martes, 30 de marzo de 2010

Cada una de tus cosas


Sin duda, el amor no es ciego, y si lo fuera, sería totalmente irreal.

Pregunto ¿no es mejor reconocer y aprender a querer también las manías latosas y adorables, los días con pelo rebelde y humor arisco, la esporádica falta de romance o la paranoia celosa, su vida en tanto caótica, su humor a veces infantil, a veces extraño, o su manejo distraído o imprudente?

Y sigo preguntando, ¿no es mejor amar a sabiendas de que a veces no nos gusta su forma de ser, de que a veces podemos no soportar ni un segundo a quien más queremos en realidad? ¿Acaso no es esa la esencia de las cosas, de la vida misma?


Llegar a comprender acaso, que nadie es perfecto, que nunca pudimos haber creído en la felicidad hasta cruzar la mirada con esa persona especial, que nos mueve al menos una baldosa cada vez que nos mira, que consigue que se nos acelere el corazón a mil por hora, que con sus ojos nos da algo más que ese sentimiento de protección, que con solo mirarnos hace que nos desmoronemos por completo y se nos ponga la mejilla colorada. Ese mismo que con mirarnos nos da la seguridad de que nos seguirá queriendo a sabiendas de nuestros malos humores, de nuestros desplantes histéricos y nuestros berrinches. Que con solo tenerlo cerca, sentimos que todo vuelve a empezar. Que ya no hay nadie más y descubrir al final que aún nos queda tanto por ofrecer. Ese que con su mirar nos desnuda el alma. Y pese a que lo hayamos buscado o no, por fin llegó. Y no solo pasó, sino que se quedó y esperó. Y al fin, lo estábamos esperando sin saber, y ahí está. A veces le tememos terriblemente al compromiso, temor a que la pasión por hacer las cosas se congele y se quede estático como paranoico. Pero si eso no es amar, entonces ¿qué es?


Nadie es perfecto, ni mucho menos yo, ni siquiera él… Pero al final del día termina siendo la única voz que queremos escuchar, es una suerte de retorno entre lo lúdico y lo ordinario, cuando regresamos a casa, o cuando recibimos su llamada, o cuando está dispuesto a cruzar calles, avenidas y hasta ciudades solo para vernos sonreír, que nos admira con nuestro limón y nuestra sal y a quien podríamos aprender a amar con los mismos condimentos… Porque el amor es un lenguaje universal y despierta lo más indeleble y frágil de cada quien, tal como lo hace la música. ¿Se le puede, acaso, amar en cada de una de sus cosas?

Ante todo, amar no es un simple sentimiento, no es un apasionado beso, ni una caricia imborrable, no es esa mano que abrazó nuestra cintura, y ni siquiera es esa desenfrenada pasión desparramada en los pensamientos o en la cama.

Amar, por sobre todo, es una lección de humildad.
No es sumisa, no, pero sí es magistral.

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