miércoles, 14 de abril de 2010

Madre hay una sola


Sé que todavía no es el día de la madre, ni hoy es su cumpleaños. Pero ahora que me puse a pensar, muy poco hablé de mi mamá en los meses que llevo posteando en este blog. La habré mencionado con suerte dos veces, de las cuales una sola vez pude expresar parte de mi inmenso cariño hacia ella. Quizás esto se da porque para hablar de mi madre necesitaría un espacio aparte, uno muy grande. O quizás y sencillamente, porque para describirla a ella no alcanzarían las palabras y ninguna frase célebre que pudiera rebuscarme.

Mamá E.T. no es de esas típicas madres paraguayas, que se dedican a coser, planchar, lavar y mucho menos cocinar. Calculo que salí por ella en el aspecto de la cocina. Pero es totalmente verídico que si lo hace, todo, lo hace con absoluto amor. Así que a todo lo demás, le gana eso, el amor que le pone a cada acto. Y el hecho de que salga a las 6 de la mañana y regrese a casa a las 7 de la tarde después de una interminable jornada laboral para demostrarme lo indescriptible que es para ella sentirse útil e independiente. Y aparte, todavía tener tiempo para aguantar a tres hijos algunas veces latosos, otras regañones y otras veces llorones y malhumorados (sobre todo en estos dos últimos me ubico).

Recuerdo que mis hermanos y yo le dimos bastantes dolores de cabeza. Unos más que otros. En mi edad del pavo, mi relación con ella se veía constantemente interrumpida por los fallos y las constantes diferencias entre una adolescente que buscaba su identidad y su lugar en el mundo y una madre que perdía la paciencia con los berrinches de su hija. Por suerte, con los años aprendimos a apaciguar guerras campales a fin de evitar generar una Tercera Guerra Mundial. Y hoy día nuestras peleas se reducen a unos cuantos desplantes por parte de la inquietud y la independencia. A lo mejor su trabajo que implica socializar día tras día con adolescentes y jóvenes iguales o peores de lo que pude -o puedo- ser yo alguna vez, hacen de ella una madre moderna.

Siempre ha sido sobreprotectora. Y claro que esto ha sido motivo suficiente de discordia. Aún hoy, que es madre de un hijo casado, otro que pisa los treinta y una hija de veintitantos que todavía ni siquiera piensa en los compromisos que a ella le tocó asumir mucho antes. Fue madre joven. Motivo suficiente para entender por qué a veces pretende ser más una amiga o una hermana, que una propia madre. Y da gusto. Porque si hay algo que aprendí con el tiempo, es que es capaz de entregar su amor y su tiempo sin esperar que se lo agradezcamos. Y que cambiarla, es lo mismo que esperar que se inunde el Sahara. Porque ella nos quiere y nos cuida todos los días de su vida.

Porque ser madre es considerar que es mucho más noble cambiar pañales y dar la leche que triunfar en una carrera o mantenerse delgada. Aunque aquí me toque reconocer que agradezco haber tenido una madre biológica y otra a la que escogí (mi abuela), para que mamá E.T. pueda desarrollarse también profesionalmente, mientras nosotros, y sobre todo mis hermanos, jugábamos en casa de nuestros abuelos a lo que sea. Mientras papá trabajaba a sol y sombra para mantener dignamente a una familia que acababa de formar, y de la que se arriesgó a hacerse cargo, sin abandonar el hogar, sin demostrar cansancio, siempre dispuesto a alzarnos upa, a hacernos caritas graciosas y a jugar con nosotros alzándonos a caballito.

Ser madre, es una vocación sin descanso. Y agradezco a la mía por haber siempre dignificado nuestra existencia y la suya propia. Por habernos dado tanto, aún hoy. Por habernos prohibido unas pocas cosas y aún así dejar que cometamos nuestros propios errores para que al darnos cuenta de ello, pudiéramos recibir algunos reclamos, pero nunca sin terminar el hecho con un fuerte y cariñoso abrazo.

Me quejo. Me quejo de que cuando salga, mamá me llame cada dos por tres a preguntar si dónde estoy y a qué hora volveré y que la excusa de siempre sea “sé que vos no vas a hacer nada malo, pero los demás sí te pueden hacer algo”. Al final siempre sé que se va quedar desvelada hasta que yo regrese a casa, o que se va a dormir pero con el celular pegado a la oreja.

Al final creo que llegué a comprender que cuando todo el mundo se vaya, y a pesar de haber intentado rebelarme ante sus reglas, la única mano que podría encontrar sin dudar, sería la de ella. Quizás con muchos regaños de por medio, pero no sin un abrazo que me contenga y un “Te quiero” que me susurre a los oídos y que cada noche me va a retumbar como cierto poder mágico para seguir siempre adelante. Porque con los años comprendí que puedo pedirle que me espere con el portón abierto cuando llego tarde a casa, que puede entenderme cuando le cuento de mi crisis financiera o de mis problemas estudiantiles, que ella SÍ puede ser paciente cuando le respondo con un “no puedo ahora” o un “más tarde”. O que puedo llamarle a cualquier hora para llorarle mi pena de amor. O que puede soportar escuchar tantas veces que la califique de “pesada” porque se preocupa demasiado por mí. Pero que nunca dejaría que me quedara callada en el tubo sin al menos escuchar que en ese momento yo estaba bien.

Definitivamente, todo esto ya sabía hace mucho. Tal vez desde que nací lo supe. Desde que ella me gestó y me tuvo por primera vez en sus brazos, a lo mejor antes. Pero solo me pude dar cuenta hace pocos días, cuando me acogía una preocupación por una situación de mi vida que pensaba que si lo comentaba con ella, no recibiría más que reproches. Sin embargo, algo dentro de mí me dijo que era el momento de comprobar si eso sería verdad. Y lo único que hizo fue darme dulces palabras de apoyo, su mirada siempre cómplice y un afectuoso abrazo que sé que de ahí en más iría a parar entre los recuerdos más fraternales y mejor atesorados de mi vida. Sí, ella todo lo vale. Y este post es lo mínimo que se merece. Porque fue ella quien me impulsó a ir tras lo que me apasiona, desde el periodismo hasta el teatro.

“El peor defecto que tienen las madres es que se mueren antes de que uno alcance a retribuirles parte de lo que han hecho. Lo dejan a uno desvalido, culpable e irremisiblemente huérfano”. Isabel Allende.

Dicen que madre hay una sola. Por suerte, porque nadie aguantaría el dolor de perderla dos veces. Aunque la mía vale por tres. Y ojalá nunca tuviera que faltarme.



PD: En realidad también le debo lo mismo a papá E.T. Que pese a no coincidir conmigo en casi nada, jamás dejó de darme su apoyo incondicional. Esperen, dénme unos días, y a través de este blog, él también sabrá lo orgullosa que me siento por tenerlo como mi más grande ejemplo de lucha y de vida.

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