domingo, 20 de junio de 2010

Mi Héroe Anónimo

(Sí, en mayúsculas)



Cuando empiece a contar esta historia, a algunos les parecerá conocida, otros ni se acordarán, pero sé que después de esto, a más de uno, se le va a quedar grabada en su memoria.

Chris Gardner pudo haber sido un hombre común, como cualquier otro. Pero él se atrevió a romper los moldes. En su infancia casi no tuvo modelos masculinos positivos a los cuales tomar de ejemplo. A los 26 decidió que no quería ser doctor. Tuvo un hijo, a quien para poder sostener económicamente, tuvo que trabajar como vendedor de equipos médicos. Muchos años después y al conocer a su padre biológico, decidió que él sí lograría ser un hombre de éxito. Conoció a un hombre impecablemente vestido y con un Ferrari rojo y le preguntó cómo hacía para tener tanto dinero. Y éste le contestó que era corredor de bolsas. Y a partir de ahí decidió qué era lo que quería hacer en el futuro. Entró al mundo de las finanzas. De golpe renunció a su trabajo, canceló todas sus citas de ventas y pospuso sus multas acumuladas para dedicarse a tiempo completo a su preparación para ser corredor de bolsas. Sin experiencias, licenciaturas ni conexiones, logró que le hicieran una entrevista en la bolsa de valores Dean Witter Reynolds. Pero una semana antes fue detenido por no haber pagado 1200 dólares en multa y estuvo 10 días en prisión. Al salir, descubre que su novia se había ido llevándose a su hijo y toda su ropa. Al día siguiente decidió presentarse a la empresa con la misma ropa con la que fue llevado a prisión. Surtió efecto y consiguió entrar como aprendiz, ganando lo que apenas le alcanzaría para vivir. Cuatro meses después de que su novia desapareciera, regresa para que él se hiciera cargo de su hijo, y pese a que en las pensiones no aceptaban niños, tomó su custodia. Todo su sueldo se iba en pañales, jardín infantil y comida. Usaba dos trajes, uno gris y uno azul, que siempre cargaba en su bolsa. A veces dormían en moteles baratos, pero no se podían dar siempre ese lujo, entonces dormían en su oficina, en albergues, parques y hasta baños públicos. Ninguno de sus compañeros de trabajo sabía que ni él ni su hijo tenían dónde dormir. Chris recibió ayuda de quienes menos esperaba. Las prostitutas, al verlo empujando el destartalado caminador de su hijo, le daban 5 dólares al niño. Hasta que un día un reverendo vio la dedicación de Gardner por su hijo, que le invitó a quedarse unos días en el refugio de madres indigentes. Aún así y pese a todo, Gardner siempre era el primero en llegar a la oficina y el último en retirarse.
Se preguntará cómo terminó esta historia. Este hombre entró a trabajar al Dean Witter Reynolds. Y hoy es un millonario emprendedor y conferencista de los Estados Unidos.


Chris Gardner no era ni en lo más mínimo como Clark Kent ni como Bruce Wayne. No era un oficinista con súper poderes. ¿Sabe cómo lo llamo yo? Un héroe anónimo. Uno de esos héroes no reconocidos por los cómics, pero que día tras día le pone alma y corazón a esta lucha constante y que ante todo, pone el pecho y la sonrisa a la vida… Y en este caso, también a su hijo.

No escribí este blog para hablar solo de Christopher Gardner, el humilde hombre que no tenía nada más que fe en sí mismo y sobre todo ganas. Pudo ser un hombre común y corriente. Pero en vez de huir de los problemas o recurrir a la delincuencia, decidió comprobar que cuando uno desea algo con el corazón, el cielo y las estrellas conspiran para derribar cualquier pared y obstáculo que se nos anteponga.
Bastante escribí ya acerca de un hombre al que pocos conocen. Pero al que sé que los que llegaron a conocer su historia, nunca la olvidarán. En realidad, esta entrada era un homenaje a mi propio héroe anónimo. Y para hacerles ver a quienes me leen, que quienes somos, siempre deja huellas.

No, tranquilo. Él no es rockero, no es famoso ni es multimillonario. Nada más es un señor que supo cómo dignificar mi existencia y la de mi familia. Ese hombre que desde temprano tuvo que trabajar para ganarse la vida, para sustentar a parte de su familia, que pese a todo se permitió soñar y creer que él lo podría hacer. Y así fue. Terminó el colegio, fue a la universidad, y se hizo todo un profesional. Un hombre con un carácter bastante difícil (carácter que lo heredamos, igualmente), que nunca nos hizo faltar nada, que siempre nos dio incluso más de lo necesario, quizás incluso, más de lo que merecíamos. Que pese a sentirse incapaz de adaptarse al mundo contemporáneo y limitarse a escuchar muchas de nuestras inquietudes, jamás dejó de hacer algo por nosotros. Pese a que hoy no compartimos más que charlas telefónicas y unas que otras visitas o esporádicos viajes juntos y algunos cumpleaños, él nunca nos abandona en espíritu, en alma, en corazón.

Llegaba cansado del trabajo, de escuchar problemas e inestabilidades laborales, de sufrir presiones políticas, de enfrentarse a personas que se creían superiores por el simple hecho de estar del otro lado de la cancha… El stress con el que cargaba todos los días se sumaba a la grandísima responsabilidad que implicaba mantener una familia, de la que tuvo que hacerse cargo siendo aún bastante joven para un hombre de su época (y de la actual también). Dicen que la distancia acorta el amor, el cariño y agranda las ganas de extrañar y de abrazar. Será eso lo que nos pasó. Por sobre todo, en estos años intenté comprenderlo. Y tengo que admitir que aún no lo he hecho y que creo que ya no lo haré. Intentar hacerlo cambiar sería como querer hundir a La Paz. Por eso decidí no tratar de entenderlo más, simplemente quererlo, demostrarle mi cariño y mi gran admiración, por más abstracta que esta parezca. No escribió ningún libro de su vida y mucho menos fue llevada al cine por ninguna productora. Simplemente nos enseñó que no siempre es necesario pisar cabezas para llegar a ser alguien en esta vida. Que no hay que vender ni los principios, ni los valores. Que así como Gardner, solo hay que tenerse fe, confiar y pelear con todas las fuerzas para superar los obstáculos. Que simple y sencillamente hay que creer, porque nada vale más que la mismísima memoria y la conciencia limpia. Que ese es el mayor motivo del cual podríamos enorgullecernos con el paso de los años. Porque a fin de cuentas, será lo único que quede.

Cometió sus errores y aún los sigue cometiendo. Así como yo, o como mis hermanos. Pero hay cosas, hechos y personas que valen la pena por la simple razón de ser, de existir, de estar. De habernos enseñado que ante todo, nunca hay que vender la conciencia, por habernos negado muchas cosas, por habernos exigido a veces incluso más de lo que nos creíamos capaces, por habernos dado merecidos y no tan merecidos regaños, pero sobre todo, por nunca habernos abandonado.

¿Ya sabe de qué film se trataba la primera parte? Sí, En busca de la Felicidad, la historia llevada al cine por Columbia Pictures y protagonizada por Will Smith en una participación que le debió una merecida nominación al Oscar en el año 2007 y avant premiere a la que el verdadero Christopher Paul Gardner no fue por asistir a un evento de caridad.

Lo que le sigue a la historia de la película, no es más que la historia de un ídolo personal, de quien me siento enteramente orgullosa de llevar su sangre y su apellido. A quien le debo parte de lo que soy (porque el otro crédito se lo lleva mamá). De quien pasó el cumpleaños y recién hoy pensé que sería el momento y la mejor manera de homenajearlo, porque él se merece más. Y siento que no me alcanzará una sola vida para devolverle todo lo que ha hecho por mí, por mis hermanos y por mi mamá.

Hablo de mi padre, mi propio héroe anónimo. Y así como a él, aprovecho para homenajear a aquel Juan Pueblo que día tras día es capaz de pelear contra los grandes fantasmas delincuenciales que nos acechan. Ese héroe anónimo puede ser cualquiera que esté dispuesto a dejar alguna huella en alguna persona.

Ahora, si me permiten, lo voy a buscar, es el momento de darle a mi papá el gran abrazo de oso que muchas veces le negué por pensar que ya estaba grande para eso.

P.D.: Este sencillo homenaje es para él, porque considero que es lo que mejor se me da. Yo misma me encuentro emocionada escribiendo estas palabras porque siento que tal vez ni siquiera toda una vida me alcanzaría para devolverle la mitad de todo lo inmenso que me ha dado. Quizás muchas cosas podamos reclamarle, pero nunca echarle en cara el gran ejemplo que siempre simbolizará para nosotros. De lucha, de un batallar constante, de honestidad, de dignidad. Su incansable lucha y su fuerza de voluntad me demuestran cuán grandioso puede llegar a ser nuestra alma. Y me quedo con la satisfacción de saber que su ejemplo será siempre el empuje que me haga continuar esta lucha constante, a mí y a mis hermanos, lo sé.

Y a quienes hicieron de madre y padre a la vez (mujeres y hombres), mis más sinceras felicitaciones y admiración. Porque podemos recibirnos de licenciados, ingenieros y doctores, pero el ser padre, madre o padre y madre a la vez, es una carrera que no tiene precio, duración ni años de ejercicio. Es solamente una cuestión de grandeza humana.

¡Feliz día, papá, y gracias por ser y estar!
Infinitamente.

1 comentario:

  1. Seguro que el homenaje le gustó a tu papá. Buena historia,no? Dedicación y amor. Saludos.

    ResponderEliminar