martes, 25 de agosto de 2009

De derechos y obligaciones


Hoy pasó algo relevante en mi camino al trabajo. Bueno, en realidad siempre ocurre lo mismo. Nunca pues falta el famooooso desubicado de la calle. Si no es culpa del automovilista, es culpa del motoqueiro, o del bus, o del taxi, o del camión, o del peatón, o lo que es peor, del bicicletero. Ya tuve un percance un poco más serio con uno de ellos cuando llegaba al trabajo en el auto y quería entrar al estacionamiento, cuando este personaje en bici creyó que podía ser más rápido que yo y aceleró sus pedales para venir a estrellarse y abollarme la puerta del acompañante. Patética experiencia. Por suerte, un percance que no pasó a mayores.

Pero esto no es nada. A veces parece que justamente son los menos capacitados a los que se les ocurre subir a un móvil de dos ruedas para andar por una ruta tan importante como la Transchaco. No intento desmeritar a nadie. De hecho, he visto al menos a un motoquí discreto y disciplinado que supo respetar su carril y el espacio del otro que anda por la carretera y tuve tantas ganas de pararlo, de felicitarlo y agradecerle por no ser como el resto. A toda regla, una excepción dice luego. El tema es cuando pasan a romper los límites viales del otro y de la paciencia ajena. Cuando un ciclista anda por el mismo sentido que un colectivo o un automovilista, o lo que fuere, es más factible a ocasionar accidentes. ¿Acaso ya no existe esa reglamentación municipal de que peatones y bicicletas deben circular en sentido contrario al que vienen los demás vehículos? Digo yo, es lo más prudente, me parece.

Eso me pasó hoy y otra tantas veces más cuando trataba de adelantarme a un autito que venía a la velocidad de una tortuga, pero no... El señor ciclista no me daba paso por más que le hacía juego de luces ni nada. Una vez más, este personaje creía que podía tener el control sobre un Nissan y se puso más al medio para continuar sin altercados su camino. Simpático es. Me toca reconocer que el que está arriba no me dio a la paciencia como una de mis mejores virtudes, pero por sobre todo sé que no quiero morir tan joven y mucho menos en un accidente de ruta, o irme presa por culpa de un indisciplinado, por eso opté por poner música y plaguearme conmigo misma para no cometer ninguna infracción que pudiera costarme más caro a mí y al agresor, que para la policía, al fin y al cabo, terminará siendo la pobre víctima.

Qué cosas. Digo luego siempre que Paraguay debe ser uno de los países más insólitos que pueblan el globo. Acá nomas luego algunos pueden andar a gusto y disgusto sin que nadie les ataje y a eso le podemos llamar suerte. O sino que hagan las cosas a diestra y siniestra sin una ley que avale a nadie. Lo mismo va para los motoquí. Ya hubo otra vez un accidente en que dos personas -ebrias, valga la aclaración- que iban en moto se fueron a meter bajo un camión. Se imaginarán ya quién irá preso o quién será investigado, ¿no? ¡El chofer del camión! Y quizás, solamente porque es más grande y no porque realmente haya inclumplido alguna norma de tránsito.

Ni ellos, ni nosotros, ni nadie cree que pueda pasarnos algo hasta que realmente nos ocurra. Así luego somos. Nadie creía que un supermercado podía incendiarse hasta que pasó lo del Ycuá y toooodo el mundo empezó a reestructurar sus arquitecturas para que se les habilite la apertura.
¿Por qué somos tan desprevenidos cuando puede estar en juego la vida? Es lindo dejarse llevar por la adrenalina de vez en cuando, pero hay límites y límites. Una vez, alguien muy sabio me dijo esto personalmente: “los derechos de uno limitan con los del otro”. Y hay que saber que todo derecho conlleva a una obligación, que es saber hacerse cargo.

¿Acaso aún no estamos tan maduros como para aprender a respetar las normas? O al menos, ¿acaso alguno de los que velan supuestamente por nosotros, no es capaz de hacer valer dichas reglas?

¿Hasta cuándo?

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