miércoles, 21 de abril de 2010

El mito de los cuentos de hadas

Hay una ecuación básica, casi elemental.
Si hay química y atracción, es muy probable que la relación vaya a buen puerto. A veces estos dos no se dan a primera vista y cada quien tiene que remar e ir en su búsqueda. Otras veces, sin embargo, ambos son instantáneos.
Ahora, como todo paraguayito, vamos a buscar culpables. Nos enamoramos de personas demasiado perfectas, idealización mediante. Y después, cuando conocemos al susodicho, vemos el gran error en el que nos inmiscuimos.

Pero en realidad yo no le culparía tanto a la idealización esa. Ella no es más que una víctima de aquellos cuentos de hadas que nos contaban de niñas.
Ahora sí, seamos sinceros. Nadie compra mujeres imperfectas, reales, mañosas, inseguras, con miedos y vértigos y con miles de defectos. Al menos, nadie las elige de la góndola sabiendo que vienen con semejantes componentes. Porque si ellos lo supieran antes, seguro que o no nos compran nomás o hacen la devolución dentro de las 48 horas establecidas por la tienda.
Nadie nos vende un electrodoméstico diciendo que nos va consumir tantos voltios al mes, sino diciendo que nos va a simplificar la vida.

Hasta acá, más que claro. Para algo tenía que existir la publicidad y el márketing. Una vez ya posteé sobre lo mal que juegan estos papeles en nuestra propia felicidad, así que ni pienso ponerme a analizarlos de nuevo porque me estresa.

Por ello voy a ir directo al grano.
Acá, frente al monitor de mi computadora, me vienen a la mente todos esos cuentos de hadas que nos vendieron de chicas. Por suerte mamá, más que sentarse al borde de la cama a leerme uno de esos libritos para que me duerma, hablábamos de nuestro día, me daba las buenas noches, un beso y punto. Pero no, con mi típica terquedad (ya desde niña) y yendo a la escuela, por algún u otro motivo, siempre terminaba leyendo o enterándome de alguno de esos cuentitos. Y hoy digo, ¡qué gran error! Los cuentos de hadas, así como parecen lindos e inocentes, también son traicioneros.

La Cenicienta, Blancanieves, la Bella Durmiente y no sé cuántas más eran las mujeres que todas nosotras, inocentes niñitas, queríamos ser de grandes (hoy día creo que es toda una suerte que las niñitas lean estos cuentos). ¿Había necesidad de contarnos esto? ¿No podían contar la historia de una chica temperamental, muy ciclotímica, con un carácter demasiado fuerte, llena de inseguridades, que le costaba un Perú conseguir laburo, que sí viajaba en bondi para ir a la facultad donde estudiaba lo que le apasionaba que era el periodismo, que soñaba con ser escritora, pero que como no tenía los contactos apropiados lo único que podía hacer era escribir en su propio blog, que a la vez lo usaba como método de descargue a todo lo que había en el mundo exterior e interior de su persona y donde escribía cosas que le costaban tremendamente decirlas y demostrarlas en el face to face? ¿Qué era demasiado imperfecta, pero de buen corazón y que tenía el problema de mirar al hombrecillo equivocado y miedo a corresponderle a quien le demostraba que sí lo merecía? ¿No podían contar algo parecido nomás? Que si bien podía ser una historia medio irónica y hasta traumatizante, al menos era real.

¿Nadie nos pudo advertir que los príncipes azules sólo existen en las páginas de algunos libros y que en la vida real fueron reemplazados por hombres de carne y hueso tan imperfectos como nosotras?

A lo mejor sí, hubiera sido mucho más fácil creer en eso de las carrozas, los despampanantes vestidos largos e inflados, que nos rescaten de cualquier agujero negro y profundo, nos salven de todos los males, nos cuidaran como si fuéramos pétalos de una rosa. No, eso sonó muy cursi. Y que nuestra historia, al igual que todas, terminara con un “y fueron felices para siempre”.

Si me preguntan qué clase de final prefiero, si triste o feliz, mi respuesta sería: un final real. Un final que te pueda pasar a vos, a mí o a cualquiera que lea o no lea este post. Un final que realmente no sea final, que cada día me permita crecer como persona, como humana. Que me nutra de lo que pueda enseñarme quien está a mi lado. Alguien con quien sepa que no somos eso de almas gemelas, pero que fácilmente podemos complementarnos, y que día tras día tengamos ganas de seguir conociéndonos y sorprendiéndonos.

Esonomásqueríadecir.*

Colorín colorado, este post se ha terminado.




*Para los que no me conozcan ni sepan lo que es eso, un silogismo frecuentemente utilizado por mi persona, sobre todo, después de largar algún improperio, enojo, molestia, consejo o recomendación, con la intención de dejar en claro alguna situación que me estaba incomodando. Gracias.

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