demostrando de entrada que esa no sería una velada común y corriente en la historia de los conciertos multitudinarios de la metropólita ciudad de Buenos Aires.

En sus temas no tienen la potencia ni la prepotencia de Oasis, ni tampoco el carisma de Bono o de Tom Chaplin. En escena, tan solo pareciera que quieren caer bien a las ya de por sí entusiasmadas 63.000 almas que copaban el Monumental. Pero Coldplay no se conforma con eso. Sin más preámbulos, la banda quiso sorprendernos con un repentino amor amarillo, mientras una decena de globos gigantes y amarillos se abrían paso entre la multitud con el impactante sonido de Yellow, ya categorizada como himno de la banda, lo que generó uno de los picos más altos y alcanzando el clímax nocturno. Pero no. Una vez más Guy Berryman, Jon Buckland, Will Champion y Chris Martin intentaron asombrarnos (lográndolo en el intento, valga la aclaración). Y apuntaron al corazón con frases tan emblemáticas como "Las cuestiones de la ciencia, de la ciencia y del progreso no hablan tan alto como mi corazón", o "Las luces te guiarán a casa y se encenderán tus huesos y voy a tratar de arreglarte", o "La parte más difícil fue dejarlo ir, sin formar parte"... Con The Scientist, Fix you y The Hardest Part se magnificaba la postal más nítida de lo que fue, es y será el rock de estadios. Hasta que el mismo Martin pide que se realice la ola con todos los celulares encendidos al momento de homenajear al rey del pop, Michael Jackson, con un acústico a tres guitarras del memorable clásico Billie Jean. Emotivo.

La ausencia de clásicos como Trouble, Speed of Sound o Shiver era compensada con el lanzamiento de Don Quixote, canción compuesta en un hotel de Tokio y que formará parte de su próximo álbum. Y la ovación del "olé, olé, olé, oleeee... Coldplay... Coldplay" hicieron ver que por algo es una de las bandas británicas de mayor prestigio planetario.

Miles de maripositas de colores caían sobre las cabezas del campo y volaban alegremente hacia la mitad de la cancha. Para ese entonces, Coldplay ya había llegado a uno de los momentos más cumbres de la noche con "Lovers In Japan", ese himno dedicado a los enamorados, además del "Viva la Vida" y "Death Will Never Conquer". Y ya no había lugar para pensamientos oscuros. Esto era la vida en technicolor según Chris Martin y se sentía así: liviana, flotante y tornasolada como un cielo de barriletes.

El cielo parecía abrirse con los movimientos destartalados de Christopher Anthony John Martin, ese muchacho ambidiestro que cubrió cada rincón, transpiró, y que incluso intentó hablar español (con un acento y una dicción bastante errada por momentos, pero que nunca dejó de entrever su encanto natural) con frases apenas concluidas del tipo "¿Cómo estás, deresha?" y comentarios graciosos que hicieron del show más que un recital de una de las bandas más importantes de la actualidad, a un encuentro de cuatro universitarios apasionados y sensibles con la música.

Una versión remixada de "God Put a Smile upon your Face", con parte de "Talk" termina siendo una suerte de la aceleración del tiempo que es interrumpida, triunfalmente, por "Viva la Vida", un hit en estado de gracia, que a partir de ahí dejaba al show crecer en su forma y en su espíritu festivo.

Una gran pantalla de fondo, otras dos pantallas interactivas y pasarelas para adentrarse en el ojo de la multitud, además del excelente sonido y el vestuario inspirado en "La libertad guiando al pueblo", de Delacroix, y la propuesta liderada por la favorable voz de Chris Martin, hechizó a la audiencia. La pirotecnia y esa relectura cosmética de las grandes conquistas libertarias (los uniformes filo-legionarios) funcionan como elementos visuales para algo que parece flotar en el aire, en la sonrisa dibujada de Martin y en las épicas y poéticas melodías de este Juego Frío, que tanta alegría nos ha dado y que culminaba con el broche de oro de un impresionante estallido de fuegos artificiales que ponían fin a una de esas veladas más innolvidables de la mano de Life In Techicnolor II. Y que lamentablemente sabemos está muy lejos de llegar a nuestro país. Aún así, para los que vivimos la experiencia, esto fue más que un recital, un amor amarillo que transformó la vida en tecnicolor, reabriendo una gira sudamericana llena de energía y poemas transformados en bellas melodías, y, que como siempre, está predestinada al éxito.

En definitiva, Coldplay justificó cada centavo del valor de la entrada (a la salida incluso regalaban LeftRightLeftRight, un material con temas en vivo que meses atrás fue obsequio para sus fans, vía internet) con un espectáculo que será recordado durante muchos años. Sí, así mismo, como aquel amor que empieza despacio.



Ahora sí me tomo la libertad de la subjetividad que no me permite mi afán de periodista, pero que me da mi posición de espectadora: ¡Vale la pena estar vivo. Y ahora sí, ya me puedo morir tranquila!

Viernes 26-febrero-2010 / Buenos Aires - Argentina

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